La primera vez que di una conferencia sobre NoMo (No Motherhood: No maternidad) y los problemas de la santificación de la maternidad fue a un reducido grupo de mujeres sin hijos. Todas estaban de acuerdo… Pero cuando la di a un grupo mayor de mujeres variopintas, entre ellas madres, ardió el salón.
¿Por qué sigue siendo un tema polémico si tenemos o no descendencia? Si eres madre también léelo… Podrías sentirte identificada, aunque no lo creas.
¿Por qué eres mamá?
Esta es una pregunta que casi nadie contesta con certeza: «Porque quería consolidar mi matrimonio, porque quería formar mi propia familia, porque quería realizarme como mujer, porque ya me había casado y no lo pensé, porque soñé con eso desde niña» y una larga lista de etcéteras colmados de lugares comunes.
Ninguna dice: «Porque quise».
Eso es lo que presenta la socióloga Orna Donath en su libro Madres Arrepentidas (Random House, 2019) en el que tras un estudio a diversas madres conducido en Israel -¿se acuerdan de la obra de Susana Alexander sobre Cómo ser una buena madre judía?, pues bien, si hay mujeres nacidas para ser mamás, son ellas– en el que tras varias sesiones de largas preguntas colmadas de «¿por qué?», todas acabaron por admitir: «No lo pensé realmente».
Incluso, varias de las que dijeron desearlo con todas sus fuerzas desde jóvenes confesaron después ser «madres arrepentidas», es decir, madres que desearon serlo pero ya que estaban ahí dudaron de que hubiera sido la decisión adecuada.
NoMo: Las marginadas
«Ninguna madre va a admitir que le pesa serlo. Es un tabú», dice Donath en la premisa del libro, y añade algo que no solemos hablar al respecto: «Las únicas aliadas son las ‘madres de nadie'», pero la sociedad también las ha marginado por el mismo motivo: es mal visto no querer ser madre.
Vamos, que en pocas palabras, la maternidad esta sobrevalorada.
No, no es que sea mentira que es lo más hermoso que le puede ocurrir a una mujer –eso lo sienten las que son madres; las que no lo somos desconocemos esa sensación–, no es que el amor a un hijo no sea el más incondicional y puro –que sí lo es, ‘las hijas de alguien’ lo sabemos–; no estoy diciendo que no sea una experiencia de vida única y valiosísima –que lo es–, simplemente, no es tan perfecta, maravillosa y gratificante como lo ha mostrado la cultura universal desde el principio de los tiempos.
Todas las mamás del mundo
Mamás, hay que decirlo: la maternidad es la misma en Occidente, Medio Oriente, Lejano Oriente, África o Groenlandia: las madres, todas, son apóstoles del martirio interminable, cuya beatificación llega con la alegría de saberse madre, de ver triunfar a los hijos socialmente, familiarmente y ser felices (lo cual también es muy discutido: ¿qué es triunfar y ser feliz en realidad?).
Las madres sufren: «A mí me duele el dolor de mi hijo», dicen, «no vuelves a dormir tranquila nunca más» y, «cuando seas madre lo comprenderás». Okey… aquí me detengo.
¿Descarte o decisión?
Yo nunca seré madre. Nunca he querido serlo. Incluso cuando he dudado de mi decisión o he tenido una «alerta de embarazo» por algún descuido, el pánico que se apodera de mí es tal que cuando llega la noticia de que no estoy embarazada, siento un alivio similar al que he sentido cuando me he realizado exámenes médicos delicados.
Esa es la versión oficial de las ‘madres de nadie’. Pero al hacernos la misma pregunta que a las mamás, la respuesta que sale es la misma: «No lo pensé, es que se me fue el tren, no tenía con quién, no me di el tiempo, nunca tuve el dinero, estaba esperando el momento correcto».
Los contextos para ser madre
Al final, las ‘madres de nadie’ también elegimos en función del contexto, al igual que las madres. Pareciera que el destino decide si te toca o no te toca (inclusive a las madres solteras que lo logran a pesar de cualquier contexto en contra). Alguna mamá me dijo una vez: «si te esperas a que llegue el momento correcto nunca serás madre. No existe tal cosa como el momento correcto. Los tienes o no, sin pensar».
No existe el momento ideal para ser madre, no existe.
Y es cierto… Porque pensarlo detenidamente y a consciencia conlleva dudas que hacen más amplio el gigantesco espectro del: ¿Y qué pasaría sí..?, cual si fuera una fórmula matemática perfecta. Nadie puede adivinar el futuro, por lo tanto, nadie puede saber si ser o no madre será motivo de arrepentimiento o no.
