¿Cómo me animé? La respuesta es sencilla: ¡Bendita ignorancia!
Mi viernes empezó normal. Vi a Gaby Pablos en una cafetería de la Condesa para entrevistarla principalmente sobre dos temas: la Ceremonia del Cacao y la Terapia de Osiris, de las que te platicaré en los próximos posts (porque si los junto en ese sería como una capítulo de enciclopedia… y nadie quiere eso).
A la conversación salió el nombre de “ayahuasca” unas cuantas veces, hasta que le pregunté qué era. “Una medicina sagrada”, me respondió Gaby. “Hoy hay una ceremonia preciosa, ¿quieres venir?”. Y yo, que #intensa y #aventurera, dije que sí.
Cuatro horas más tarde estaba en el súper comprando fruta y agua. Al llegar a mi casa empaqué dos cobijas y una muda de ropa. Pasé al cajero y me dirigí a Calli Mapu, un centro ceremonial al sur de la Ciudad.
Al llegar me recibió uno de los organizadores, Jorge Marzano. Posteriormente nos instalamos (Gaby, tres amigas y yo) en un tapetito. Nos tocó estar debajo de un árbol gigante, cuyas ramas se convertirían en toda clase de mensajeras a lo largo de la noche.
Al filo de las 10:40 de la noche empezó el ritual. Nos dieron algunas indicaciones, pusimos una intención, nos indicaron dónde estaban los eco-baños (hechos de bambú) y el vomitorio. Alrededor de las 11, el abuelito Balmes Sánchez Cruz dio el anuncio: “Por favor, pasen los hombres a hacer la primera toma de la medicina”.
“¿Por qué primero los hombres?”, le pregunté en voz baja. “¡Ah!, es una pregunta común y la respuesta es sencilla”, contestó amable en voz alta. “No se hace como un menosprecio hacia la mujer, ¡al contrario! Los hombres van primero para brindar seguridad, como una especie de escudo”. También me explicó que a este tipo de ceremonias no deben acudir mujeres embarazadas ni menstruando, pues es tal la energía de estos estados que afecta el desempeño del taita (Padre, sabedor, hombre-medicina).
Entonces tocó nuestro turno. Yo estaba nerviosa, ¡no tenía idea de qué iba a probar! Te prometo que me podrían apodar Bianca Dee: no fumo, no tomo alcohol, nunca me he drogado, casi no digo groserías… En cambio hago mucho ejercicio, mi bebida favorita es el agua natural, la mayoría de las veces como saludable, estudio Kabbalah, ¡soy muy sana! Por lo mismo yo creo que nadie se atreve a ofrecerme “sustancias oscuras”.
Para explicarme mejor, literal mientras hacía cola en el cajero había buscado “Ayahuasca” en Google y esto fue lo que encontré (en Wikipedia): “Es una bebida utilizada por los pueblos indígenas amazónicos elaborada a partir de la combinación de dos plantas, la liana banisteriopsis caapi con otras plantas, en particular los arbustos psychotria viridis, diplopterys cabrerana y mimosa hostilis.
“Para sus defensores, los efectos de su ingesta promueven el acceso a estados modificados de conciencia en los que se suceden visiones, emociones diversas y procesos de catarsis a los que las tradiciones amazónicas reconocen un valor potencialmente sanador. También puede producir descompensaciones y brotes psicóticos. Se conocen casos en los que el consumo de ayahuasca produjo ataques de pánico, ansiedad, euforia, alucinaciones, delirios y cuadros de esquizofrenia”. OH, MY GOD!!! ¿En qué me metí?
El abuelito (como cariñosamente se les llama a los hombres-medicina) José Lorenzo Morales fue el encargado de darnos la cucharada –bien colmada– del líquido medicinal; al lado estaba su acompañante, Jesús Salas, quien ofrecía un trago de agua, que por supuesto acepté.
Una amiga tenía razón: ¡sabe a Broncolín!, sólo que activado a la décima potencia. Sabe como a propóleo en máxima concentración.
