Para mí, la temporada de festejos de fin de año queda oficialmente inaugurada desde que las casas se adornan de Halloween y se monta el altar del Día de Muertos. Estoy a favor de tomar lo mejor de cada una de estas costumbres y tradiciones para tener en casa un ambiente festivo, que vaya marcando nuestro calendario familiar y personal con recuerdos y memorias que se construyen año con año.

No es novedad que bien no se ha acabado septiembre, cuando las decoraciones de octubre y noviembre están por todos lados y ahora mismo, apenas pasó Día de Muertos y la temática navideña ya ha inundado todo lo comercial, eso, nos guste o no; es lo que hay.

Por otro lado, los famosos grupos de Facebook de cientos y de miles de mujeres ya están rebasados de publicaciones para comprar y vender las mejores opciones y para todos los presupuestos: regalos de Navidad (lo cual celebro) porque la economía a todos los niveles merece reactivarse con carácter de urgente y eso favorece a muchas familias.

Pero hay algo en el ambiente, algo que de sutil no tiene nada y es esa «invitación/obligación» de sobre producir la vida. Me explico:

Es una tendencia que ya venía ganando fuerza antes de la pandemia, pero ahora (en la aparente post pandemia), la veo presente con todo y en todos lados y me da nauseas, me refiero a: sobre producir la vida = a cumpleaños, aniversarios, bodas, Halloween, navidad, duende navideño, todo en modo exagerado es poco.

En Halloween, los niños (y adultos) usando de a dos y tres disfraces por evento mega hechos y casi que profesionales, todo un vestuario (pelucas, maquillaje, el atuendo completo) y una cantidad de dulces que pueden durar meses (sin exagerar), mismos que luego se tiran «porque tanta azúcar hace daño.

Despedidas de solter@s en el extranjero o viajes a la playa que valen lo mismo o más que la Luna de miel.

Para las bodas, la novia usando de 3-4 cambios de ropa (como antes en la fiesta de 15 años), prendas que jamás volverá a usar en su vida, anillos de miles y miles de pesos y luego la alegría de estar casado no dura ni el año y acaba en tremendo divorcio muchas veces.

Las fiestas infantiles temáticas con personajes y producción para niños que cumplen 1 o 2 años y que tienen desde puestos tipo kermesse de alimentos y bebidas, hasta inflables gigantes y una cantidad de decoraciones que luego se convierten en basura porque nada se reusa (globos, plásticos de envolturas, letreros, popotes decorativos…).

Fiestas en las que se revela el género del bebé que usan hasta «avionetas» para sacar humo azul o rosa en pleno siglo XXI.

Viajes a Disney y otros destinos en los que toda la familia se viste igual (pero nadie se habla porque cada quién se la pasa en su celular tomando selfies).

Ya las publicaciones que les digo preguntan si quieren que sus hijos pasen una Navidad «espectacular» y no solo hay Santa para la foto, hay hasta huellas de nieve para que se vea que los renos de Santa entraron a la sala de la casa a dejar los «regalos desmedidos» que reciben muchos niños, que generan otra tanta cantidad de basura porque los forran de papel y moños para que la sorpresa sea mayor… y venden los duendes que hacen «travesuras» de fantasía por toda la casa en las semanas de adviento (como desperdiciar el papel de baño o tirar el azúcar por la cocina o pintar la pared o desacomodar los cajones); lo que vuelve «chistoso» lo que en otros momentos les decimos a los niños que «no se hace».

También están las puertas del «ratón Perez o del hada de los dientes» y los costales bordados para que se lleve el diente y deje el dinero. Ya no decir nada de las mesas de comida, postres, carritos de bebidas y barras de café en cada evento privado; una oda al desperdicio porque casi todo se adorna con extras que las personas no se comen…

Lo anterior describe ese consumo de locos que creemos que tenemos que hacer para que el resultado sea disfrutable; y lo triste es que, en la mayoría de los casos, la intención primaria del festejo se diluye, la convivencia y el espíritu de la fiesta queda en segundo plano.

Todo tiene que ser «extraordinario», todo tiene que ser «sobre producido» para que valga, para que sepa… ¿y qué pasaría si fuera más simple?

La gente se desvive en hacerlo todo grande y las relaciones igual se rompen; las parejas se pelean; los hijos no conviven y celebrar así no garantiza la unión o el amor familiar… en cambio; las expectativas cada vez son más altas; las carteras más gastadas en tiempos de crisis en los que si te sobra «algo» o si acaso tienes de más, bien podrías ayudar a otros, ser generoso desde otro lugar que sume a otras familias.

Criar y crecer en la empatía, apoyar la imaginación, la ilusión del momento; el hacer de la fecha especial algo especial porque se trata de las personas y no de las cosas.

Así comprendo que haya tantas corrientes de estilo de vida pugnando por lo opuesto; la vida simple, minimalista, la que da importancia a las pequeñas cosas, a los eventos significativos.

Por ello libros como «La Magia del Orden» de Marie Kondo o «No cosas» de Byung-Chul Han se vuelven Best Sellers, porque estamos rebasados de excesos y queremos el permiso social para deshacernos de ellos.

Para volver a lo básico, a la ilusión de una Navidad en familia, con comida caliente en la mesa, a contarnos un cuento con los abuelos aunque no todos tengan pijamas iguales para la foto; vacaciones donde cada quien quiera y pueda; sin que tengan que existir fotos de estudio para que valgan el recuerdo.

Pienso que de la pandemia debimos haber aprendido «algo», un poco al menos, a lo mejor que la vida es efímera; que un día lo tenemos todo y al otro quien sabe; que nada es seguro excepto la muerte y que aún así, no aprovechamos el tiempo mejor. Aprender que la vida en sí misma es una oportunidad en cada segundo; que cumplir años es un privilegio con o sin fiesta que lo haga memorable; que el compromiso de una boda, de un hijo, de una vida en común se adquiere con o sin millones de gastos de por medio… con o sin portada de revista.

Regresar a la ilusión de un regalo bajo el árbol por la mañana, o de un postre favorito el día del cumpleaños; la ilusión de ver casarse a tu hija o hijo con el amor de su vida; sin hipotecarlo todo para celebrar. Acostarte tranquilo, con el sabor dulce que deja el mirar a los ojos a quien amas, el te quiero dicho desde el alma, el corazón arrebatado por ver a los que te importan. Menos es más y en esto de sobre producir la vida, mejor nos conviene hacer una larga pausa y mirar si lo que queremos es el evento o a la persona que es el motivo del evento.

Desde mi nunca humilde opinión, prefiero la reunión simple, esa en la que hasta un celular es una bocina, en la que puedo hablar con mi amiga o mi madre, el festejo que hace que la casa huela a comida en el horno, el recalentado en pantuflas, y a los niños en el regazo, la memoria de los que amo en palabras y cariños y no solo en cosas y facturas.

Un abrazo,

Karla Lara


Síguenos en redes sociales como @KENArevista: