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¿Cuántas personas conoces que se escandalizan ante expresiones como “todes”, “nosotrxs” o incluso ante una “ingeniera” o “médica”?

¿Cuántas veces has escuchado comentarios irónicos o francamente burlones al referirse a lo que califican incluso como el “lenguaje de las feminazis”?

Seguramente has visto suceder todo lo anterior muchísimas veces y tal vez, hasta sientas identificación con algún caso.

Y yo tengo dos opciones: despotricar o tratar de entender desde dónde ven las cosas quienes dicen eso. Justo eso elijo.

Empecemos aclarando que esto no se trata de una moda ni mucho menos de una ocurrencia de alguna mujer resentida y/o enemistada con el género masculino. No.

Es importante también subrayar que el lenguaje es mucho más que gramática.

Para María Julia Pérez Cervera, coordinadora y co-autora del “Manual para el uso no sexista del lenguaje” editado por la CONAVIM (Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres), el lenguaje es la herramienta más poderosa de socialización y es a través de ella que aprendemos a calificar, menospreciar, discriminar y en resumen, a pensar.

Por eso es vital la resignificación. Porque un cambio de lenguaje, se traduce en un cambio de pensamiento y con ello se alcanza un cambio de percepción.

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Es innegable que en nuestro vocabulario existen expresiones que refuerzan estereotipos de género y reflejan usos y costumbres que durante siglos han colocado a la mujer en una posición desigual. Y aquí ejemplos sobran: desde la utilización de lo femenino como equivalente a descalificación (“lloras como niña”) hasta la estigmatización (“chisme de viejas”) pasando por la invisibilización (“damos la bienvenida a todos los presentes”). Porque no, el artículo masculino no es genérico, es excluyente. Y todo lo anterior es una expresión más de violencia de género.

Y es que el imaginario colectivo se construye con palabras. Ahí radica la trascendencia no solo de lo que se dice, sino de cómo se dice y aún más, de lo que no se dice. Parece juego de palabras, pero lo que está en vilo es la dignidad como personas de millones de mujeres.

LO QUE NO SE NOMBRA, NO EXISTE

Si esta afirmación nos parece exagerada imaginemos un proceso de aprendizaje, de lo que sea, en el que no se tuviera acceso al lenguaje oral o escrito acerca de aquello que pretendemos aprender. Si es alguna disciplina física, algo podríamos lograr por medio de la imitación, pero sin duda cuando de ideas abstractas se trata, necesita del lenguaje para existir.

Y solo para puntualizar diré que casi estoy segura que en un país con la riqueza histórica de México somos testigos del papel fundamental del lenguaje en la transmisión de la cultura y la idiosincrasia ancestral.

Si todo lo anterior nos hace al menos un poco de sentido, ¿por qué nos cuesta tanto trabajo entender la importancia de lo que se nombra y cómo se nombra?

Yo en un ejercicio de empatía diría que todo es cuestión, otra vez, de historia. Si tomamos en cuenta que la RAE (Real academia de la lengua española) –a cuya autoridad se remiten todas aquellas personas que descalifican el lenguaje incluyente – fue fundada en 1713 y que en la relación actual de las 46 personas que integran su pleno solo podemos contar a 8 mujeres, podemos empezar a contextualizar. Si además tomamos en cuenta que la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer fue aprobada por la Asamblea General de Naciones unidas a finales de 1993, el contraste es ahora evidente. Es decir, entre el reconocimiento formal de un fenómeno social y la institución que pretende normar la manera en que ese fenómeno debe expresarse hay 280 años de diferencia. Sí, casi tres siglos.

También la historia nos ha demostrado que los movimientos sociales van siempre uno o varios pasos delante de las instituciones y este caso no parece ser la excepción. También es cierto que el lenguaje es dinámico y evolutivo y estoy segura que tarde o temprano veremos a la RAE reconociendo las expresiones del lenguaje incluyente. Y no es que su validación sea determinante, pero eso tal vez calme la conciencia de algunos puristas.

Y es que si dejamos de usar palabras como escribano o zaguán por ya no reflejar una realidad actual, esperemos que todas las expresiones machistas, misóginas y violentas también entren en desuso. No será un proceso breve pero en tanto yo hago votos para que ambos bandos trabajen en su empatía y dejen el enfrentamiento y la descalificación al de enfrente porque eso, también es violencia.

Por ultimo diré que el Feminismo no se trata de exaltar lo femenino. Feminismo es una lucha contra la violencia. Una lucha para que todos los derechos sean para todas las personas. Suena diferente ¿cierto?.

Esa es la importancia de lo que se dice y cómo se dice.


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