Tuve la oportunidad de viajar a Viena y entre calles que destilan historia y cafeterías que coquetean con el tiempo, visitamos un espacio sacado del futuro en el presente: las instalaciones de Ringana, la marca austríaca que ha decidido cambiar la narrativa de la cosmética, sin exageraciones, sin estridencias, sino desde la coherencia radical con la naturaleza.

Ringana lleva 29 años haciendo lo que muchas otras marcas apenas se atreven a considerar: crear productos verdaderamente frescos, naturales, sin conservadores, sin microplásticos, sin pruebas en animales… con un enfoque transparente y sin contradicciones. Lo que más me impactó no fue solo el laboratorio impoluto donde la ciencia y la botánica se funden, sino la serenidad con la que todo está concebido para hacer bien, sin hacer ruido.

Tuve la oportunidad de conversar con Andreas Wilfinger, fundador y CEO de esta empresa que opera más como una causa que como una marca. Wilfinger no recita discursos vacíos de green marketing; habla como alguien que lleva casi tres décadas perfeccionando una visión donde la belleza y el bienestar no deberían comprometer al planeta, y que la innovación más poderosa es la que no rompe con lo esencial.

¿Cómo surge Ringana? 

Para Andreas, la marca surgió desde un momento personal que transformó su vida y la de su esposa, Ulla. En los años 90, ambos enfrentaban dificultades de salud que no encontraban solución en la medicina convencional. En su búsqueda por alternativas más naturales, se toparon con una verdad inquietante: la mayoría de los suplementos y cosméticos del mercado contenían ingredientes innecesarios o incluso perjudiciales. Decidieron entonces crear algo diferente. No una fórmula milagrosa, sino una empresa fundada sobre la honestidad, la transparencia y, sobre todo, la frescura.

Así nació Ringana en 1996, en una pequeña localidad llamada Hartberg, en el estado de Estiria, Austria. El nombre proviene de la palabra alemana “Frisch”, que significa fresco, pero también evoca ideas de pureza, claridad y renovación. La empresa comenzó con una única crema facial, formulada sin conservadores artificiales y producida en lotes pequeños para asegurar su frescura.

Uno de los detalles más reveladores de la visita fue entender el concepto de “caducidad corta” como un valor, no como una limitación. En un mundo obsesionado con lo eterno (aunque sea artificial), Ringana apuesta por lo efímero que está vivo, que tiene sentido mientras está fresco, que respira y transforma. Es una manera distinta de concebir la calidad: no como permanencia, sino como intensidad.

Hablemos de sus productos: ¿Por qué marcan la diferencia?

En contraste con los cosméticos convencionales, que pueden permanecer meses o incluso años en anaqueles, los productos de Ringana tienen una vida útil relativamente corta, precisamente porque no contienen conservadores. Se fabrican bajo pedido, se empacan inmediatamente y se envían directamente desde la planta a cada cliente. Esta lógica de producción directa no solo evita el desperdicio, sino que garantiza que el consumidor reciba una fórmula activa, como si se tratara de un jugo recién exprimido.

Su portafolio incluye 64 productos divididos en categorías como FRESH (cosmética para el rostro y cuerpo), DRINKS (bebidas funcionales y detox), CAPS (suplementos alimenticios en cápsulas) y SPORT (nutrición deportiva natural). En México —primer país en América al que llegó la marca— el enfoque está puesto principalmente en su línea FRESH, formulada con ingredientes activos que exigen ser usados pronto, como se usaría una fruta recién cortada o una infusión preparada al momento.

Cada fórmula es un cruce entre precisión científica y sabiduría botánica. Ingredientes como aceite de jojoba, extracto de semilla de uva, té blanco, ginkgo biloba o ácido hialurónico vegetal, se combinan con técnicas de biotecnología que no buscan lo sintético, sino lo esencialmente efectivo. La filosofía de Ringana es no ofrecer promesas vacías, sino resultados reales sin comprometer la salud ni el entorno.

Línea ética sin rigidez dogmática

Todo en Ringana tiene una línea ética clara, pero sin rigidez dogmática. Su planta en Hartberg, un prodigio de arquitectura sostenible, es alimentada por energía 100% renovable. El edificio no solo minimiza emisiones de CO₂, sino que reutiliza el agua de lluvia, optimiza el uso de luz natural y tiene un sistema de logística circular.

Las botellas son de vidrio reciclado y las cajas de envío están hechas de material vegetal compostable. Justo esta sostenibilidad está inmersa en toda la filosofía de la empresa, y es uno de sus diferenciales sobre otras marcas. Claramente podemos entender que en Ringana cada decisión parece responder a una pregunta sencilla pero olvidada: ¿realmente necesitamos esto?

Andreas nos compartió que es consciente que para lograr esto, cuentan con una logística muy específica, y que esto debe cumplirse con rigor para mantener el nivel que requieren sus productos, tanto para llegar al consumidor como para mantenerse en óptimo estado.

Por ello han optado por un modelo de distribución alternativo: no están en tiendas ni grandes cadenas. Su crecimiento se basa en un sistema de fresh partners —embajadores independientes de la marca— que funcionan como microempresarios, personas que creen en la propuesta y la comparten desde la experiencia personal. Es una forma de crecimiento orgánico que prioriza el vínculo humano sobre la venta masiva.

La esencia del lujo y lo placentero

Más allá del producto (que sí, es efectivo, sensorial y absolutamente placentero), lo que me llevé de esta experiencia fue una lección sobre el lujo del equilibrio. Ringana no propone un bienestar basado en el consumo excesivo ni en la promesa de eterna juventud, sino en la armonía con la naturaleza, con el cuerpo y con el tiempo. Y lo mejor es que, en palabras de su fundador, esto da óptimos resultados ya que aclaró que “se puede ser exitoso y también ser sostenible”.

La marca tiene muy claro que no busca que los clientes compren más sino mejor. Les interesa que sus consumidores comprendan lo que están usando en su piel y en su cuerpo. Que se cuestionen lo que les han dicho que necesitan. La belleza no es una máscara; es un estado de salud interior que se proyecta hacia afuera. De esta forma, contribuyen a un consumo responsable que ofrezca una alternativa a la tendencia de compra desmedida que existe en el mercado de la cosmética.

Por esto mismo, recordé que la sustentabilidad no es un sacrificio, sino una forma superior de inteligencia. Y eso, en estos tiempos, es revolucionario.



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