La tragué como pude y me fui a mi tapete. Gaby me recomendó sentarme, pero me sentía mareada, así que decidí recostarme. Primero lo hice sin almohada, luego sí la necesité, así que puse mi mochila. El sostén en la nuca era imperativo. Me puse las manos en el vientre y no las volví a sacar hasta entrada la madrugada.
Se nos recomendó estar en silencio durante la siguiente hora y media. Fue un momento muy especial, pero alucinante. Empecé a ver las ramas del árbol como si fueran manos maléficas. Sentía que salían bichos de mi cuerpo; una mezcla de arañas, mosquitos y cucarachas. “Así se sienten la envidia y los celos”, reflexioné.
Entonces empecé a sentir con mayor intensidad los efectos de la bebida. Veía mandalas por todo el cielo y el corazón se me disparó, taquicardia total. El estómago me empezaba a molestar.
Antes de seguir, dos comentarios. Uno, desde el inicio te advierten que puedes tener cuatro reacciones: chumado (mareo, como si estuvieras borracho), purga (diarrea), alivio (vómito) y/o pinta (visiones).
Dos, no sé si conozcas los eco-baños… Son una especie de letrina, pero modernizada. La onda es que te tienes que sentar muy bien, hasta atrás del excusado, para que la pipí caiga en una especie de recipiente blanco y la popó en la tierra; si te sientas en la orillita de la taza, ERROR. El recipiente blanco se embarra de materia fecal ¡y terror seguro para el próximo usuario! Cuando terminas de hacer tus necesidades, echas aserrín a la tierra para que no huela mal y cierras la tapa para evitar que se acerquen las moscas.
Yo había hecho pipí y para nada se me antojaba que me diera diarrea. Éramos 50 personas, el baño sólo estaba iluminado con una vela… Así que me concentré, me empecé a sobar el vientre con movimientos ascendentes y le dije a mi cuerpo: “Por fa alíviate mejor hacia arriba que hacia abajo”. ¡¡¿Creerás que me hizo caso?!! Tampoco vomité, sólo falsas alarmas, como reflujo severo, pero no fui al baño hasta llegar a mi casa, el sábado a las 9 de la mañana.
Todo esto para decirte que efectivamente pienso que tenemos más dominio sobre nuestro cuerpo del que creemos. ¿El famoso “mente sobre materia”? ES REAL.
Y ES CASI UNA EXPERIENCIA RELIGIOOOOSA
Sería aproximadamente la 1 de la mañana cuando Balmes anunció la segunda toma. “¡No quiero!”, pensé para mis adentros, “¡ni loca!, yo aquí me quedo acostadita en mi tapete”.
Al volver Gaby de con el taita, me dijo “¡Ve! Vale la pena” y yo claramente le di el avión. Fingí que iba al baño, pero me cachó. Entonces se acercó a mí Jorge y le dije “no sé si deba, mi cuerpo no quiere”. “Como quieras”, me respondió, “pero si ya estás aquí, aprovecha. La primera toma sirve, pero la segunda es la que te ayuda realmente a sanar”.
Otra cosa que me animó a esa segunda toma fue el dinero. Además de ser súper sana, soy muy ahorradora. Entonces pensé: “¿$1,500 pesos por una cucharadita? ¡Nooombre!” Y fui por mi cucharada, menos colmada que la anterior. Agrego rápidamente: hubo una tercera toma, pero esa fue opcional. Yo la dejé pasar.
Volví a mi lugar, me acosté en la misma postura y ahora sí me dormí una hora (según mi Fitbit, porque yo juro que siempre estuve alerta, pero bueno). Esta vez sí que visualicé.
Aquí sí entraría a un tema muy, muy, demasiado personal… En síntesis lo que te quisiera compartir es que a veces uno cree que ya cerró exitosamente un ciclo; que aquello que pasó –y que dolió horrible– ya quedó atrás, ¡superado! Y NO. A veces se queda ahí, atorado, bloqueado, bien guardadito, dañándonos en silencio, sin percibirlo, sin ser conscientes de ello, y por lo tanto, dejándonos incapaces de sanar y avanzar.
