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Me encanta cocinar. De verdad, me relaja, distrae mi mente siempre hiperactiva. Esto, calmar mis hambrientas neuronas, solo lo consiguen dos cosas: el deporte y la cocina. Bueno, también el sexo, aunque eso es algo taaan lejano que no tiene valor estadístico.

A lo que voy: me encanta cocinar. Cierro la puerta, a veces pongo mi música favorita, casi siempre me sirvo una copa de vino y me entrego a lavar, cortar, freír, hervir, asar, rebozar, empanar… Me relaja tanto que incluso disfruto lavando los trastes. Nada supera la imagen de la cocina limpia y ordenada, con el guiso humeante listo para ser servido.

Sin embargo hay veces que la pereza, el cansancio u otro enemigo de la calma me quitan las ganas de cocinar. Tengo la suerte de que siempre cuento con mi esposo, listo para intervenir donde yo o no puedo o no quiero llegar. También tengo la suerte de contar con tres hijos activos que disfrutan haciendo cualquier cosa. Y ahí viene el peligro, porque a ellos también les gusta muchísimo cocinar.

Cocinar con tus hijos no tiene nada que ver con las fotos que vemos en Instagram, cocinas impolutas, madres divinas con hijos de ensueño cuchara de madera en mano. Pues no. Cocinar con tus hijos es un poco estresante al principio porque no se trata de que sean tus ayudantes de cocina, sino de que seas tú quien les ayude a ellos.

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Mis hijos no cocinan viendo cómo cocinamos su padre o yo, ellos cocinan sartén en mano, cuchillos en mano, manos rebozadas de harina y huevo, pringadas de aceite, pisando un suelo sembrado de trocitos de cualquier cosa que hayan cortado. Seamos sinceras, eso es cocinar con tus hijos, lo demás es posar para Instagram. Sin embargo, varios años después de aquel comienzo, puedo decir orgullosa que mis hijos a veces cocinan (solo y exclusivamente cuando ellos quieren, por supuesto).

La especialidad de Elsa es la Nube Azul Fría. Que ni es ligera como una nube, ni es azul ni está fría. Pero le puso ese nombre y así se quedó. En realidad es una masa de hojaldre rellena de carne picada previamente sofrita con cebolla, ajo y tomate picado. Lo mete al horno y veinte minutos después espolvorea queso rallado y nos chupamos los dedos.

Leo prefiere la repostería, le fascina hacer bizcochos con cualquier ingrediente comestible. Eso quiere decir que a veces nos lo comemos y a veces no. Pero siempre, siempre, le felicitamos y comentamos lo que su sabor o textura despierta en nuestros paladares.

Blanca se decanta por la pasta, le gusta poner los macarrones o los espaguetis a hervir y comprobar cada minuto si están o no al dente.

Dejar a nuestros hijos cocinar es dejarlos experimentar, con supervisión pero sin «supercontrol», estar sin molestar, lo justo para que la cocina sea un lugar seguro para ellos. Es fregarlo todo después, es aceptar que ni vas a comer saludable, ni a la hora que quieres.

Cuando cocinan mis hijos sentarnos a la mesa es un placer, no por lo que comemos, sino por la conversación que se genera, por el orgullo que les sale por los ojos, por su contagiosa satisfacción.

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