Todos hablamos de consciencia y esta se nutre de experiencias, te cuento…
Cada inicio de año compartimos, platicamos y leemos de propósitos y resoluciones por todos lados, es algo común que nos motiva a pensar en cómo vamos a alcanzar ser una mejor versión de nosotros mismos. Sin embargo; muchas de las veces, la «mejoría», los «cambios» o los «avances» los buscamos afuera, con expertos, con clases, con productos, con consumo… vamos creyendo y reafirmando que para lograrlo necesitamos «algo» externo y que si no accedemos a ese «algo», entonces el cambio no será posible. Si estamos tranquilos y estables emocionalmente, la frustración por no lograr los cambios o cumplir nuestros propósitos puede no afectarnos tanto, pero, si estamos vulnerables o sensibles, vaya que nos afecta.
Este año, para hacer un cambio, ahora sí que «para variar», te propongo cimentar los propósitos o cambios que quieras alcanzar en experiencias y no en cosas.
Muchas más veces de lo que creemos las respuestas a nuestras dudas, los pasos siguientes que debemos de dar, las famosas «señales» que necesitamos para tomar una decisión ya están en nosotros, vienen de adentro, de nuestra famosa y no tan utilizada (como recurso personal) consciencia.
Las personas estamos equipadas emocionalmente para reconocer qué es lo que necesitamos ajustar en nuestras vidas cuando algo no va bien, cuando queremos estar mejor o cuando estamos mal.
Se trata de despertar y escuchar(nos) atentamente, de dar(nos) lo que a veces queremos dar y recibir de los demás pero que para nosotros no existe, o no tenemos tiempo o creemos no merecerlo: tiempo, buen trato, paciencia, escucha activa, compasión, tolerancia, AMOR…
Y es que a la consciencia las cosas materiales le dan igual, la consciencia se nutre de experiencias (que pueden ser positivas o negativas), que no suceden hasta que hacemos que pasen, y las experiencias crean memorias, recuerdos y generan aprendizajes, es a través de ellas que crecemos y nos fortalecemos.
Un claro ejemplo es la escuela: los niños, por mucha teoría y academia a la que estén expuestos, no aprenderán tanto como cuando lo practican o lo experimentan; cualquier concepto, cualquier disciplina, porque la teoría es una parte, pero la práctica lo es todo.
Y para dar espacio a la consciencia hay que eliminar lo que nos distrae, alcanzar nuestra mejor versión va de la mano con desintoxicarnos y eso incluye TODO: cosas, personas, alimentos, sentimientos y emociones negativas, y toda clase de excesos.
Empezar es sencillo, sacamos 2-3 cosas (ropa, muebles, y ya está…), dejamos de frecuentar a una o dos personas tóxicas y nos liberamos, tratamos de pensar «bonito» y nos vamos sintiendo mejor, hacemos dieta unos días y nos inscribimos al gimnasio, pero mantenernos ahí y adoptar los cambios como «estilo de vida» es el verdadero reto.
Así es: aquí es donde se pone bueno «cambiar», porque no hay producto, experto o clase que nos pueda depurar lo que nos hace daño en lo personal, los consejos van y vienen y podemos seguirlos o no, pero, lo que NO podemos hacer es mentirnos, porque aún y cuando lo hagamos, SABEMOS que «algo» no corresponde.
Entonces, ¿por qué no dejar de atar nuestros cambios y sus maravillosas posibilidades a lo externo y empezamos desde ya a generarlos desde nosotros?: buscar que las experiencias personales y propias sean nuestra mejor maestra de vida, que en cada una de ellas entremos en plena consciencia de lo que buscamos, damos y recibimos y que si sale bien, disfrutemos, y que si sale mal, aprendamos.
Empezar a llenar nuestros huecos y vacíos con valores reales y memorias que trasciendan: caminatas, viajes, tiempo en familia y entre amigos, libros que nos cambien la perspectiva, una nutrición que nos vaya sanando lo que cada quien requiera, conversaciones profundas, reflexiones que nos saquen lágrimas y carcajadas, esas cosas que viven y se van con nosotros y que dejamos en los que amamos.
Los tiempos de este mundo no están siendo sencillos, mientras más nos apeguemos a las cosas, menos vamos a darnos cuenta de todo lo que podemos cambiar. Si nos apegamos y nos acercamos a las personas y a nosotros mismos, vamos a ir experimentando lo valioso, lo importante, ya el vestuario, el auto, la marca no van a importar (nunca debieron de haber importado más que la persona), pero siempre estamos a tiempo de cambiarlo y regresar a lo esencial, a pensar y sentir un poco más como cuando éramos niños: viviendo cada día al máximo, con todos los sentidos, atentos a lo que dice nuestro cuerpo, a los deseos y necesidades del alma, la propia y la de las personas que amamos…
Sí podemos evolucionar, claro que podemos cambiar, es total y absolutamente posible alcanzar nuestros propósitos este y todos los años, pero no tiene que ser año nuevo, no tiene que ser en enero, puede suceder en el preciso instante en que conectes con lo que deseas.
Yo lo hice en un momento el año pasado, sin pretextos, sin excusas y me he mantenido en congruencia. Por supuesto que a veces me salgo del carril, porque soy persona y porque crear nuevos hábitos cuesta, pero como lo hago en consciencia me doy cuenta y retomo. Dejé de distraerme en lo vacío, en lo que no suma, en lo que no me hace crecer y elegí lo que sí. Me ha costado juicios y hasta personas, pero está bien, porque todo cambio requiere mudar la piel y en esa nueva piel vamos a ir encontrando de a poco lo que requerimos para estar mejor.
Feliz 2020, vamos por el año en que nos llenemos de experiencias y no de cosas.
Síguenos en redes sociales como @KENArevista: