Pasé la mañana del martes como comúnmente le exijo a mis días, corriendo y pensando en varios pendientes a la vez. Soy una comunicóloga apasionada de las relaciones públicas, que ama lo que hace sin remedio. Mi día pintaba apretado con la celebración de las “Iconic Women”, que el blog Itgirl convocó y, a las 11 am, como en toda la ciudad, cumplimos con el “simulacro” más por obligación que por gusto.
Por Gina Pineda
Cuando te dicen que “la vida cambia en un segundo” jamás alcanzas a comprender la realidad de esas palabras que parecen inofensivas. Lo que pensé era el simple paso de un camión pesado frente a mi oficina, ubicada en Álvaro Obregón 275, fue el inicio de la sacudida. El movimiento impedía mantenerme en pie y opté por avanzar en grupo con mis colegas abrazados. Cuando alcanzamos el camellón de en medio de la avenida, ante nuestros ojos se desplomó el viejo edificio color café de los vecinos del 286 y la nube blanca que produjo la caída nos envolvió dejándonos sin aliento.
En mi impotencia de querer ayudar, corrí al edificio cuando un segundo derrumbe me paralizó y escuché los gritos de “fuga de gas” que terminaron de infundir un pánico colectivo. En mi mente guardo la imagen de una mujer totalmente cubierta de polvo que gritaba repetidamente: “alcancé a salir”, al tiempo que abrazaba a una amiga; y otra que lucía contrastante entre lo blanco del polvo en su cuerpo y el rojo de la sangre que brotaba de su rostro. Ese momento de confusión, ese instante de miedo, ese solo segundo, nos había marcado para siempre.
Hoy, a un mes de aquel suceso, luego de días de ansiedad, constantes lágrimas y de noches sin dormir, de no poder entrar a mi oficina, pues la Marina, policías y rescatistas acampaban, de caminar las calles desoladas de mi devastado barrio de la Roma Norte y “oler a muerte” de manera pura y literal, decidí sanar y hacer del suceso una metáfora en mi vida.
Me convencí de que la gran sacudida exterior debía derivar en una sacudida interior más fuerte.
Aprender que la reconstrucción es el movimiento y que el crecimiento personal es darnos el permiso de abrazar el dolor, las lágrimas y el miedo. Agradecer a la vida y darse cuenta que respirar no es solo vivir, respirar es siempre una nueva oportunidad para abrirnos e iluminar la oscuridad.
Reflexiono que la inspiración y la desdicha son inseparables, pues si solo tuviéramos inspiración nos volveríamos arrogantes y si solo tuviéramos infortunios perderíamos la visión. Definitivamente, la inspiración nos anima y las desgracias nos hacen más humildes.
Gina
Habitante de la Roma Norte
Síguenos en redes sociales como @KENArevista: