Hace un par de semanas tuve la oportunidad de leer un libro titulado «Fair Play» para las tareas domésticas, escrito por Eve Rodsky, «la Marie Kondo de las tareas domésticas» (editorial Planeta) y me di de frente con el término «las tareas invisibles» y me impactó cuántas de ellas llevo a cabo diariamente y que, efectivamente son invisibles… (hasta para mí).

Las tareas invisibles son todas aquellas cosas (acciones) que realizamos de manera diaria, sin un orden, no por rutina o deber, sino casi en automático y que consumen mucho de nuestro tiempo, pero que nadie nota, porque su tamaño no trasciende cuando las hacemos, y por alguna razón, si no lo hacemos nosotras, no las hace nadie… (algunos hombres también las llevan a cabo) y esto NO tiene que ver con ser madre o no.

Asumimos que tenemos que hacerlo o nos es delegado por alguien más, y no decimos que no.

Yo soy mamá de cuatro y caigo en la cuenta de que no solo realizo tareas invisibles, sino que además, parecen infinitas. Lo cierto es que antes de ser madre también hacía tareas invisibles, pero no tenían que ver con una familia, sino con pagos, llamadas, arreglos logísticos, etc. Para ser clara, las tareas invisibles NO son parte de la responsabilidad laboral, tampoco de la familiar (en el rol que sea que desempeñes de manera natural o por acuerdo), no son remuneradas y provocan una sensación de «hacerlo todo y no acabar». Se resume en el típico «no he parado de hacer cosas y lo peor es que no se nota».

A las tareas invisibles se suman:

-La carga mental: por lo general abrumadora, que incluyen detalles y sub detalles de las tareas invisibles. Es esa lista mental de pendientes (con o sin importancia) que te restan energía por no hacerlos y luego por hacerlos. No son tu elección, quizá nadie te pide que lo hagas, pero te distraen significativamente. Se proyectan en tu mente antes de dormir, o en el trayecto a algún lado o en la pausa mental que deberías de usar para aclarar tu mente.

El segundo o el tercer turno: es el trabajo doméstico que nos espera y que por cierto; no se va a ningún lado, antes, durante y después de la jornada laboral (trastes sucios, barrer, aspirar, lavar ropa) y que se extiende a preparar comida para uno o más; atender al perro, procurar que útiles o tareas escolares estén al día y completos, y que son tu responsabilidad (o eso crees).

-La convivencia emocional: ese pendiente de llamar a tu madre, a tu hermana, a tu amiga; de preguntar en un mensaje cómo va el día de tu pareja; revisar los cumpleaños en el calendario, revisar que tus hijos o familiares no estén atravesando algún proceso de depresión, enojo o ansiedad, buscar los regalos de navidad perfectos; o elegir el mejor momento familiar para tomar vacaciones, etc.

-Tareas invisibles: lo que hace que todo funcione y que nadie nota: pedir y recibir el gas, pagar el internet, cambiar el rollo del papel de baño, secar las toallas, llenar el refri con víveres, cambiar a las sábanas de franela cuando comienza a bajar la temperatura, el café favorito de todos…

Lo triste de todo lo anterior es que: a pesar de amemos a nuestra pareja o familia o a nuestro perro o gato; a pesar de que nos apasione nuestro trabajo; a pesar de que adoremos a nuestras amigas; o a pesar de nuestra personalidad neurótica controladora, esmerada en darle gusto a todo el mundo; sin importar la buena disposición y ganas que le eches a todo, finalmente; la sobrecarga nos truena, nos hace daño y a veces, nos lleva al hartazgo.

Si tomas unos minutos de tu día solo para pensar cuántas tareas invisibles haces en casa, te prometo que te vas a cansar solo de pensarlo, y ello aplica aún si solo las coordinas; porque hasta a ese nivel parece que hay cosas que solo hacemos nosotros. La factura es cara; porque la inercia nos pone en un lugar incómodo, en el que los demás asumen que lo que pasa es normal, y nuestro yo nos grita que no lo es. Muchas veces pueden generar un sentimiento de injusticia o inequidad y cualquier relación, por sólida que sea, se sacude cuando llega el famoso quiebre o breakdown.

