El 22 de mayo, a las 8:45 am, el mexicano Luis Álvarez tocó el techo del mundo: ¡llegó a la cima del Everest! Además de 14 kilos menos y una ceguera temporal, ¿qué le dejó la experiencia? Te contamos las 7 lecciones que jamás olvidará.

Por Bianca Pescador

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Es bueno tener una meta, pero es indispensable disfrutar el momento.

La cima del Everest está a 8,848 metros de altura; llegar a ella toma por lo menos dos meses y en promedio se puede estar un máximo de 15 minutos. No hay oxígeno, hay mucho viento y hay que caminar entre 9 y 14 horas para regresar al Campamento 3. “Los momentos más divertidos fueron antes de empezar la travesía, cuando estábamos en Katmandú”, confiesa Álvarez. “La cumbre la gocé poco… Me hubiera gustado llegar con más fuerza; llegué muy golpeado, increíblemente cansado”.

Ayudémonos unos a otros.

Vivimos en un mundo de polaridades. Por un lado, hay mucho abuso hacia los animales y la naturaleza. Por el otro, aceptamos que no podríamos hacer muchas cosas si no fuera por ellos. “Los yaks son unos animales de carga divinos que suben lo más pesado al Campamento Base Chino; en sus lomos pueden llevar entre 2,5 y 3 toneladas”, explica el alpinista, quien no dudó en tomarse una foto con un monumento en honor a estos lanudos ayudantes, en Katmandú.

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La importancia de la familia.

En una época en la que frecuentemente se huye del compromiso que implican el matrimonio y los hijos, ignoramos que son el motor principal a la hora de las dificultades. “En los peores momentos, lo que me llevaba era mi hijo y mi familia; definitivamente es un motor que te trae de regreso”, dice Luis. “Perder la vista a 8,300 metros de altura y bajar sin ver fue un reto en todos los sentidos; fue el momento más fuerte de mi vida, pero no les podía fallar, ¡no podía quedarles mal! Me acordaba de mi ex esposa cuando me decía: ‘si vas al Everest y te mueres, ¡te mato!’”, agrega entre risas.

Nada es para siempre.

Como dice la frase: “esto también pasará”. Bueno o malo, todo es pasajero, y así debemos verlo para poder apreciarlo, valorarlo, agradecerlo y dejarlo ir. “El ser humano no debe ni puede vivir a más de 6000 metros, ¡yo me consumí! Perdí 14 kilos, mal dormí, mal comí, mal bebí… La deshidratación era tal que los labios se me pegaban, y a la hora de abrirlos se me arrancaba la piel y me sangraban. Ahora no sabes cómo valoro mi cama, la estufa, ¡la taza del baño! Espero que nunca se me olvide”, comenta el también triatleta, quien lleva más de 130 Ironmans y sostiene el récord de haber realizado todos los del mundo, por lo menos una vez. ¿Mencionamos que en lo que resta del año participará en siete de estas competencias?

Entrega completa en nuestra edición de agosto.

 


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