
Cada 12 de septiembre, México conmemora el Día Nacional de la Mujer con Discapacidad. Pero más que una fecha en el calendario, es un llamado urgente a la reflexión y a la acción. Es un día para visibilizar la fuerza y la resiliencia de millones de mexicanas, pero también para reconocer una realidad compleja y a menudo invisible: la de enfrentar una doble capa de discriminación por su género y por su condición.
Ser mujer con discapacidad en nuestro país significa navegar un mundo que, en gran medida, no está diseñado para ti. Significa luchar cada día por la autonomía, la seguridad y por las oportunidades que a otros se les dan por sentadas.
Esta es una radiografía de esos desafíos, pero también es una historia de empoderamiento. Una historia de cómo la tecnología se está convirtiendo en una aliada clave para la independencia y de por qué la movilidad es, en definitiva, el primer y más fundamental paso hacia la equidad social.
Las cifras de la vulnerabilidad: una doble discriminación en datos
Para entender la dimensión del desafío, los números son contundentes y reveladores. Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2021, INEGI), en México viven más de 6.2 millones de personas con alguna discapacidad. De ellas, la mayoría son mujeres: 3.3 millones, lo que representa el 53% del total.
Pero la estadística más alarmante es la que cruza la discapacidad con el género. La misma encuesta revela que el 72.6% de las mujeres con discapacidad ha sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida, una proporción significativamente superior al ya de por sí alto promedio nacional femenino (70.1%). La discapacidad, entonces, no es solo una condición física; es un factor que agudiza la vulnerabilidad.
A esto se suma la discriminación social. La Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS 2022) agrega otra capa de realidad: casi la mitad (49.6%) de la población con discapacidad ha enfrentado discriminación. Y para las mujeres, esta exclusión tiene una cara muy concreta: la falta de accesibilidad en calles, edificios y, sobre todo, en el transporte público, se convierte en la principal barrera para poder estudiar, trabajar e integrarse de manera plena y digna a la sociedad.

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La tecnología como herramienta de empoderamiento y cambio
Frente a este panorama, donde las barreras sociales y urbanas son tan limitantes, la innovación tecnológica deja de ser un lujo para convertirse en una herramienta fundamental de empoderamiento e integración. En este cruce entre el desafío y la oportunidad, empresas líderes a nivel mundial como Ottobock han enfocado su misión, desde hace más de un siglo, en desarrollar tecnología que no solo reemplaza una función corporal, sino que devuelve la autonomía y la capacidad de soñar.
Como indica Mónica Guadalajara, responsable de la compañía para México, Centroamérica y el Caribe, el impacto de estas soluciones trasciende lo físico: «Significa recuperar la confianza, reinsertarse laboralmente, fortalecer la salud mental y, sobre todo, reafirmar la dignidad de ser mujer en equidad».
La movilidad deja de ser un simple movimiento para convertirse en independencia, en acceso a oportunidades. Un ejemplo poderoso de esto son las iniciativas que van más allá del dispositivo, como el programa Running Clinic. En este espacio, mujeres y hombres amputados no solo reciben prótesis deportivas de alta tecnología, sino que aprenden a correr, a redescubrir el poder de sus cuerpos y a romper barreras físicas y, sobre todo, emocionales y mentales en comunidad.
La voz de la experiencia: la historia inspiradora de Isabela Coppel
La historia de Isabela Coppel es un testimonio vibrante de esta sinergia entre el talento, la resiliencia y la tecnología. Isabela es una joven y brillante dramaturga y actriz mexicana con parálisis cerebral, formada en literatura en The New School, en Nueva York. Su pasión por el teatro la llevó a los escenarios desde muy joven.
Sin embargo, su prometedora carrera fue interrumpida en 2011. La razón no fue su falta de talento ni de preparación, sino la cruda realidad de una industria y una sociedad con una alarmante falta de oportunidades y espacios accesibles para personas con discapacidad.
Hoy, Isabela ha encontrado en la tecnología una nueva aliada para mejorar su calidad de vida y su control motor. Es usuaria del traje de neuroestimulación Exopulse Mollii Suit, un dispositivo que utiliza electroestimulación de baja frecuencia para relajar los músculos espásticos y tensos, mejorando la movilidad y aliviando el dolor.
Como ella misma comparte: «Desde hace 3 meses utilizo este traje de neuroestimulación y si bien cada cuerpo es distinto, el mío se comunica mejor luego de mi sesión de 60 minutos con Exopulse Mollii de Ottobock«.
Su historia es un claro ejemplo de cómo la tecnología adecuada no solo mejora una función física, sino que puede reabrir puertas profesionales y creativas que habían sido cerradas injustamente por la falta de inclusión.

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El camino por recorrer: una responsabilidad compartida
Historias como la de Isabela demuestran que la tecnología con propósito puede cambiar vidas. Sin embargo, no es, ni puede ser, la única solución. La verdadera inclusión requiere un compromiso colectivo y profundo de toda la sociedad.
Aún falta mucho por hacer. El trabajo de instituciones como el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) es clave para avanzar en políticas públicas, pero la transformación debe ser total. Necesitamos garantizar la accesibilidad urbana universal, para que moverse por nuestras ciudades no sea una carrera de obstáculos. Necesitamos implementar políticas de género verdaderamente inclusivas que consideren la doble vulnerabilidad que enfrentan las mujeres con discapacidad. Y, sobre todo, necesitamos un cambio cultural que erradique la discriminación y la infantilización.
La movilidad como un derecho, no como un privilegio
Este 12 de septiembre, el Día Nacional de la Mujer con Discapacidad nos invita a mirar más allá de las cifras y a escuchar las historias. La movilidad no es solo la capacidad de moverse de un punto A a un punto B. Es independencia, acceso a la educación y al trabajo, a la participación social, seguridad y autonomía. Es, en muchos casos, el primer y más fundamental paso hacia la equidad.
Que las historias de fuerza, como la de Isabela, y las soluciones innovadoras que existen, nos inspiren a trabajar por un México donde la dignidad se haga costumbre y donde ninguna mujer, sin importar su condición, se quede atrás.
Fuente: Ottobock México, modificado por Mariel Gadaleta
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