 
							Imagina un capuchino cuya espuma dibuja un monograma reconocible al instante, un postre esculpido con la misma precisión que una pieza de joyería, o un almuerzo servido en una vajilla de un inconfundible tono azul turquesa. No es una fantasía; es la nueva frontera del lujo. Las grandes casas de moda y joyería ya no se conforman con vestirnos o adornarnos; ahora, también quieren alimentarnos.
Lo que antes era el territorio exclusivo de chefs con estrellas Michelin, hoy es un vibrante campo de juego para las marcas más icónicas del mundo. Desde Nueva York hasta Tokio, pasando por Florencia y, más recientemente, la Ciudad de México, el fenómeno de los restaurantes y cafés de diseñador está reconfigurando el mapa global del fine dining.
Esta no es una tendencia casual. Es una estrategia calculada que responde a un cambio fundamental en cómo consumimos el lujo. En un mundo dominado por la estética, la experiencia y la cámara del celular, la gastronomía se ha convertido en la pasarela multisensorial definitiva.

El nuevo campo de expresión del lujo
¿Por qué una marca que vende bolsos de miles de dólares decide abrir un café? La respuesta es simple: porque el lujo ya no es solo lo que se posee, sino lo que se vive. «La alta gastronomía se ha convertido en el nuevo campo de expresión del lujo. Ya no basta con vestir la marca; hoy se trata de vivirla con todos los sentidos», afirma un director ejecutivo de una importante agencia de comunicación estratégica en América Latina.
La experiencia gastronómica ofrece una inmersión total en el universo de una marca. El diseño del espacio, la selección musical, la presentación de los platos y, por supuesto, los sabores, son parte de una narrativa cuidadosamente diseñada para dejar una huella emocional. Es una forma de storytelling mucho más poderosa e íntima que una campaña publicitaria tradicional.

Un menú global: los iconos de la gastronomía de lujo
Esta tendencia se ha consolidado con una constelación de espacios gourmet alrededor del mundo, cada uno traduciendo el ADN de su marca a un lenguaje culinario.
- Gucci Osteria, con sedes en Florencia, Beverly Hills y Tokio, es quizás el ejemplo más aclamado. Combina el genio culinario del chef con tres estrellas Michelin, Massimo Bottura, con la estética maximalista y ecléctica de la casa italiana, creando una experiencia que es a la vez lúdica y profundamente sofisticada.
- En Nueva York, el Armani/Ristorante de Madison Avenue es una extensión del universo del diseñador. Los comensales se sientan en muebles de la línea Armani/Casa mientras disfrutan de cannelloni genoveses que evocan la cocina materna del chef, en un ambiente de elegancia minimalista y atemporal.
- El recientemente inaugurado Le Café Louis Vuitton en Manhattan es un despliegue de creatividad y atención al detalle. Los monogramas aparecen en la espuma de los capuchinos, las flores del logo adornan los sándwiches y los postres son verdaderas piezas de arte, concebidos por chefs con experiencia Michelin.
- Y, por supuesto, está el icónico Blue Box Café by Tiffany & Co. en el sexto piso de su flagship store de la Quinta Avenida. Aquí, el sueño de tener un «desayuno en Tiffany’s» se hace realidad. Entre una cascada de cajas azules colgantes, se sirven menús de desayuno y té de la tarde con caviar, mini croissants y hamburguesas con raclette, todo en la inconfundible vajilla de la marca.

Lujo para la cámara y el algoritmo
Más allá de la comida, lo que estas marcas venden es una vivencia perfectamente curada para la era digital. Cada rincón, cada plato y cada taza está pensado para ser fotografiado, compartido y celebrado en redes sociales. Un post desde uno de estos lugares no es solo una foto de comida; es una declaración de estatus y pertenencia.
«La gastronomía permite que consumidores aspiracionales interactúen con la marca sin necesidad de adquirir un producto de cinco cifras, pero sí con una vivencia que proyecta el mismo valor simbólico», señala un experto en branding de lujo. Un latte con el logo de Dior o una rebanada de pastel firmada por Louis Vuitton pueden costar entre 20 y 50 dólares, pero ofrecen algo invaluable para el consumidor moderno: contenido estético, una historia que contar y la sensación de formar parte, aunque sea temporalmente, de un universo exclusivo.

El desembarco en américa latina: cafés y pop-ups con sabor local
América Latina, con su creciente mercado de lujo, no ha quedado al margen de esta tendencia. Aunque la operación de restaurantes permanentes es aún incipiente, los fashion cafés han comenzado a echar raíces a través de dos formatos principales: espacios fijos dentro de las flagship stores y experiencias efímeras o pop-ups.
En marzo de 2025, la Ciudad de México vio la inauguración del primer Blue Box Café de América Latina, ubicado en la nueva tienda insignia de Tiffany & Co. en la prestigiosa Avenida Masaryk. En colaboración con el reconocido chef Edo López, el café ofrece una carta que fusiona la sofisticación neoyorquina con ingredientes y guiños a la cultura mexicana, en un espacio donde el diseño de la marca convive con el arte de creadores locales como Perla Valtierra.
Durante la temporada navideña de 2024, Dior sorprendió a la capital con un pop-up café temporal en El Palacio de Hierro de Polanco, creando un fenómeno viral. Con bebidas como el «Chai DIOR Infusión» y postres servidos en elegantes cajas doradas, el espacio se convirtió en el punto de encuentro obligado para los amantes de la moda.
Más recientemente, en la primavera de 2025, Guerlain, en alianza con el hotel Sofitel Mexico City Reforma, presentó la experiencia efímera Le Café Guerlain, inspirada en el lanzamiento de una de sus fragancias. El menú de pastelería evocaba las notas florales del perfume, demostrando cómo la gastronomía puede ser una herramienta para contar historias de marca más allá de la moda.
«América Latina representa una gran oportunidad para este tipo de branding experiencial. Hay una nueva generación de consumidores jóvenes, conectados, que no solo compran lujo: lo documentan, lo viven y lo comparten», afirma el experto.

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El plato como manifiesto de marca
En un contexto donde el lujo ya no se define solo por lo que se posee, sino por lo que se vive, estas incursiones culinarias son una extensión coherente y brillante del storytelling de las grandes casas. Cada plato, cada ingrediente seleccionado, cada detalle en la decoración, comunica los valores de la marca: herencia, artesanía, innovación, exclusividad o incluso sostenibilidad.
La comida se convierte en un manifiesto. Es la materialización de una identidad de marca que ahora se puede saborear. Y en un mundo saturado de estímulos visuales, apelar al gusto, al olfato y al tacto es la forma más poderosa de crear una conexión emocional duradera. Lo que antes veíamos en las pasarelas, hoy lo degustamos en una mesa con monogramas. La alta costura, ahora, también se escribe con cubiertos.

Fuente y fotos: Another, modificado por Mariel Gadaleta
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