Desde hace algunas semanas tenía la tentación de escribir una nota sobre los cada vez mas socorridos «detox digitales» o periodos en los que, de manera voluntaria, las personas toman un tiempo y distancia para estar lejos de la interacción de las redes sociales o de los grupos de chat, para estar o reconectar más y mejor «con ellos mismos» porque todos coinciden en que las benditas redes nos distraen en mayor o menor medida, de nuestra vida diaria real.
Parece un poco extraño que las redes sociales suponen ser un medio para «compartir» la manera en que vivimos o nuestras ideas, pensamientos, imagen, etc., pero, la realidad es que pocas veces muestran una verdadera imagen de quien comparte, porque se eligen los momentos, los contenidos, hasta la redacción (y ojo, no está mal), solo que a veces nos creemos esta falsa idea de realidad y tiempo real.
Quienes deciden llevar a cabo el llamado «detox digital», generalmente lo avisa o lo anuncia en sus redes, explica su razón (vacaciones, tiempos difíciles personales, temas de salud o elección personal) y luego retoma compartiendo su experiencia. La mayoría de los teléfonos inteligentes nos pueden dar un reporte semanal del tiempo que pasamos en línea a la semana, a veces las horas nos pueden llegar a sorprender porque para hacerlo y consumir tanto de tiempo de conexión seguramente dejamos de hacer muchas otras cosas.
La idea de despegarse de la tecnología y del mundo supone dar espacio para retomar la vida, menos en el afuera y mas hacia adentro, de hecho las filosofías que promueven este estilo de vida cada vez son más socorridas: «hygge», «Ikagi», «soka», «mindfulness», etc., pero para muchos miles, las redes sociales son la vida.
Esta semana (queriendo o no), todos los que tenemos redes sociales estuvimos sin acceso a tres o más de ellas durante gran parte del día; un espacio sin Facebook, Instagram, Whatsapp y hasta Telegram y Pinterest que nos dio horas sin poder interactuar y sin comunicación con los demás, a pesar de que, el espíritu original de los teléfonos es que sirven para hablar entre personas.
Muchos de los afectados recurrieron a Twitter (que no dejó de funcionar), a enviar y leer correos electrónicos y los más desesperados a usar el teléfono para hacer llamadas de voz… un caos que le llamaron. Y muchas de esas personas, al regresar las redes sociales caídas, compartieron su experiencia, su sensación de abstinencia, compartieron incluso lo que hicieron en esas horas sin acceso a las redes sociales. Llovieron memes y se consideró históricamente un fenómeno. Los llamados «influencers» dijeron haberse quedado sin trabajo, y las bromas sobre gimnasios y restaurantes vacíos no se hicieron esperar porque si no hay foto, «no cuenta»…
¿Será que al irse las redes sociales se va la vida o realmente regresa?, la respuesta seguramente depende de la situación de cada quien, pero es ley de vida que siempre será atinado no poner todos los huevos en una misma canasta.
La vida hay que diversificarla y no depender, idealmente de nadie ni de nada.
Si hay redes, disfrutemos, pero que no rijan nuestra vida. Si no hay redes, recordemos que hay personas, que estamos todos ahí, a una llamada, a unos pasos, a un viaje de distancia, no todo es un «click», no todo es un «like», compartir no solo es posible en el mundo virtual, de hecho es más efectivo en la vida real. En mi nunca humilde opinión no me vino mal la desconexión, solo podemos estar estando, las redes sociales que tanto me gustan no son la voz de los que amo, ni el calor de sus manos, ni un beso en la mejilla, ni las hojas del libro en turno. Estaba mi casa, mi trabajo, mi esposo, mis hijos, mi madre al teléfono… estaba la vida de todos los días sin el ruido de fondo, sin sentir que se «tiene que compartir para que cuente». Y esa vida, está ahí siempre, a veces esperando a que se agote la pila del celular para que nos demos cuenta.
Esta desconexión forzada me hizo pensar en un mundo paralelo en el que coexistimos todos o la gran mayoría: mundo real y mundo virtual, cuando al no estar conectados nos sentimos solos en el mundo al revés que nos dio tiempo y espacio para enfocar la atención en: el trabajo, familia, pareja, nuestros perros o gatos, las compras, cualquier cosa en atención plena (el famoso aquí y ahora) pues no había nada que compartir ni ver… y los niveles de ansiedad que eso desató. ¿Será que la vida es hoy estar en las redes? o la vida es lo que nos pasa todos los días y que a veces ignoramos. Los que amamos Twitter podemos dar un cierre a esta reflexión con la frase… «En fin, la hipotenusa».
«Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal»
José Saramago
Karla Lara
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