A estas alturas de mi vida, comienzo a disfrutar lo que podría ser la experiencia de ser abuela. Es que, aunque aún no lo soy, ya soy tía abuela y me permite sentirlo de cerca, y puedo ver lo que es en varias amigas que ya lo están viviendo.
Es una experiencia que trae mucho para reflexionar. Por un lado, el recuerdo de cuando yo era nieta… todos los años que pasé en casa de mis abuelos maternos, y paternos (bueno, los que fungieron como tales), momentos deliciosos de compartir en una casa en donde una se sentía como en el paraíso.
Recuerdo el olor, la emoción y las sensaciones.
De niña, quedarme en casa de mis abuelitos era lo más maravilloso que me podía pasar. Mis abuelos me consintieron muchísimo y eso lo recuerdo como algo que me dio estabilidad y contención en mi infancia, y ahora que entiendo temas de impacto y lo que un niño necesita para sobrevivir puedo ver que lo que tuve en casa de mis abuelos fue indispensable para sostenerme.
En casa de mis tíos, que eran como mis abuelos paternos, aunque diferente, se sentía como si una flotara, por las cosas diferentes que se aprendían: ir al rancho y montar a caballo, conocer la vida de etiqueta, y aprender a atender, servir y explorar con clase y elegancia, era también todo un aprendizaje, divertido y a la larga, ¡útil!
Muchos años tuve la oportunidad de vivir con estas personas que acompañaron y nutrieron mi vida, y que fueron fundamentales para mi desarrollo.
Más adelante yo me convertí en madre y mi hija vivió experiencias maravillosas con mis papás, pero sobre todo con mi mamá, incluso con mi abuelita, tuvo la oportunidad de disfrutar de tres bisabuelas, que fue algo que yo no tuve.
Los domingos era tradición juntarnos a comer en casa de mi abuela, y eran días muy divertidos. Nos juntábamos mis papás, los hermanos de mi mamá con sus familias y los hermanos de mi abuela que sumaban una buena banda, y era muy divertido. Ahí crecimos todos, domingo a domingo, todos los niños siempre queríamos ir, y conforme nacían mis primos, crecía la familia y cada vez éramos más. Luego nosotros crecimos y aumentamos la familia y nos reunimos en casa de la abuela hasta que ella murió.
Todos lo recordamos con cariño y nostalgia, todos crecimos y aprendimos mucho de esa experiencia, y a su vez, las reuniones en casa de mis papás cuando sus nietos ya hacían presencia, fue un experiencia hermosa. Son cinco niñas y un niño, nosotras vivíamos fuera de la ciudad, así que cuando veníamos nos juntábamos todos en casa de mis papás y los niños se quedaban a dormir juntos felices, hacían shows, cantaban, bailaban, actuaban. Disfrutaban de su compañía y se gozaban mucho, así crecieron y continuaron unidos.
Hoy, en ese espacio que hace aproximadamente 28 años se convirtió en escenario en dónde todos los nietos cantaban, bailaban, y ensayaban shows y coreografías, ahora retoma su función con mi sobrino que empieza a llenar de risas y suspiros la casa de la bisabuela.
Agradezco que mi sobrina traiga a su hijo a que los bisabuelos lo gocen, porque ver la cara de mi mamá cómo se embelesa con el bisnieto, ¡no tiene precio! Y disfrutar las gracias que hace y la alegría que nos ha traído a todos, chicos y grandes es algo que nos llena de vida, nos alegra y nos trae esperanza.
La naturaleza es sabia, y los tiempos para vivir la vida es precisa, y todo nos trae la oportunidad de recordar lo vivido, celebrarlo y agradecerlo.
Para mí, vivir tantas experiencias con mis abuelos fue maravilloso, el ver a mis papás disfrutar a sus nietos ha sido un gran regalo, y ahora ver cómo nos arrebata con nueva alegría este pequeño ser que con una sonrisa nos hace suspirar y agradecer la vida y sus milagros.
Todo a su tiempo, y tener el tiempo de vivir las experiencias que nos da la vida es maravilloso, pero sobre todo agradecerlas.
Gracias por la oportunidad de alegrarnos la vida con tanta inocencia, chispa y ligereza, te amamos Santi, Rosy y Héctor por traernos tanto amor a la vida.
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