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Ayer estaba paseando a mi perrita y escuché a una chava llamarse a sí misma: «qué tonta soy». Me tuve que detener un momento porque no me gustó. Cada día me gusta menos cuando alguien se llama a sí misma de una manera mala. Me parece injusto y doloroso. Pero, ¿por qué?

El discurso que nos contamos

Hace tiempo fui a un taller de duelos y la chava que lo impartió dijo algo que me hizo mucho sentido: por cada cosa negativa que nos imaginemos o nos digamos, tenemos que decirnos al menos DOS positivas para «eliminar» ese pensamiento/sensación/miedo. Y es que para borrarlo, tenemos que poner uno nuevo, y no basta con decirlo una vez, pues así como que «se iguala» pero no se borra. 

El punto es que nos decimos cosas feas y a veces somos fatalistas: nos imaginamos el peor escenario y sufrimos. 

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No nos damos cuenta que el discurso que estamos escuchando, sin poner realmente atención, es negativo.

Fíjate: te miras en el espejo del baño a media mañana y ¿qué dices? «Ay, pero qué chulada. Ve nomás, ese rímel corrido qué bien se te ve».

Ajá. 

¿Y qué tal cuando hablas de cómo le creíste a ese hombre que te engañó cual quinceañera a tus treintaymuchos, cuarentaymás?

¡Por pendeja!, gritas a todo pulmón. 

No, «por pendeja no». 

¡Déjate de ese discurso, te estás tratando mal!

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Mira el rostro de esta mujer, en el gif. Está derrotada, dolida, ya no puede más. Está profundamente lastimada. 

Imagínate cómo estás tú si todo el tiempo de tratas sin cariño, de manera ruda. Si eres tu más dura juez. 

Te juzgas por todo. Te regañas. Te haces menos. Y te lo dicen en pensamientos y en voz alta. Muchos de estos hábitos son hasta inconscientes. El discurso que te cuentas es totalmente destructivo. 

Hay que parar. 

Cómo cambiar el chip

Para cambiarlo hay que darnos cuenta. Para darnos cuenta hay que detenernos y observarnos. 

¿Y eso con qué se come?

Es un ejercicio, literal, de todo el tiempo. El primer paso es saber que tienes que hacerlo. Al principio te acordarás de vez en cuando y así irás recordándolo más seguido hasta que sea algo más natural. 

Esto significa: saber que tienes que poner atención a lo que dices y pienses, no antes de decirlo, sino cuando lo hagas. Es decir, estás en tu casa y te golpeas el dedo chiquito del pie y en lugar de sobarte y decirte: ay, pobrecita, ¿te dolió mucho?, seguramente te dices «Ay, qué wey». 

¡Y te cachas! Lo escuchaste. Y no, no te regañes, ¡no es el punto! Más bien es corregirte: «no, no, no. Mi niña, te lastimaste, deja te sobo». Quizá te parecerá ridículo porque esos cariños los tenemos para los demás, no para nosotras. ¡Basta!, hay que hacerlo también con nosotras. Ese es el segundo paso.

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El tercer paso (el segundo fue «corregir» lo que dijiste), es seguir observándote. Detenerte en seco. 

Si notas que estás pensando negativamente o imaginándote una historia terrible, ¡piensa en otra cosa! Distrae tu atención. Si te notas regañándote, haz lo mismo, piensa en las cosas que haces bien. 

El cuarto paso se da hasta que domines el tres, ya sin necesidad de cambiar de pensamiento sino dándote una explicación. ¿Por qué me siento así? ¿Por qué estoy reaccionando así? Entonces, no te estás juzgando, ¡te estás entendiendo! Que sea de la manera más amorosa, es decir, mírate como una niña pequeña que está nueva en esto… ¡porque lo estás!

Como verás, es un ejercicio de todos los días, pero ¡te lo prometo!, lo vas a lograr. 

Yo me descubro cada día más amorosa conmigo misma. Y, ¿sabes qué pasa? Mi energía ha cambiado, estoy mucho más de buen humor, más a gusto, más contenta con todo mundo. 

¡Lo vas a lograr! El primer paso es importante, ¡y ya lo estás dando!

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