La muerte de un bebé es un tabú desde muchos lugares…, porque tristemente es una realidad poco visible, negada y poco reconocida social y culturalmente, sumado a que por lo general, no sabemos cómo manejar lo que nos da miedo, y en consecuencia lo apartamos y lo aislamos.
El duelo por la pérdida de un bebé se vive como toda muerte de un ser amado: con angustia, con dolor. Perder a un bebé que se espera o a un bebé que nace y se queda muy poco tiempo con nosotros es una experiencia real y el duelo es necesario, no importa cuánto tiempo estuvieron en nuestras vidas o cuán pequeños eran, la huella y el espacio vacío que dejan pueden ser inmensos.
El embarazo supone el inicio de ilusiones, de sueños y proyectos, cuando esto no llega a su culminación, el sentido de la maternidad se corta y se interrumpe abruptamente: es la alegría de la noticia de la llegada de un bebé, seguida del shock por el anuncio de su pérdida, es algo que ninguna madre y ningún padre esperan vivir y que trae consigo además del dolor y la tristeza, el miedo, como compañero inseparable de un posible futuro embarazo, es una pérdida que se vive en muchos casos en soledad, aislamiento y desinformación.
Y es que es una verdad innegable que con la vida nace la muerte y todos sabemos que morimos un poco cada día desde que nacemos, pero por alguna razón, perder a un bebé en la etapa temprana de su formación es algo que se niega, que no se platica y por eso quienes lo viven sufren además por la falta de comprensión y de validez.
El inicio de la maternidad
Cuando se sabe que se tendrá un bebé, su gestación no solo se da en el útero de la madre, empieza a habitar en su mente, en su corazón, aun cuando el embarazo y sus cambios sean imperceptibles para los demás, la gestación es física, mental y emocional y supone toda una transformación, una revolución de hormonas, sentimientos y pensamientos. Sumado a esa naturaleza, sigue el anuncio de la llegada del bebé a los seres queridos, la anticipación a un proyecto futuro que nos lleva a planear su llegada, le dedicamos amor y tiempo y se suma la tecnología que nos permite confirmar su existencia, nuestra vida cambia: ya somos madres.
Cuando se desea un bebé, el embarazo confirmado se recibe con alegría, con euforia, con emociones que se comparten con las personas que amamos: pareja, otros hermanitos, familia extendida, amigos… y cuando un bebé no llega a los brazos de mamá, tampoco llega a los brazos de todas esas personas que lo aman.
Esta pérdida trae consigo una crisis dolorosa, que se intensifica cuando nos damos cuenta que nos ha cambiado por siempre y que a pesar de que nuestro mundo se ha parado por un momento, la vida alrededor sigue y no se detiene y a veces no tenemos tiempo para llorar y sentir su pérdida, para reconocer y recordar su existencia y lo feliz que nos hizo su vida en la nuestra y luego, de a poco despedirnos y dejar ir a nuestro bebé.
Perder un bebé nos marca un antes y un después.
El tamaño o la edad del bebé que se pierde no es la medida del dolor, el dolor como el amor no tiene medidas, no existe un “dolorímetro”, no se sufre menos o más por que se perdió al mes o a los 5 meses del embarazo, o por ser el primero o el tercer hijo, el dolor es dolor y punto, porque se trata de un hijo. Tampoco desaparece en el tiempo, en este caso el tiempo no lo cura todo, pero sí ayuda para ver lo sucedido desde otra perspectiva, porque todo hijo, nacido o no, enseña algo vital a sus padres.
Existen factores que hacen más difícil la pérdida del bebé, como la falta de reconocimiento general del estatus de madre o padre porque el bebé no nació, la culpa que se puede llegar a sentir individualmente o generada por elementos externos “¿Qué hice mal?” “¿Por qué si me dijeron que todo iba bien?” “¿Por qué yo si me cuidé mucho?” “Te dije que no usaras tacones” “Es que estás muy delgada y no comes bien”…, la exigencia propia y ajena de reponernos pronto, la experiencia del trato del personal médico, el posible trauma físico además del emocional y todo persiste en la memoria por el estado de vulnerabilidad que se experimenta.