Foto de Oscar Keys en Unsplash

Ahora, de frases motivacionales estamos todos llenos: «échale ganas», «elige tus batallas», «no es ayuda, le toca», «no te rindas», «las mujeres podemos con todo», «que chingona eres», «qué bárbara como le haces», y entre porras y piropos y con la necedad de llenar un almacén de likes infinito, frente a una necesidad de reconocimiento incompleta…

Vamos por la vida acabándonos, sin la consciencia de lo que estamos haciendo. Y la bomba de tiempo nos explota en las manos y los culpables sobran: los hijos, los maridos, los jefes, la familia comodina, las malas amigas, etc.; todo por no poner límites, por no aprender a decir que no a tiempo, por no delegar, o simplemente por reconocer que hay cientos o miles de cosas que no nos gusta, no queremos y a veces no deberíamos de hacer y decirle a los demás eso.

Los costos son muy altos, una dinámica de «súper mujer» o de «súper hombre» nos lleva a: 1) querer huir de lo que se supone debería de ser nuestro lugar seguro y feliz: la pareja, los hijos, el trabajo, la casa; 2) generar sentimientos negativos hacia los que se supone amamos; 3) abrir un espacio a la ansiedad o a la depresión por creer que esa es la única realidad y que no va a cambiar.

Lo que no se ve, lo que que no se nombra NO tiene valor. Si no dices, si no reconoces tus esfuerzos y excesos, nadie tiene que venir a darte apoyo. Comprometes tu salud física y mental; pones en riesgo tu bienestar y muchas veces te pierdes en el esfuerzo porque tu identidad se cansa de recordarte quien eres y te conviertes en lo que crees que debes. Es tristísimo.

No tengo una solución, a mí misma me cuesta mucho trabajo parar y poner límites, pero me he adelantado un paso porque al menos ya reconozco que lo invisible no me toca solo a mí.

Mi tiempo vale lo mismo que el de cualquier otro que viva conmigo, si yo puedo resolver «algo» en mi calidad de adulto responsable, cualquier otro adulto responsable también puede hacerlo.

Solo tengo 4 hijos y ni uno más. Las personas a mi alrededor son responsables de ellos mismos, y no me corresponde resolverles nada. Lo que yo hago es igual de interesante que lo que es interesante para otro. No tiene que ver con mi elección de carrera o a qué dedico mi tiempo, mis intereses me interesan a mí y eso es suficiente para ocuparme de ellos. No necesito que nadie me valide aunque a veces lo desee. Sin la aprobación o el aplauso de un tercero lo que soy y lo que hago existe y vale. Fin. Las tareas invisibles no son magia y todos se benefician de ellas, lo correcto es reconocer que alguien las hace y que NO tiene por qué hacerlas sola.

A veces parece que incluso reconocer que hacemos tareas invisibles, es una tarea invisible, pero por algo se empieza. Imagina simplemente dejar de hacer unas cuantas, te juro que se va a notar. Si es más fácil comenzar a negociar desde ahí, hazlo. Déjalas de hacer, tu vida va a cambiar y puede ser que ganes lo que dabas por perdido.

Y para cerrar, me atrevo citar a una mujer y amiga que sabiamente compartió esta perla de sabiduría en su Instagram:

«Debes deschingarte. Vuelve a ser quien eras antes de que te cargara la chingada; todas esas chingaderas que te sucedieron y que te chingaron obscureciendo tu chingada brillantez». -Elsa Rentería-

Lo cierto es que, lo merecemos. Cambia tu vida, el tiempo no es oro. El tiempo solo es tiempo y se acaba. Haz lo que quieras hacer, lo invisible no importa tanto. Nadie lo ve.

Karla Lara


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