No hay un evento en el mundo que se parezca a los Juegos Olímpicos : inspiran, emocionan y le recuerdan a la humanidad que todavía existen la belleza, la esperanza y el esfuerzo individual o en quiero para lograr un sueño. Claro que después nos enteramos de que existen el doping, la grilla de sus federaciones y la mercantilización de sus atletas; pero hagamos de cuenta que no existe, y que todo sucede for the love of the game.
En nuestro país el historial olímpico es reducido en cuanto a medallas (61 en total), pero pareciera que el siglo XXI cambió gran parte de esa historia, cuando los jóvenes atletas nos han acostumbrado a recibir medallas, no solo de bronce y de plata, sino hasta de oro.
Particularmente, las chicas han dado muchas satisfacciones a nuestro país de manera olímpica. En México 68, Enriqueta Basilio fue la primera mujer en encender un pebetero: y en esa misma edición, la nadadora María Teresa Ramírez logró el bronce, que la convirtió en la primer mujer mexicana en colgarse una medalla.
El despertar femenino se tardó 32 años en llegar, con imborrables momentos de atletas que no olvidaremos nunca. La primera mujer mexicana que colgó una medalla de oro fue la fallecida Soraya Jiménez, en Sydney 2000. Fue en halterofilia, donde nadie se imaginó ni lo vio venir.
En Atenas 2004, la velocista Ana Gabriela Guevara, quien llegaba como la favorita para llevarse el oro en los 400 metros planos, se quedó con la plata, un escalafón después que la jovencita Tonique Williams, de Trinidad y Tobago. Ana llegaba precedida por una carrera impecable como campeona del mundo que no pudo coronar en la máxima justa deportiva. Después hizo carrera política con situaciones bastante desagradables, pero eso no cancela su brillante carrera deportiva.
En esa misma edición, la ciclista Belem Guerrero se llevó la plata, mientras que los hermanos Oscar e Iridia Salazar se llevaron sendas medallas: él la de plata y ella la de bronce en el Tae Kwon Do. Iridia, además, destacó por su belleza mexicana, al ser enlistada por las revistas de moda como una de las atletas más hermosas de Atenas 2004.
Beijing 2008 volvió a ver la bandera de México en todo lo alto cuando la taekwondoín sonorense María del Rosario Espinoza ganó nuestro segundo oro olímpico femenino y del nuevo milenio. Con ella, Paola Espinoza y Tatiana Ortiz ganaron el bronce en los clavados sincronizados.
Para Londres 2012 las medallas cayeron como cascada. Primero, con el equipo de futbol olímpico (algo que nadie se imaginó jamás que pasaría y como futbolera que soy lo tenía que mencionar), y de nuevo, con disciplinas dominadas por nuestras mujeres: María del Rosario repitió medalla en Tae Kwon Do, con bronce, misma medalla que se llevaron Mariana Avitia en el tiro con arco y Laura Sánchez en los clavados individuales. La plata la consiguió Aída Román en el tiro con arco, y otra vez Paola Espinosa logró medalla en clavados sincronizados, en esta ocasión con la quinceañera Alejandra Orozco: nada menos que plata.
En Río de Janeiro las cartas están apostadas en las experimentadas María del Rosario Espinoza, Aída Román y, claro, Paola Espinosa y Ale Orozco; pero no sabemos qué chicas entusiastas saltarán al podio de forma sorpresiva, como lo hicieron en su momento Soraya, María o Iradia. Lo triste y, al mismo tiempo, maravilloso del deporte mexicano es que nunca sabes de qué corazón sale la garra, porque para nadie es un secreto que el apoyo a nuestros atletas generalmente sale de sus patrocinadores y que las grillas políticas son más comunes aquí que en las bancadas partidistas.
Entonces, la medalla olímpica se vuelve algo más que una meta, un sueño y un resultado profesional: se vuelve una declaración de justicia, un poder personal que machaca todos los obstáculos, los cabildeos, los bandos y los problemas burocráticos que atravesaron. Es una medalla suya y solo suya, es a veces su revancha, es su medicina o es su miedo.
La medalla mexicana es lo único que tienen muchos de los atletas y, para la mayoría, quizás lo único que tendrán (recordemos las infames muertes de Soraya y de Noé Hernández, la primera por un infarto en medio de la pobreza, y la segunda por complicaciones después de haber sido baleado en un bar). Otros han tenido la inteligencia y la suerte de hacer de su carrera una profesión bien cuidada y planificada para el futuro.
Ese es el caso de Paola Espinosa, a quien he tenido la oportunidad de tratar muy de cerca, conocer su esfuerzo,
su crecimiento y también su sufrimiento en momentos difíciles de su carrera. La vi ser niña y convertirse en una estrella que está por acudir a sus cuartos Juegos Olímpicos.
Con su entrenadora china Ma Jin ha conseguido sus mejores resultados, incluyendo el campeonato del mundo en Roma, en 2009. Además de atleta a tiempo completo, estudió Comunicación en la Anáhuac y administra la escuela de clavados y natación en su natal La Paz, que dirigía su padre, fallecido hace tres años.
Es mi ejemplo favorito de una atleta profesional, constante, cuidadosa y además excelente persona. Ojalá que todas las atletas mexicanas tengan una vida plena como ella y que su esfuerzo tenga frutos para toda la vida.
Las invito a seguir a las mujeres que nos representarán en Río 2016. Son mujeres valiosas que inspiran, no las inventadas que se hacen famosas de la nada y no aportan. ¡Volteemos hacia nuestras atletas!
Síguenos en redes sociales como @KENArevista: