Últimamente he reflexionando sobre los múltiples cambios, sutiles y no tan sutiles, por los que he atravesado desde que comencé mi transición al veganismo. Es distinto para cada persona, yo he detectado que muchos niveles de mi ser se han visto permeados por esta postura de vida y les comparto seis de estas transformaciones:

  1. Ha mejorado muchísimo mi digestión: cuando omnívora, yo era de las que sufrían amargamente de estreñimiento, especialmente los días en que consumía carne de vaquita (sniff), las cosas en mis intestinos no fluían muy bien. Por otro lado, los lácteos y sus derivados nunca fueron mis amigues, siempre me causaban intolerancia, nunca pensé que de hecho esto era así porque el cuerpo humano no está diseñado para digerir la lactosa. De acuerdo a la US Nacional Library of Medicine, después de la infancia, aproximadamente el 65% de la población es intolerante a la lactosa, aquellos capaces de digerir los lácteos en la adultez ya han desarrollado una mutación genética llamada “lactosa persistente”. Yo no fui de esos casos, comer puras plantitas hizo feliz a mi sistema digestivo. Fin.
  2. Mi ciclo es menos abundante: sé que hay muchos mitos en torno a que algunas mujeres han perdido su periodo, no dudo que varias historias sean reales, pero seguramente no llevaban una dieta sana ni balanceada (consulten a la nutrióloga). En mi experiencia ha sucedido TODO lo contrario, no sólo menstruo de manera puntual y como reloj, sino es un ciclo menos abundante y con menos molestias físicas.
  3. La piel de mi rostro rara vez tiene barros o espinillas: yo soy de piel mixta, más grasosa a decir verdad, de menos una vez al mes tenía bultos cutáneos, sin embargo, desde que comencé con el veganismo rara vez me aparecen granos, no me mal interpreten, sigo teniendo la piel grasosa -y cuando como cacahuates me salen unos barros enterrados bien hermosos-, pero ya no me lleno de esos compañeritos. Bye bye babies.
  4. Me ha permitido regular mi peso más fácilmente: he tenido todo tipo de complexiones en mi vida y me peleé con mi cuerpa por mucho tiempo debido a este tema. No es que el veganismo sea la fórmula mágica para bajar de peso (oooh sí, existe la comida gordivegana), mas en mí muy particular e individual caso me ha permitido ser más consciente de qué sí y qué no quiere, ocupa y necesita mi cuerpa. Ella me habla, yo la escucho; sé qué nos cae bien, que nos cae pesado, lo que se nos antoja y lo que ya debemos dejar de consumir (¡deja de comer Laura!). He aprendido a cómo ir balanceando las porciones y alimentos para mantenerme en mi actual complexión, sin sacrificar el sabor ¿me falta por aprender? Sí, ¡y qué emoción!
  5. Mi sentido del gusto y del olfato se ha transformado: esto es inevitable, verdura que antes te disgustaba puede que de vegane ya la ames, y olores que percibías como ricos (el mole de olla, por ejemplo) hoy no puedas tolerarlos. ¿Por qué? La percepción sensorial no es la única en reconfigurarse, también la mental, uno imprime en sus alimentos la información que sabe de ellos, de su procedencia, su tradición y/o forma de preparar. Desde que soy vegana he resignificado texturas, apariencia olores, sabores y costumbres, mientras más se asemeje un platillo vegano a su versión no vegana, menos se me antoja.
  6. Tengo claridad mental: esto se lee extravagante, ya sé, sin embargo, en una investigación que realicé en mi maestría resultó que muchos de mis entrevistades justamente declaraban sentirse “más despiertos, limpios, claros de mente”, esto tiene una explicación muy sencilla: estás consciente de tu ser y tu entorno. En específico sabes lo que comes, no existe esta disociación entre el platillo y su procedencia. Cuando se comen animales existe una disonancia entre lo que ves preparado y el animal no humano a quien te estás comiendo. Los veganos sabemos que son plantas sin sistema nervioso central: frutas, verduras, cereales, leguminosas, raíces, hongos y listo, no hay más que rascar.

Esta es mi experiencia, tómenla así y recuerden #GoVegan


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