Algo así sucedió con lo que me enfoqué en sanar… Fue como tener a las personas involucradas en vivo y a todo color. Platicamos, lloramos, nos abrazamos, nos perdonamos… Fue mi método: me fui pregunta por pregunta, intención por intención. Recibí las respuestas más sencillas y más sabias que jamás había escuchado, respuestas que seguramente ya habitaban en mí, pero que pocas veces me doy oportunidad de escuchar porque estoy demasiado ocupada “estando bien”, “saliendo adelante”, “triunfando y siendo exitosa”.
Entre sueños escuché: “Ustedes 20, pásense para acá. Llegó la hora de la limpia”. “¿De la quéeee? Yo sólo quiero estar acostada cerrando ciclos”, pensé. Pero no me dejaron.
Nos sentamos alrededor del fuego mientras los chamanes cantaban, danzaban y caminaban –tanto por adelante como por atrás de nosotros– rezando (aunque en otro lenguaje), moviendo un manojo de plantas. Yo seguía mareada. La cabeza me daba vueltas y me pesaba demasiado.
Fue desesperante. ¡Quería ver la danza!, ¡quería disfrutar de la música tan hermosa!, ¡quería poner atención a la letra de las canciones!, ¡quería atender a todos los mensajes y a los mensajeros!, pero lo único que podía hacer era mantenerme sentada lo más derecha posible (y ni eso logré al 100, ¡me desmoronaba como mazapán!).
Volvimos a nuestros lugares en silencio. Gaby y Sofía deambulaban por ahí, pero yo nuevamente preferí acostarme con las manos en el vientre. Entre el frío y la sanación, era donde las necesitaba.
Entre vómitos, eructos, gritos, llantos y rezos, se hizo de día. La luna cedió su lugar al sol. Seguíamos “dopadas”, pero estábamos en paz, la energía era otra. Nos abrazamos, platicamos un poco y nos tomamos una foto, primero el grupito de amigas y luego, como fans, con el taita.
No me preguntes cómo llegué a mi casa, no tengo ni idea. No sólo traía las pupilas mega dilatas, ¡no veía nada con claridad! Llegué a dormir una hora porque tenía un compromiso al cual no podía faltar. Una vez terminada mi cita volví a conciliar el sueño hasta que me desperté por el granizo.
Bueno, antes lloré como Magdalena. Me acordé de la Candy, una perrita hermosa que tuve a los 11 años, a la que ¡¡le cortamos la cola!! para que se viera “más bonita”. ¡¡QUÉ LOCURA!! De verdad gracias a Dios que ya hay más conciencia. ¡¡No sé cómo me atreví a hacerle eso!! ¡¡Madre santa, cómo he llorado!! Sobra decir que también la vi, la abracé y le pedí perdón.
Cuatro días después, el proceso sigue. Incluso hicimos un chat de Whatsapp para continuar con la reflexión. ¡Es impresionante lo que se puede ver (que no digerir) en 12 horas! El viaje continúa…
Antes de despedirme y agradecerte por leer el post más largo de la historia, quisiera darle las gracias a los taitas colombianos del pueblo Cofán.
Gracias por hacer de esta experiencia algo completamente espiritual y sanador. Ahora sé que la ayahuasca es considerada un tipo de droga, ¡válgame Dios! Pero bueno, con sinceridad te digo que quizá haya grupos o reuniones donde sea tomada como tal; definitivamente este no fue el caso.
Lo que yo viví fue una ceremonia divina, un ritual lleno de protocolo, magia, sanación, silencio y sabiduría, y por ello me siento profundamente bendecida y agradecida.
¡Ahó Metakiase!
Pd.: algo me dice que los eco-baños son lo del futuro.
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