A un bebé lo pierden principalmente sus padres, que muchas veces dependiendo de la edad gestacional del bebé no lo ven, no lo conocen, no existe una licencia laboral para la pérdida de un bebé, si no hay bebé, no se concede incapacidad; un bebé esperado y anunciado se pierde en familia: lo sufren los abuelos y quienes nos aman, a veces también lo sufren los hermanitos y esa es otra historia, porque los niños deben comprender esa muerte a pesar de que son seres emocionalmente más inteligentes que los adultos, pero en el dolor somos como cuerdas de guitarra que vibran juntas. Perder un bebé puede derivar en perder a la pareja si no se hacen los ajustes necesarios, así, la muerte de un bebé, como su nacimiento, es un gran acontecimiento.
“La sabiduría consiste en saber cuál es el siguiente paso; la virtud, en llevarlo a cabo” –David Starr Jordan-
¿Qué sigue a la pérdida?, ¿cómo se logra la recuperación emocional, la reintegración a la vida?
•Buscar y participar en un grupo de apoyo, hablar de la experiencia con quienes hayan pasado por lo mismo sirve para reconocer y validar nuestras emociones.
•Cuidarse y tratar de estar mejor sin remordimientos, porque lo que no se habla duele y el cuerpo habla por nosotros, supone un esfuerzo inmenso pero vale la pena hacer algo mínimo cada día. Nuestra naturaleza será buscar la salud.
•Tomarnos un tiempo para el duelo, el que el alma necesite, buscar acompañamiento: de la pareja, de la familia, de una doula, de un amigo.
•Ser pacientes con uno mismo, el duelo y el dolor no se esfuman, pero se viven con menos intensidad en ciertos momentos.
•Llorar tanto como sea necesario, llorar es sanador, hacer espacio al llanto puede ayudarnos infinitamente, vivir el sufrimiento nos hace salir de él.
•Buscar actividades que nos den paz o que nos ayuden a sacar la ira, pertenecer a grupos nuevos ayuda para procesar la experiencia sin estar expuestos a preguntas.
•Reconocer la existencia de nuestro bebé, guardar algún recuerdo físico al que recurrir cuando sea necesario: la prueba positiva del embarazo, una ecografía, una mantita, sembrar un árbol, hacer un tatuaje, cualquier ritual que represente al bebé.
•Escribir nuestros sentimientos: los violentos, los dulces, los amargos y repasarlos en el tiempo (iremos percibiendo cómo evoluciona nuestro sentir).
•Hablar y acercarnos a nuestra pareja, el dolor puede vivirse de manera y en tiempos distintos, pero cada uno sufre y una experiencia así puede acercarlos en el amor.
•Tratar de encontrar un aprendizaje en lo vivido, compartir nuestro dolor para repartirlo con quienes amamos.
•Recorrer y reconocer el duelo porque habrá una vivencia de crecimiento personal, quienes lo han hecho nos transmiten que vale la pena.
•Protegerse de situaciones o personas que nos incomoden y rodearnos de personas positivas.
A veces tendremos respuestas a lo sucedido, otras no, las emociones serán una montaña rusa persistente en el tiempo. El duelo nos ofrece un camino de aprendizaje, puede ser una oportunidad de descubrimiento de nuestra fortaleza, nos debemos autorizar ese duelo a pesar de nuestra maternidad o paternidad no estrenadas, somos madres y padres y el dolor, queramos o no, nos hará crecer.
Twitter de la autora: @KarlaDoula
Fuente de referencia:
“Las Voces Olvidadas”, Pérdidas Gestacionales Tempranas, Álvarez Mónica, Claramunt M. Ángeles, Carrascosa Laura G., Silvente Cristina, Ed. OB Stare
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