Podría asegurar sin temor a equivocarme que esta vida es una lucha libre que todos libramos y que tiene mucho de lucha y poco de libre; se parece más a un «vale todo».

En la vida como en el ring, tenemos un personaje, algunos van enmascarados y otros no, tenemos trucos y llaves, saltos desde algunas cuerdas y uno que otro mortal para sobrevivir. También, digamos, tenemos a nuestros entrenadores personales, que a veces son nuestros padres, otros los maestros y en general las personas que se van sumando a nuestra vida. Creo que nos toca ser entrenadores y hasta cronistas de nuestras luchas. Vamos evolucionando en la pericia de demostrar que somos valientes y que no vamos a perder nuestra máscara. Tenemos a nuestra porra y aquí es donde importa tener a las personas adecuadas en tu esquina: esas que creen en ti, ni cuando tú mismo lo haces.

A muchos de nosotros nos dijeron o nos enseñaron a no ser tan sensibles, a no mostrar nuestras emociones, a aguantarnos, vaya, esas emociones que se van acumulando y que hacen mucho daño cuando no sabemos demostrarlas y ponerlas en su lugar. Ya saben: «los niños no lloran», «no digas todo lo que sientes», «deja de quejarte como niña», «no demuestres tus emociones, eso es para débiles», «no metas el estómago o el corazón»… etc. Total que, rudos y técnicos, aprendemos a aguantar, a dar una lucha tras otra y a no mostrar el lado sensible que finalmente nos hace humanos.

¿La sensibilidad se lleva bien con los luchadores? Debería, porque si mezclamos fuerza y sensibilidad somos más completos, más integrales. Pero el ring no es un lugar para débiles, ¿o sí?, para luchar en la vida como en el ring, para soportar de dos a tres caídas necesitamos creer en nosotros y que alguien más lo haga. Además, de alguna manera todos albergamos este sueño imposible de ser «el mejor», el mejor luchador posible, entonces vamos mostrando nuestra fortaleza y nuestros mejores trucos, para ojalá, ganar un campeonato. Pero, lo cierto es que en veces ganas y en veces pierdes, y la vida sería mas sencilla si nos tomáramos el tiempo para sentir y nos permitiéramos mostrar nuestros sueños, ilusiones, sentimientos y hasta miedos.

A quién no le hicieron la infancia la pregunta salvaje: -«¿Qué vas a ser de grande?»-; y ya de adultos, conociendo a alguien o en una entrevista de trabajo, más salvajadas: -«¿Qué quieres de la vida?; ¿En dónde te ves en diez años?; ¿Qué es lo que más deseas?; ¿Qué vas a hacer ahora?»-, preguntas que nos persiguen desde que tenemos conciencia y para las cuales, la mayoría de las veces inventamos una respuesta, incluso cuando somos niños.

En la lucha de agradar, de ser y estar, lo ideal es «crecerte al castigo», aprender a soportar algunos golpes y luego regresar otros tantos… porque todo coexiste: la bondad y la maldad, la rudeza y la sensibilidad y nada es blanco o negro. Nuestros gustos, nuestros errores y nuestros aciertos NO nos definen, es la suma o el promedio de ellos, por eso importa ser y mantenernos auténticos para vincularnos genuinamente con lo que amamos, con lo que nos gusta e importa, el camino no es plano, vamos a tener caídas, a veces iremos tranquilos dominando y otras tendremos que defendernos o aprender a hacerlo, y hay que recordar que se vale equivocarse.

En la vida como en el ring defendemos nuestra máscara y nuestro personaje hasta el final, con el cuerpo y el alma, pero si un día perdemos, también importa recordar que seguimos dando golpes y que el humor con el que veamos nuestra trayectoria nos va a rescatar de mucho. Desde mi nunca humilde opinión debemos ofrecer más ejemplos de este tipo a los niños en lugar de presionarlos con «convertirse en alguien».

Encontré una joya para leer, es un libro infantil recomendado de los 6 años en adelante, se llama «¡PRIMERA CAÍDA! El enmascarado de terciopelo, Vol. I. escrito por Diego Mejía Eguiluz, Ilustrado por Ed Vill, un libro editado por Penguin Libros, ganador del Audie Award 2023 por el mejor audiolibro en lengua española, primer volumen de tres. Es ideal para niños y adultos que quieran para entender que en la vida como en el ring estamos luchando, y podemos conocer al Enmascarado de Terciopelo y a sus amigos en un intento por no perder su encanto personal sin dejar de imponerse en las luchas.

Acerquemos a los niños modelos que en primera persona nos acerquen a sus historias y les enseñen que no siempre hay que usar una máscara.

Me gusta leer. Un abrazo,

Karla Lara

Imagen principal de freepik


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