Este 2020 nos sumió a las que somos madres (y padres también), en un ritmo desconocido al quedarnos en casa. De pronto, las actividades que eran parte del cotidiano, empezando por la escuela y el trabajo de oficina, ya no son más (al menos por ahora), las clases extra curriculares, la responsabilidad laboral y hasta las compras cambiaron. Nada de eso dejó de existir, pero cambió de formato. Nos encontramos con todo pasando al mismo tiempo, pero en casa.
Recuerdo que las primeras semanas del distanciamiento social o cuarentena (que ha superado por mucho los 40 días), hacia marzo de 2020, las redes sociales estaban inundadas de propuestas de actividades para hacer en casa con los niños, parecía inaceptable pensar que podríamos solo estar en casa, solo estar en familia, cada quien haciendo lo suyo.
NO, eso sí que no, teníamos que llevar un calendario de lunes a viernes, de 8 a.m., a 8 p.m., hora por hora con «algo» por hacer. También parecía obligado llevar una vida equilibrada desde casa cumpliendo todos y cada uno de nuestros roles: oficina, casa, trabajo, cuidado personal, sin desfallecer ni desesperar.
Meses han pasado desde entonces y de apoco entendimos que la prisa no nos va a llevar a ningún lado. Tampoco llenar las agendas de actividades va a mejorar la relación con nuestros hijos o a facilitar los pendientes que a veces se acumulan como la ropa limpia para doblar.
En mi caso he aprendido a bajar la velocidad y a ir despacio, casi que como se va desarrollando el día, según la semana y según los pendientes, pero cambiar el ritmo me ha dado mucho mas de lo que esperaba.
La verdad es que lo hice porque no podía seguir pretendiendo llevar una casa con 4 hijos, trabajo doméstico, trabajo a distancia, emprendimiento, mascotas y matrimonio como si nada pasara y como si en casa funcionara todo igual que como funciona cuando podemos salir de casa. Hice una pausa total para asimilar que todo lo que conocía y como lo conocía había cambiado. En esa pausa (laaarga), depuré desde cosas en la casa y sus espacios, como emociones y personas en mi vida, por aquello de ir más ligera y me ha funcionado. También me relajé en el tema de la agenda (propia y de mis hijos), lo que era necesario, urgente o importante y lo que podía dejar para después, esa forma básica me ayudó a descargar mis pendientes y a darme cuenta que, literal, solo puedo resolver lo que depende de mi y entonces también resumí a lo que quería poner atención y dar mi tiempo.
Esos pequeños ajustes me llevaron a ejercer mi maternidad con menos prisa.
Empecé genuinamente a escuchar a mis hijos, a observarlos más de cerca y a pasar tiempo con ellos por elección y no solo porque corresponde.
Desde el inicio de la pandemia hemos estado juntos sin pausa, hemos compartido risas, llantos, escuela y trabajo en casa, tareas domésticas y todo el tiempo disponible. Hoy no me preocupa nada que mis hijos se aburran, al contrario, sé que es en esos momentos en que la creatividad y la imaginación se imponen y surge la diversión o el entretenimiento de la mano con el aprendizaje.
Empecé a hacer y a disfrutar las siestas, hornear el pastel o las galletas, coser los botones y a leer con ellos y yo sola. Empezó a activarse la dinámica infalible: «niño ve, niño hace» y entonces mi maternidad se transformó, entendí mi propio discurso, tantas veces dicho a mis alumnas embarazadas, a mis alumnas con bebés pequeños, a mi audiencia en redes sociales. El poder de la palabra poco ejerce contra el poder del ejemplo. y así, bajando la velocidad, fui descubriendo pequeños y grandes tesoros que siempre han estado ahí: los ojos de mis hijos buscando los míos, los dibujos que hacen desde su corazón solo por crear, los tiempos con música, la caminata al parque, las tardes entre cobijas o jugando en el jardín, estoy criando realmente sin prisa y no tengo prisa para que esto acabe.
Sé que todos tenemos diferentes retos en casa, que incluso la economía, la salud y la integración familiar son distintas en cada espacio, pero criar sin prisa es posible para todos y esto solo significa que estemos presentes en lo que sea que hacemos: abrazar, besar, escuchar, conversar, cocinar, leer, incluso dormir, despejando las preocupaciones y las ansiedades que poco o nada nos resuelven en la vida.
Dicen que todos vamos a recordar el 2020 como un año único en la vida, el año en que todo se detuvo y en que mucho de la vida cambió. No descarto que entre esos recuerdos pueda haber pérdidas y tristezas que duren por años post pandemia, pero sé del alma, que está en el poder de las madres y los padres, crear una memoria positiva en sus hijos, hacia dentro de las cuatro paredes en donde sucede el cotidiano familiar. Eso es lo que pretendo hacer este tiempo, ser el recuerdo cálido y amable para mis hijos, ser el espacio seguro y hasta divertido, ese que extrañen aún cuando hayan estado por confinamiento. La actitud que tomamos los adultos alrededor de los niños sobre las situaciones y experiencias que vivimos es lo que puede llegar a determinar la percepción de los más pequeños.
Poco tengo que aconsejar a cualquier mamá o papá en pandemia: las preocupaciones son muchas, igual que los deberes y pocas son las certezas, pero el amor es la constante. No es una idea romántica, es una idea posible, puede ser un regalo, no para ellos nuestros hijos, sino para nosotros los padres.
Maternar sin prisas nos da tiempo de aprender de nosotras mismas, éramos unas y somos otras todo el tiempo, porque nada se detiene, bajemos la velocidad al criar que eso sí que depende de nosotras.
Un abrazo,
Karla Lara
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