
Hace unos veinte años, las tribus bohemias del sur de Manhattan y Brooklyn empezaron a practicar el tricot y el crochet en cafés y bares como una labor social y relajante. De a poco, se pusieron de moda estas dos actividades que solo exigen un poco de estambre y un par de agujas o gancho, en el caso del crochet-. Lo curioso es que, si bien históricamente el tejido ha sido considerado un hobby de abuelitas o mujeres “sometidas”, la fiebre por esta actividad manual empezó a atraer, en cambio, a profesionales empoderadas que buscaban algo que las distendiera y les permitiera ver resultados en poco tiempo: una bufanda para un amigo, una cobija para un bebé o, entre las más avanzadas, un suéter calcado de alguna pasarela de París, a cambio de unos pocos pesos e instrucciones leídas en alguna revista. Como dice la activista del tejido Betsy Greer, al conocer esta labor, muchas -y muchos, como luego veremos- experimentan un momento de iluminación que les confirma lo fácil que es tejer y que, en la mayoría de los casos, las conecta con algún momento feliz de su infancia, generalmente con sus abuelas o primas mayores.
Por: Milagros Belgrano Rawson
Pero sigamos con la cronología de este auge que primero prendió en la costa este estadounidense: de a poco llegaron libros que hoy son la Biblia del tejido –Stitch ‘n Bitch Crochet: The Happy Hooker, por ejemplo-, y redes sociales pioneras como Ravelry, que en la web agrupa a amantes de los estambres y las agujas. Cuando surgió Pinterest, muchas tejedoras hicieron de esta plataforma su principal herramienta para difundir su arte y sus patrones, que algunas comparten como una forma de activismo. En 2010, con la llegada de Instagram, nacieron estrellas del tejido como Maison Dene o Whitney Ha- yward, ¡síguelas!-, con miles de fans y fotos muy cuidadas. La tendencia se propagó en el Viejo Mundo también, así como el “yarn bombing” –bombardeo tejido– que, como una efímero grafiti, busca grabar una huella en el espacio urbano, al tiempo que concientiza sobre diversas temáticas sociales, muchas de ellas vinculadas a los derechos de las mujeres. Sin ir más lejos, al día siguiente de la asunción de Donald Trump como presidente, al menos 500.000 mujeres marcharon en la capital de Estados Unidos, muchas de ellas munidas de pussyhats -juego de palabras entre pus- sycat, gatito, y pussy, vagina- tejidos con estambre fuxia. El gorro simbolizaba su rechazo a la xenofobia de Trump, pero también a su sexismo, encarnado en una frase suya que se conoció durante la campaña presidencial: «Puedo hacer cualquier cosa [con las mujeres]. Agarrarlas de la vagina».
La iniciativa «tejida» contra Trump, liderada por el grupo estadounidense Pussyhat Project -pussyhatproject.com-, fue imitada por centenares de mujeres en todo el mundo, que en sus respectivos países marcharon contra el presidente de cara anaranjada y copete. En Ciudad Juárez, se unió a la protesta la gestora cultural y artista textil Mustang Jane -Jane Terrazas en la vida real-, que suele expresarse contra la desaparición de mujeres y femicidios de su ciudad natal mediante bordados, patchwork y telar, entre otros formatos. Aprendió a tejer con la mamá de su mejor amiga: “acá en el norte los inviernos son muy extremos y cuando éramos niñas nos quedábamos creando cosas porque era imposible salir”, cuenta en diálogo con Kena. Para esta joven mexicana, el tejido es una “cosmovisión”, su “interpretación de la vida”. Y subraya que, lejos de haber disminuido -como podría inferirse, luego de que algunos organismos internacionales decidieran tomar cartas en el asunto- los casos de violencia contra la mujer en Ciudad Juárez han aumentado «más del 40 por cien- to en comparación con años anteriores».

Mustang Jane
Durante un tiempo, Mustang Jane, como se la conoce en el ambiente artístico, vivió en Ciudad de México, donde llegó a colaborar con el colectivo Lana Desastre, que realiza acciones como reuniones y picnics de tejido y yarn bom- bing. Si te preguntas por esta forma de grafiti, seguramente recuerdes los saquitos que, en 2012, abrigaban postes de luz y árboles en la defeña plaza Río de Janeiro, firmados por Lana Desastre. De este grupo de activistas forman parte Miriam Martínez y Annuska Angulo, autoras de El mensaje está en el tejido (Futura, 2016). Periodistas y tejedoras, participaron en acciones artísticas como la clausura de la exposición Si tiene dudas, pregunte, o las sesiones de Huevos Revuel tos en la Sala de Arte Público Siqueiros, en la capital mexicana. Durante un taller que dieron en el museo Jumex, incluso intervinieron el balcón de la fachada con una pieza tejida: “El Jumex nunca se vio tan cuco”, recuerda entre risas Martínez. Para ella, el tejido es, además de una forma de “escritura”, un ejercicio contestatario que a la vez relaja y “te hace más inteligente”.

Lana Desastre
Hombres de agujas tomar
En 2013, Ryan Gosling, hoy en el candelero por su papel en La La Land, reveló en una entrevista que al filmar la película Lars and The Real Girl, aprendió a tejer gracias a un grupo de encantadoras viejitas. Parece que el actor estadounidense se enamoró de esta actividad manual, tanto que, según él, “si tuviera que diseñar un día perfecto, el tejido estaría incluido». No solo le pareció el método ideal para relajarse sino que, al final, “obtienes algo, un bonito obsequio, una bufanda con una forma extraña”, dijo por entonces. Fuera de Hollywood, los tejedores varones no suelen ser noticia, pero según Miriam Martínez y Annuska Angulo, cada vez son más los hombres que se animan a realizar esta actividad en público. Por ejemplo, en 2013, a sus 109 años, el australiano Alfred Date fue noticia con su activismo yarn. Convocado por la Penguin Foundation de Philip Island, se puso a tejer abrigos para cubrir a los pingüinos afectados por un derrame de petróleo. Según las autoras de El mensaje está en el tejido, casos como los de Date visibilizan a esos varones que tejen una nueva forma de masculinidad. Ellas hablan de los tejedores “de closet”, que aún no se animan a tejer en público, pero también de Alejandro Murillo, un cineasta que viaja en el transporte público de la capital mexicana munido de ovillos de estambre y agujas.
“Y sí, la gente se me queda viendo durísimo. Lo que pasa es que cuando yo era chiquito y mi abuela me enseñó a tejer, nunca hubo ese prejuicio, ¿sabes?, como de advertencia, de ́eres niño, pero te voy a enseñar a tejer aunque sea de mujeres ́. A mí me criaron una madre soltera, una abuela y una tía. Nunca me hicieron sentir que era el intruso, el invasor o el hombre. Ellas simplemente hacían lo que hacían: cocinaban, lavaban, cosían, tejían…”,cuenta Alejandro en el libro.
Las autoras también cuentan que, en 1589, fue un hombre, William Lee, el inventor de la primera máquina de tejer punto, y que en el lago Titicaca, en la isla de Taquile, solo los hombres tejen, mientras las mujeres cardan e hilan la lana. También evocan a esos varones que, durante la campaña Knitting for Britain (Tejiendo por Gran Bretaña), tejían para abrigar a los soldados en la Segunda Guerra Mundial. “Algunos muchachos se obsesionaron y tejieron bufandas de 12 pies”, dice uno de los testimonios recabados en El mensaje está en el tejido.
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