Las mujeres actuales, o la mayoría, nos fijamos muchas metas a la vez y a corto plazo. Queremos ser guapas, delgadas, cultas, profesionales, competitivas, exitosas, vestir bien, viajar y, por qué no, las que decidimos tener hijos, queremos ser las mejores madres. Sí, este es nuestro tiempo y oportunidad, pero también nuestro gran desafío.

¡Qué dices! ¡Las mujeres somos multitareas! ¿Acaso te estás quejando de lo que hemos logrado? ¿Qué hay de todo lo que pasamos para llegar hasta aquí? ¡En serio quieres que paremos!

¡No! No es el fondo, es la forma.

Estamos tan ocupadas cosechando metas personales y profesionales que, muchas veces, le damos prioridad a lo tangible y a lo material, pues es más fácil renunciar a lo que no nos conduce al éxito y a lo que no alimenta nuestro ego.

Créanme, me entusiasma muchísimo ver cada vez más mujeres ocupando puestos de liderazgo, lanzando startups y mamás abandonando sus empleos para emprender su propio negocio. Sin embargo, nuestra hambre de reconocimiento nos empuja a llenar la agenda de compromisos de trabajo y perder elementos importantísimos para nuestra vida personal, como la comunicación y la convivencia real, el tiempo de introspección, la congruencia, y el desarrollo interior y espiritual.

Cuando permanecemos mucho tiempo en este estado, vivimos como robots, nuestro rostro se entristece, caminamos cansadas, lucimos estresadas y dejamos de percibir lo que sentimos y pensamos; nos desconectamos de nuestro verdadero yo.

Sin importar la historia de cada una de nosotras, todas necesitamos rescatar de alguna forma nuestro interior y recuperar el balance.

Podemos hacerlo a través de la meditación, el ejercicio, la convivencia con la naturaleza, el gozo del silencio, la práctica del agradecimiento, la compañía de nuestros seres queridos, la definición de prioridades según la etapa de nuestra vida, en fin; en las cosas simples de la vida, esas que no cuestan dinero, pero sí mucha fuerza de voluntad.

Las invito pues a tomarse un tiempo de reflexión para observar detenidamente su vida actual. Pregúntense: ¿soy una fuente inagotable para los demás? ¿Estoy siendo demasiado exigente y perfeccionista contigo misma? ¿Me estoy otorgando el mismo valor que le doy a mis hijos, a mi pareja, a mi trabajo, incluso a mi mascota? ¿Tengo un espacio en mi agenda reservado solo para mí?

Que vengan las respuestas desde la honestidad.


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