Cuánta verdad hay en “la cuesta de enero” y Madonna lo sabe. Sí, Madonna, porque escogió el Día de Reyes para presentarse en México con todo y show de Frida Kahlo, como parte del tour Rebel Heart, en el Palacio de los Deportes.

Por: Gabriela Morales-Casas/ Columnista

Ah, qué tiempos aquellos cuando venía en verano o en invierno que todos tenemos ganas y dinero de gastarlo a raudales en un concierto de alto rango con una estrella internacional… Corría el año de 1993 cuando Madonna vino por primera vez a México como parte de su gira “The Girlie Show”. Fue en el Autódromo Hermanos Rodríguez, mucho antes de que existiera el Foro Sol; dio tres conciertos.

Recuerdo que tenía 15 años y no me dejaron ir, bueno, ni siquiera intentar buscar cofradía. Mi mamá se curó de espantos con el show de Michael Jackson un año antes, al que nos llevó a mis amiguitos y a mí; pero durante otros diez años se quejó de lo mucho que tuvo que caminar, de lo largo que fue esperarlo y que para cuando MJ salió ella ya se quería ir a su casa. Así que cuando pronuncié la palabra “Madonna” recibí un estruendoso “¡Pero cóoooomo se te ocurre!”.

Pasaron otros 15 años y Madonna se hizo vieja. Yo también. De cualquier manera la quise ver. Se presentó 20 y 30 de noviembre de 2008 con el “Sticky & Sweet Tour”. ¡Ya no tenía que pedirle permiso a mi madre, ya era libre, vivía con una amiga y podía comprar mis propios boletos! Excepto porque no tenía tarjeta Banamex… Una vez más, dependía de alguien para poder ver a Madonna.

La amiga con la que vivía era la portadora del feliz pasaporte bancario y ambas estábamos puestas para ir al show; pero su poca experiencia con los conciertos nos llevó al traste (yo, por el contrario, me había vuelto en una profesional de la compra: le daba refresh a la página hasta que apareciera el show y marcaba al mismo tiempo desde tres teléfonos, uno de ellos celular, a ver por dónde se lograba primero); desde las 9 de la mañana se pusieron en venta y tardaron 15 minutos en agotarse. Mi amiga se conectó hasta las 2. Demasiado tarde.
Mi cara de decepción fue proporcional a la de recalcitrante envidia cada vez que escuchaba que alguna inventada proclamando orgullosa, por los siguientes cuatro meses: “A mí ni me gusta Madonna, pero es un show que hay que ver”. Grrrr. Grrrr. Grrrrrr.

Boletos de cuatro mil 500 pesos, noticias que celebraban el regreso de la Reina del Pop y fotografías espectaculares del concierto hicieron mi decepción y mi envidia más insoportable. Es más, con 30 años seguía reclamándole a mi madre que no me dejó ir a ver “The Girlie Show”.

Pero tercera es la vencida y Madonna volvió, ¡qué bueno! Y si los 34 años ya me gustaba Muse y el último álbum de la reina del pop estaba de flojera, sabía que tenía que ir porque era la asignatura pendiente, “el trámite” inútil que no sustituye ni cancela el conocimiento y la experiencia que una ya posee, pero de todos modos siente que lo tiene, que lo debe de hacer.

Y pues fui.

Acudí con mi amiga Rocío –, quien también había sido devota fan en su juventud, y como yo, se quedó con las ganas de verla las veces anteriores. Compramos boletos de grada porque otra vez estaban impagables los de pista. Los conciertos se celebraron el 24 y 25 de noviembre; fuimos el segundo día con un frío espeluznante.

The MDNA Tour” prometía ser el más espectacular que haya montado la artista, o por lo menos eso escribían los medios de espectáculos. Por supuesto, la producción fue espectacular, pero Madonna no.

Oh, triste destino traicionero y socarrón… Madonna se paraba de manos con la misma dificultad que yo en mi primer mes en yoga; Caballo Dorado en boda de pueblo le hubiera salido mejor que la coreografía de “Dance”, una de las últimas grandes canciones que fortalecieron su discografía. El gran highlight de la noche fue cuando su pequeño hijo Rocko salió al escenario a cantar con ella.

Esperamos los éxitos ochenteros y noventeros durante un larguísimo show en medio del frío, que logró bloquearnos el cerebro a Rocío y a mí para ver desvanecerse lo poco que nos quedaba de adolescente juventud en el vaho de la noche fría, tan fría como el carisma de Madonna.

Así pues, me pregunté hace un par de meses si valdría la pena repetir la hazaña y darle una cuarta oportunidad; pero entonces me acordé de Luis Miguel cancelando conciertos a la cuarta canción o presentándose en el Palenque de Texcoco, donde nunca pensé que lo vería. Con nostalgia y tristeza recordé las 18 veces que lo vi en 15 años, cuando estaba en plenitud, salía puntual, cantaba con mariachi y bailaba con ganas en “Cuando calienta el sol”.

 

Luego recordé que no le llega a Juanga, ni siquiera a Chayanne y mucho menos a Madonna, verdaderos artistas que esfuerzan, evolucionan y se esmeran. Pensé que una también debería de hacerlo. Queremos hacerlo.

Decidí, entonces, que le daría otra oportunidad a Madonna y a mí misma, porque podemos envejecer y ser menos graciosas, pero nunca menos fuertes y sabias. Recordé por qué me gustaba tanto Madonna.


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