La vida tiene hermosas experiencias, en ellas se encuentra la amistad, la oportunidad de compartir vivencias, momentos, dificultades, trivialidades y hasta algún café, o vino… o los dos. Entregarse a la amistad, a lo que uno puede dar, y a aceptar lo que la otra tiene para darle a uno, es lo que hace que esta relación pueda perdurar y continuar.

Rosa Barocio es una mujer que yo admiro mucho y que tengo muchos años de conocer, pero sobre todo de haber caminado juntas, más de 20 años, consistentemente, conociendo nuestros procesos del alma, de las entrañas, de vernos con ojos de amor, de compasión, de comprender las experiencias vividas, y de aceptarnos con todo y esas sombras que acostumbrábamos ventilar. Éramos varios, un grupo de almas que seguramente elegimos encontrarnos en esta vida para ayudarnos a crecer, y ¡sí! Rosa siempre era parte de esos procesos y aprendimos a conocernos, a respetarnos, a aprender la una de la otra, y cada vez a caminar más cerca, más juntas, compartiendo más de nuestros caminos que nos ayudaban a encontrar respuestas existenciales que el alma busca.

Rosa Barocio ha sido una gran maestra.

Alma revolucionaria, propositiva, creativa, trajo mucho bueno a la educación en México, para luego convertirse en un oasis para los niños del mundo, dando apoyo a los padres, enseñándoles hermosas técnicas para ejercer una disciplina con amor.

Todo eso y más hizo mi amiga, pero eso ya lo he visto publicado en todas las redes sociales, toda la gente que está agradecida por haber leído un libro de ella, por haber tomado un curso, charla, o un café con ella, sabe lo que le dejó y el mundo está agradecida. Yo también.

Pero yo quiero centrarme más en otra parte de esta mujer que tuve el honor de compartir como decía anteriormente, mis entrañas y de ver las suyas; trabajar hombro con hombro en nuestros procesos metafísicos, y ver la luz que orientaba nuestro camino, reconocer nuestra belleza y confiar en que los pasos que dábamos eran los que nos acercaban a nuestra luz.

Ella fue la persona que me acercó al camino que me ha permitido ver mi luz brillar en esta vida y tuvimos la oportunidad de caminar juntas este reciente tramo de nuestras vidas en este plano reconociendo, intercambiando experiencias, descubrimientos y conciencia, aprendiendo a “banquear” y compartiendo las locuras que la experiencia metafísica nos daba, ella me trajo aquí y por eso estaré agradecida siempre.

Creo que la amistad tiene muchos tonos, muchas intensidades, muchos momentos, y no por eso es más buena una amistad que otra, quizás sus momentos son los que son, y eso siempre va a dejar algo en el alma de las personas.

Nuestra amistad nos acercó muuucho por un largo tiempo, por compartir experiencias que nos unían, y en los últimos años se incrementó mucho, esto hace que su partida deje un vacío enooorme en mi vida, y a la vez celebro y me enorgullezco de haberla visto partir por la puerta grande y con total elegancia. Esto no hace que no duela la sorpresa de su partida, pero hace que el duelo tenga un tinte cálido y alegre por la celebración de saber que de eso que hablamos algún día, es posible, partir elegantemente, cuando el momento es.

No necesitamos estar listos los que estamos al rededor, necesitaba estar lista ella, a nosotros nos toca poner las cosas en orden en cuanto al vacío que deja su partida. Pero eso es trabajo de la tierra, y de la vida física. Ella solo tiene que volar, expandirse y SER, quiero imaginar que desde donde está comparte su amor, su luz, su esencia infinita que hoy puede reconocer y nos regala con ello. Y esa luz que envía nos deja llenar ese vacío que se sintió a su partida. Agradezco profundamente, y claro que he llorado sintiendo incluso un abandono con el que he tenido que lidiar, porque esa es chamba mía, para luego dar paso a la celebración, a la sonrisa y al “¡Gracias amiga! ¡Estoy orgullosa de ti! ¡Sí se puede!”


Síguenos en redes sociales como @KENArevista: