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Desde hace unos días tengo telarañas en la cabeza, me inquieta educar a Vale para obedecer. Les cuento por qué…

La obediencia, ciega

Hace poco vi el documental de HBO “En el corazón del oro”, el cual relata la historia detrás de los abusos sexuales de cientos de gimnastas norteamericanas durante más de dos décadas, por parte de su doctor Larry Nassar.

Si aún no lo han visto, les anticipo que es muy crudo, los testimonios de las víctimas y de sus familiares me pusieron la piel de gallina. Cuando acudían al consultorio de Nassar por alguna lesión, aplicaba un tratamiento “médico” que consistía en introducir sus dedos en la vagina por algunos minutos, según él para hacerlas sanar más rápido.

                  “¿Qué? ¡Nunca se lo dijeron a sus padres!”

Algunas veces se llegaron a preguntar si lo que hacía Larry Nassar era correcto, les estoy hablando de niñas de entre 10 y 13 años, más o menos. Sin embargo, era un famoso doctor y tenía la confianza de sus entrenadores y autoridades del deporte, pero sobre todo de sus padres. Entonces, si sus papás lo veían con buenos ojos, ¿por qué dudar de él? No me lo van a creer, pero se convirtió en su amigo y confidente.

Tiempo después, cuando arrestaron al médico por pornografía infantil, las atletas se enteraron de que habían sido manipuladas y abusadas sexualmente durante años, por Nassar. Los testimonios de los padres son desgarradores, no pueden lidiar con la culpa.

Las órdenes evitan pensar por sí mismo

El otro día, en el Metrobús, una señora y yo íbamos sentadas atrás de dos niñas de más o menos unos 13 años, hablaban del lugar al que se dirigían y la ruta que seguirían. La señora se metió en su conversación y les comentó que la ruta que pensaban tomar era muy larga, que ella iba para el mismo lugar: “Bájense en la siguiente estación conmigo y tomamos un taxi las tres”, les dijo.

Ellas se voltearon a ver y dudaron, pero la señora se levantó bruscamente y en tono mandón les ordenó: “Ya tenemos que bajar, vámonos”. Cuando se levantaron, no me pude callar y les dije: “¿Qué su mamá no les enseñó que no deben hablar ni irse con extraños?” Se voltearon a ver nuevamente y se sentaron otra vez.

Ya se imaginarán la mirada que me echó la señora, no sé si su intención era buena, pero no me dio buena espina.

“¡Ya dinos cuál es el punto!”

Reflexionando, en ambos casos noto un común denominador, la obediencia. En el primer caso, el doctor asegura que “su” tratamiento médico es muy eficaz y las niñas lo creen a ciegas porque sus papás les dicen que deben seguir las indicaciones de sus entrenadores, y éstos confían en el procedimiento por tratarse de Larry, el doctor afamado. En el segundo caso, cuando la señora habla con voz firme, en automático las chicas se levantan y la siguen porque les han enseñado a seguir órdenes.

No es mi intención venir a cambiar estilos de crianza, pero me pareció pertinente, por la situación actual en la que vivimos, compartir estas dos experiencias que me llevaron a cuestionarme para qué le estoy enseñado a mi hija a obedecer. ¿Cuál es el fin de la obediencia? ¿Lo estoy comunicando bien? No quiero repetir el patrón de mis tiempos: obedecer ciegamente a los mayores, porque son adultos y punto.

Por otro lado, hay que enseñar a nuestros hijos a identificar señales de peligro.

Tiempos difíciles.

 

 

 


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