Cuando me invitaron a Puerto Vallarta, lo primero que pensé fue en las horas que podría pasar tirada al sol, tomando piñas coladas y agarrando un colorsazo. Dicen los vallartenses que esta es quizá la época del año en que más humedad se registra en el puerto y no mienten.
Apenas salí del aeropuerto y mi cuerpo ya pedía alberca. Imaginen mi felicidad cuando fui recibida en el hotel con un delicioso coctel de mezcal y una toallita húmeda para refrescarme. Después de registrarme, los organizadores del viaje me entregaron la agenda de los siguientes 4 días y ahí mi sueño de descanso tropical se esfumó. Me esperaba una lista interminable de lugares para visitar y si quería comer algo antes de salir a la primera parada del apretado itinerario tenía que darme prisa. Y ahí me ven, me instalé de volada en mi habitación –no sin antes disfrutar un ratito la vista espectacular desde mi ventana–, corrí al restaurante, con trabajo elegí entre las delicias del buffet, regresé al cuarto para un regaderazo fresco y sin mucha producción encima bajé sintiéndome muy orgullosa de estar apenas cinco, sí, cinco minutos por encima de la hora de la cita. Pffff… solo me esperaban a mí, y el resto del grupo me recibió con cara de “a ver a qué hora”.
En fin, tras un breve trayecto llegamos al hermoso centro de Vallarta. No había cambiado nada en estos cinco años que tenía de no venir. Las mismas calles empedradas, muy empinadas y casi todas con vista al mar.
Y ahí estaba mi primer descubrimiento de este viaje: el Chocomuseo. Sí, leyeron bien, un museo dedicado a esa delicia.
Museo del chocolate
Ahí no solo te explican a detalle la historia del cacao, también la de su producto estrella: el chocolate, pero esto no solo te lo platican ¡te enseñan a hacerlo!
Así es, el Chocomuseo de Puerto Vallarta pertenece a una franquicia presente en otros seis países de América latina y es el único en suelo mexicano. Su razón de existir es brindar a los visitantes una experiencia completa en torno al chocolate a través de distintos talleres; y cuando les digo completa, no lo digo al aire.
Entre historia e historia y guiados por los maestros chocolateros, nos tocó tostar, pelar, moler, mezclar, colar, volver a batir, calentar, enfriar, batir, enmoldar y muchos otros verbos que de seguro estoy omitiendo. Al final, logramos tres productos distintos y deliciosos: un té de hojas de cacao, una bebida maya de cacao con miel y ¡chile!, que según nos contaron en tiempos pre colombinos contenía también sangre de los cuerpos sacrificados a los dioses –ingrediente que nadie echó en falta, ja– y que a decir verdad a pesar de lo exótico que suena la mezcla, sabe bastante bien y por último, por supuesto, pequeñas piezas de chocolate macizo relleno con distintos tipos de licor que nos quedaron francamente sabrosos.
Terminando la experiencia chocolatosa, el sol seguía cayendo a plomo y era el momento perfecto para una caminata por el espectacular malecón que en Vallarta es cien por ciento peatonal.
De todas las veces que lo he caminado, jamás lo había disfrutado tanto. Claro, era un lunes laboral y estaba casi vacío, pero no del todo, por suerte el que no faltó fue el vendedor de tuba, una bebida típica vallartense que hacen a base de palma de coco, te la sirven con trozos de manzana y nuez y kilos de hielo por cada vaso… no puedo describirles lo deliciosa y refrescante que es.
Un vaso de medio litro se toma en menos de lo que ustedes están leyendo esto y literalmente te regresa a la vida. Yo, antojada como soy me tomé dos vasotes y con eso quedé lista para todo lo que me faltaba por conocer y probar en este viaje a Vallarta que por todas las sorpresas que me tenía reservadas, bien podría llamarlo “como si fuera la primera vez”. Ya les contaré más.
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Agradecimientos especiales a:
- Fideicomiso Puerto Vallarta
IG @visitpuertovallarta
- Sheraton Buganvilias Resort & Convention Center
IG @sheratonpvr
- Chocomuseo
IG @chocomuseo_puertovallarta
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