La semana del 8 de marzo me dejó muy reflexiva, volví a preguntarme si alguna vez las mujeres dejaremos de sentir miedo por ser víctimas de acoso, ataques sexuales, violaciones o feminicidios. Yo pensé que a mis treinta y tantos ya no tendría que preocuparme por eso, de que me acosaran o me gritaran obscenidades en la calle, me miraran lascivamente, quisieran tocarme sin permiso etcétera, etcétera.

Por circunstancias equis me tocó una semana andar en transporte público, tiempo suficiente para verme acosada por un fulanito de tal que se subió a la combi y le pidió al chofer que no le cobrara, “le pago a la vuelta”, dijo. El chofer accedió, el hombre se subió y se sentó. Traía una funda de almohada como bolsa, algo grande se veía en el interior; para serles sincera le vi facha de asaltante, pensé “en qué momento va a sacar el arma”. Acto seguido, menganito se cambió de lugar y se vino a la fila de atrás dónde yo me encontraba junto a la pared de la combi y una ventana, habiendo un espacio grande de mi lado izquierdo para que él se acomodara decidió sentarse muy cerca de mí, invadiendo mi individualidad, apretujándome más hacia la pared. Fue en ese momento que sentí miedo, una sensación de peligro me dominaba, en cuestión de segundos me vinieron a la mente experiencias similares, la lista de acosos que durante mi infancia, adolescencia y vida madura había atravesado. Me vi invadida y enojada, hastiada, ¡harta! Esto sucedió al día siguiente del 8 de marzo, estaba aún con muchos pensamientos en mi cabeza y variadas emociones dentro de mí todavía procesándose. Le di exactamente 5 segundos a ese hombre para que se alejara, cosa que por supuesto no hizo, así que volteé a verlo y le dije con voz seca “por favor, recórrase para allá, está muy cerca”. Me vio extrañado, como si le sorprendiera verse evidenciado, se movió de inmediato y se disculpó falsamente.

Yo ya no me fui a gusto en ese trayecto, no podía moverme de asiento y más que nada, no quería, caray, una se la pasa huyendo de ellos, temiendo toda la vida de que un machito le den ganas de testerearte, meterte mano, sobrepasarse y desdibujar tu seguridad, ¡basta! Sí pensaba yo que al pararme el tipo podía agarrarme el trasero o algo parecido (no pasó), pero más allá de eso pensaba en las niñas de 11, 12, 13 años que ya usan el transporte público y que viven esos escenarios repetitivas veces. Meditaba en su sensación de miedo, en qué pasaba por sus mentecitas en dichas circunstancias, en cómo reaccionarían y si alguien iba a ayudarlas. Claramente yo aún temía, sin embargo yo soy una mujer madura, lo que por supuesto me exenta de nada, pero vamos, me defiendo, una pequeña difícilmente responde a la defensiva.

Me quedé con esa sensación por varias horas de la tarde, preocupada, enojada, cavilando también cómo es que el feminismo me había encontrado en etapas tempranas de mi vida y me la había cambiado. Uno no llega sola a convertirse en la ser humana que es hoy, definitivamente las miles de mujeres que comenzaron a cuestionar y desafiar los lugares que se les otorgaba en el mundo han sido ese cimiento para decenas de generaciones posteriores a ellas, y lo que hagamos nosotras en esta etapa de la historia, lo será para otras tantas.

Llegué a casa, le narré a mi sobrina de 18 años el escenario y le pregunté, ¿qué harías tú…? Me dijo “no sé, me bloquearía de repente. No sé, pararme, huir”. Asenté con la cabeza, le expliqué que en esos momentos debía sacar su lucidez y dominar su miedo, evidenciar al fulano con todos los pasajeros y por supuesto, irse. Ella es de complexión y altura pequeña, de todas mis sobrinas es quien constantemente me preocupa, por lo mismo.

«Es diferente cuando es alguien a quien amas»

Después de esta experiencia y para cerrar mi semana de introspección feminista vi la película de Promising Young Woman, la cual dio catarsis a mis emociones de los días pasados. Con su severa y bien merecida crítica a la predominante y hegemónica cultura del machismo, así como a la complicidad entre hombres, es al mismo tiempo una oda al movimiento, a la creciente sororidad que existe (o debiera existir) entre nosotras y a cómo las mujeres buscamos incansablemente la justicia, con temor, arriesgando la integridad, destruyendo, si es necesario, lo que se atraviese a nuestro paso, porque si no somos nosotras, ¿quién va a visibilizar a las que ya no están?

Un día va a llegar en que habrá generaciones que nazcan sin miedo, porque el feminismo nos habrá dado nuestro lugar a todes, sí, también a aquellas quienes no se consideran feministas.


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