En tiempos en que las redes sociales juegan un papel protagónico en la información y datos que compartimos y consumimos, es triste que siguen y siguen reportándose casos de abuso y de violencia hacia las mujeres y que muchas de las reacciones inmediatas a través de dichas redes, son la falta de credibilidad a la mujer, porque el agresor, «no parece capaz» de haber cometido la conducta o bien, se justifica la misma, porque «la mujer se expuso a la situación».

Soy mamá de 3 varones y de una niña y me indigna por igual la situación, porque nos volvemos parte del problema cuando no resolvemos o actuamos contra el problema.

No puede ser que sigamos pensando que las conductas inapropiadas son «normales», que atienden a una situación en particular en la que muchas veces «era lo esperado» que sucediera porque la mujer víctima de la conducta permitió «la agresión» al dormirse, consumir alcohol, consumir drogas, usar ciertas prendas de vestir, salir a ciertas horas, etc.

Me enferma y me da repulsión enterarme de estas situaciones, porque las agresiones se están incrementando, dentro y fuera de la casa y vienen de personas que las mujeres no conocen y de las que conocen: eso incluye familia, amigos, colegas de trabajo, vecinos, etc.

¿Qué no hay manera de estar seguras? ¿De verdad tenemos que vivir las mujeres en un estado de alerta incansable para protegernos, incluso de quienes se supone que nos aman? Que si la violencia laboral, sexual, física, emocional, psicológica, financiera, obstétrica… ¿Ya merece tantas clasificaciones la violencia de género?

¿En qué momento se ha dado un permiso social colectivo para que esto siga pasando y que incluso, personas (ridículamente) «famosillas» sientan que pueden ir por la vida abusando de otras personas porque no existe el riesgo de denuncia dada su fama, o bien, si los denuncian, pues nadie les va a creer?

Soy abogada de profesión y desde el punto de vista legal tengo certeza de que la falta de denuncia de la conducta ilícita, fomenta la comisión del delito. Mientras menos se alce la voz, mientras menos se exponga el tema, mientras menos se ejerzan consecuencias (reales, de la que realmente te cambian la vida), menos va a dejar de pasar el delito. Acosadores (hombre y mujeres) hay cada vez más, o simplemente se sienten con el derecho de llegar más lejos y pasar del acoso, a la agresión, aunque acosar a alguien, sea un acto agresivo en sí mismo.

Hay denuncias en contra de personas que ocupan cargos de confianza en organizaciones públicas y privadas que se suponen serias, hay denuncias contra «menores» que se supone vienen de familias educadas y que tienen acceso a cierta formación que se interpreta como adecuada. Hay denuncias contra personas que ocupan puestos en el gobierno, en los medios, padres de familia, hombres casados (a mí me da igual el estado civil), pero a lo que voy es que se supondría que en una sociedad funcional, las conductas ilegales vendrían de personas cuya adaptación social es dudosa… ya vemos que no.

Estamos más ocupados en hacer famosos a los agresores poniendo en duda las declaraciones de las víctimas, que preocupados por detener esta situación de manera absoluta porque es inaceptable.

Es inaceptable que algunas mujeres crean que sus parejas pueden violentarlas porque no tienen la intención de hacerlo, porque es el carácter del otro, porque así lo trataban en su casa, porque no es mala persona en realidad…

La realidad es que los agresores (hombres y mujeres) al justificar su indeseada conducta se comportan más como animales que como personas, y no merecen que los demás «justifiquen» el porqué actuaron de «x» o «y» manera.

Dejemos de «normalizar» desde la casa las conductas agresivas: el uso pasivo o agresivo de palabras que dañan, la manipulación, los complejos del otro que obligan al que lo acompaña a creer que de alguna manera merece sus malos tratos y malos modos. Es un absurdo.

Las cosas por su nombre: NADIE merece ser violado, violentado, agredido o lastimado, no importa qué. Nadie es dueño de nadie y no tiene derecho a ejercer conductas que mermen su integridad, salud (física o mental), su amor propio, su patrimonio. No es posible creernos tan avanzados en el uso y consumo de la tecnología y comunicación y seguir fomentando una cultura abusadora entre las personas.

Basta.

Niños y niñas merecen crecer en una sociedad en la que reine el respeto mutuo, la libertad de pensamiento, el libre albedrío en general. Pensar diferente no le derecho a nadie a ir contra de su opositor, las diferencias nos enriquecen. Dejemos de buscar y de aplaudir mecanismos que protegen al delincuente: SÍ, porque si cometes una conducta prohibida te convierte en un delincuente, te cachen o no, te denuncien o no. Dejemos de tapar el sol con un dedo y de hacer famosas a personas que no aportan nada a la sociedad. Mi papá decía: «lo que está mal, está mal, aunque todos lo hagan; y lo que está bien; está bien, aunque nadie lo haga».

Asumo que no es sencillo salirse de situaciones y de relaciones tóxicas, que hay muchos factores que nos hacen creer o pensar que vivir en ellas es lo que hay y es lo que toca, pero NO. Siempre hay opciones, siempre hay otras posibilidades, y si no somos nosotros quienes estamos en la situación; toca alzar la voz por lo que sí lo viven, ofrecer apoyo, soluciones, denunciar… y no volvernos parte del problema. No opinemos sobre la violencia si ello se traduce en fomentarla. Dice mi adorada Cris Mendoza de este medio que amo: «urge cambiar las formas en que se comunica.»

Si alguien denuncia un abuso, comencemos por creerlo, no estamos en una sociedad libre de estas formas de vida, si resulta falso, los elementos lo comprobarán, pero si resulta verdadero, no fuimos parte de tapar la agresión, de normalizarla o peor aún, de celebrarla desacreditando a la parte agredida.

Basta.

Karla Lara


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