Intenté convertirme en mamá. Lo intenté en verdad. Más de una vez. No lo logré al final. Estuve cerca. Tan cerca como sumergirme en el envolvente eco de un corazón latiendo. Tan cerca como la dominante sensación de que la vida habría cambiado para siempre. ¿Para bien? Seguramente. Aunque la agridulce contradicción entre dulzura, ternura, ilusión, miedo a no ser buena madre, ansiedad por ser responsable de una vida, incertidumbre sobre cuál sería la manera correcta de amar y formar a otro ser y, por supuesto, no saber dónde quedaría yo en medio de todo este cambio…todo estaba presente al mismo tiempo. Y creo que solo en esos momentos comprendí y valoré como nunca antes a mi madre, y a todas las madres.
En una efímera etapa de mi vida comprendí las renuncias que una mujer hace por dar la vida. Ponerse en segundo lugar, sacrificarse física, emocional y hasta profesionalmente, aunque sea temporalmente. Porque las mujeres que conozco continúan; encuentran la manera de vencer el miedo, de entregarse como madres y al mismo tiempo ser aún más exitosas y hasta más hermosas. Pareciera que la maternidad las dota de una fuerza infinita, para dar, para ser, para amar.

Cristina Rey


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