
Cada noche del 15 de septiembre, una voz resuena desde el balcón del Palacio Nacional y en las plazas de todo México, replicando las palabras que, según la tradición, encendieron la chispa de una nación. El Grito de Independencia es el ritual cívico por excelencia, un momento de catarsis patriótica y celebración comunitaria. Pero más allá de los fuegos artificiales, la música y el fervor del momento, ¿qué nos enseña realmente aquel llamado de 1810 para el futuro? Al despojarlo de su bronce ceremonial, encontramos un manifiesto de ideales de libertad y justicia cuyo eco sigue resonando en las luchas del presente.
Para comprender su vigencia, es crucial regresar a su contexto histórico. En la madrugada del 16 de septiembre de 1810, el cura Miguel Hidalgo y Costilla no solo convocó a un levantamiento armado. Su llamado en el atrio de la parroquia de Dolores fue, en esencia, un grito contra la opresión. Más que un simple «¡Viva México!», fue un «¡Abajo el mal gobierno!», una condena directa a un sistema colonial que durante 300 años había perpetuado la desigualdad, la explotación de las clases bajas y de los pueblos originarios, y la concentración de la riqueza y el poder en manos de unos pocos. Hidalgo no luchaba por una bandera, que aún no existía, sino por la dignidad, la soberanía y la justicia social.

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Libertad y justicia: los pilares que no envejecen
Los dos conceptos centrales que impulsaron el movimiento insurgente, la libertad y la justicia, son universales y atemporales. Sin embargo, su significado se transforma y adapta a los desafíos de cada época. La relevancia del Grito hoy no radica en replicar una batalla contra un imperio extranjero, sino en entender cómo estos ideales se aplican a las luchas contemporáneas.
La «libertad» en 1810 era la emancipación del yugo español. En el siglo XXI, la libertad adopta nuevas formas. Es la libertad de expresión frente a la censura y la violencia contra periodistas. Es la libertad de vivir sin miedo en un país azotado por la inseguridad. La libertad económica para no estar subyugado a la pobreza extrema o a sistemas laborales precarios. Y es la libertad de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos y a vivir libres de violencia de género. Cada vez que una persona alza la voz para defender estos derechos, está reinterpretando el ideal de libertad que motivó a los insurgentes.
Del mismo modo, la «justicia» que anhelaba Hidalgo buscaba desmantelar un sistema de castas que discriminaba por origen racial. Hoy, la lucha por la justicia continúa en diferentes frentes. La vemos en los movimientos de los pueblos originarios que defienden sus territorios y su autonomía frente a megaproyectos extractivistas. La encontramos en la incansable búsqueda de verdad y justicia de los familiares de personas desaparecidas, como el emblemático caso de Ayotzinapa, que claman por el fin de la impunidad. La justicia es también el motor de las protestas feministas que exigen un alto a los feminicidios y la construcción de una sociedad equitativa.
El grito en el siglo XXI: las nuevas batallas por la Independencia
El famoso llamado de Hidalgo a derrocar el «mal gobierno» es, quizás, la frase con la resonancia más potente en la actualidad. La lucha contra la corrupción, la falta de transparencia y el abuso de poder son las batallas modernas por una segunda independencia: la independencia de las estructuras internas que frenan el desarrollo y perpetúan la desigualdad.
Cuando la sociedad civil se organiza para exigir rendición de cuentas a sus gobernantes, cuando los ciudadanos demandan servicios públicos de calidad, o cuando se manifiestan pacíficamente para oponerse a políticas que consideran injustas, están canalizando el mismo espíritu de insurgencia. Las redes sociales, hoy convertidas en las nuevas plazas públicas, son a menudo el escenario de estos «gritos» modernos, donde se denuncian injusticias y se moviliza a la acción colectiva. Esta lucha por un gobierno que realmente sirva al pueblo y no a intereses particulares es la continuación directa del anhelo de 1810 por un orden más justo.

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Figuras de la constancia: el legado de Hidalgo en el mundo moderno
Los ideales del Grito de Independencia no son exclusivos de México; pertenecen al patrimonio de la humanidad en su larga lucha por la dignidad. A lo largo de la historia reciente, hemos visto a figuras que, en sus propios contextos, encarnan este espíritu. El legado de Nelson Mandela en Sudáfrica, quien luchó contra la injusticia institucionalizada del apartheid para construir una nación basada en la igualdad, es un claro ejemplo de esta perseverancia. Su vida demostró que la libertad es indivisible y que la justicia es el único cimiento sólido para la paz.
De manera similar, la joven activista Malala Yousafzai, al desafiar al extremismo para defender el derecho de las niñas a la educación, libra una batalla por la forma más fundamental de libertad: la que nace del conocimiento. Su lucha nos recuerda que la opresión se combate no solo con las armas, sino también con libros y lápices, abriendo mentes y empoderando a las futuras generaciones. En América Latina, figuras como la guatemalteca Rigoberta Menchú Tum, defensora de los derechos de los pueblos indígenas, continúan una lucha que se conecta directamente con las causas que movilizaron a las masas insurgentes en México.
El Grito de Independencia, por tanto, no es una pieza de museo. Es un recordatorio activo de que la construcción de una nación es una tarea permanente. Nos enseña que la libertad y la justicia no son regalos, sino conquistas que deben defenderse y expandirse cada día.
Y es que, honrar a los grandes de 1810 se trata de darle valor a sus legados y continuar construyendo un país con unión cívica, fomentando a los más peques, la importancia de formar una sociedad a base de trabajo, responsabilidad y respeto. Se trata de crear el futuro que queremos, uno libre y soberano para todos los mexicanos.
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