En este contexto de un futuro incierto, las mujeres que decidimos firmemente no ser madres –generalmente después de que entramos en lo que llamo «la frontera del tic-tac» (cuando entras a los 40 y sientes el apuro biológico, o en contraparte, la tranquilidad de que ya no lo fuiste y puedes vivir con ello)–, miramos con cierto desdén o compasión a las «pobres madres sin vida propia», de la misma forma en la que ellas nos ven igual: «pobre mujer sin nada que hacer, sin nadie por quién vivir».
Amigas y rivales
Sí, somos diferentes porque tenemos estilos de vida, tiempos y preocupaciones distintas. Nada más.
Decir que una mujer es más completa por ser madre tiene una verdad biológica (hemos sido diseñadas para reproducirnos), pero no sicológica ni emocional, porque no hay pruebas científicas de tal cosa como «instinto materno».
Esta intuición materna se desarrolla –o no– en mujeres que ya son madres y que suelen «adivinar» con lo que se conoce popularmente como «sexto sentido». Algunas jamás lo generan, sean biológicas o adoptivas.
En cualquier caso, muchas mujeres que deciden no ser madres lo hacen desde el argumento de que no quieren repetir patrones que vieron en su casa, convertirse en su madre, o «pagarlas todas». Esto, según me lo hizo saber una coach alguna vez, «es cobardía». No lo dudo… aunque diría Juan Gabriel: ¿Pero qué necesidad?
«No quiero ser como mi mamá»
Mi mamá quedó viuda a los 43 años (casi mi edad) con dos hijas adolescentes. Hoy no logro ponerme en pie yo solita en tantos aspectos de mi vida, que no puedo imaginar lo que implica un peso como ese.
Mi mamá lo enfrentó y se convirtió en jefa de familia 360: tiene una nómina doméstica grande y responsabilidades extra por la discapacidad física de mi hermana, que la obliga a ser mamá de tiempo completo aun con su demandante trabajo de abogada y una legión de compañeros hombres, lo que nunca es fácil en estos tiempos.
Por mucho que quiera y admire a mi mamá, la verdad es que no quiero ser como ella –¡pero claro que soy como ella en un montón de cosas!–. Mi mamá es una gran mamá, pero ya está cansada de ser mamá.
Simplemente, yo no podría. No querría tener el paquete que se aventó ella y no quisiera dejar todo por lo que he trabajado siempre: mi carrera periodística, mis sueños guajiros, etcétera por el compromiso y la inagotable responsabilidad de criar, cuidar y estar ahí para mis hijos. He elegido no darme tiempo para una familia propia.
La vejez sin hijos
«Dices eso porque estás en plenitud», me dijo la mamá de una amiga. «Cuando envejezcas verás que los retos, los trabajos y las relaciones sociales se acortan hasta quedarte sola y lo único que te queda es la familia: tus hijos, tus nietos». PUM.
¿Es el miedo a la soledad y al morir sola sin nadie que te extrañe el móvil para ser mamá? «Aunque tengas hijos nada te garantiza que se harán cargo de ti, te cuidarán o te querrán», me dijo mi sicoterapeuta Rafael Solana. «La decisión de tener hijos no debe ir ligada al narcisismo, el egoísmo y el pago por serlo». PUM
No está mal sentirse mal…
¿Te has detenido a pensar por qué fuiste madre, qué esperas de tus hijos y de tu pareja o ex pareja y sobre todo, qué esperas de ti misma en el futuro? Yo conozco abuelas que aman serlo, pero también otras que se quejan de ser «la nana» de sus nietos y algunas que no son cariñosas ni frecuentes. No son malas, solo no son lo que los estándares sociales, culturales y religiosos nos imponen: «Sé mamá, sé perfecta, sé dulce».
Esto lo ha tratado durante años la consejera en crianza y Doula Posparto Pamela Salinas Parra, colega reportera de viejas batallas, quien ha sido de las primeras mamás mexicanas en afirmar en voz alta –siendo madre de tres hijos a los que adora–, que debemos dejar de santificar a la maternidad.
«Dejen de decir que son mamás, CEO, esposa y deportista de alto rendimiento, todo en uno, porque es una mentira; una madre de tiempo completo queda mentalmente agotada además de físicamente cansada como para hacerse cargo de todo lo demás».
Nada es más cierto. Generalmente las que presumen de ser mujeres de tres pistas no dicen que cuentan con ayuda o que están agotadas; las que no lo presumen suelen sufrir las consecuencias de la ausencia (la mamá que trabaja pero no tiene tiempo) o por el contrario, la que logra ser mamá primero que todo y deja de lado todo lo demás que le puede acarrear frustraciones.
Es el Siglo XXI y el patriarcado ancestral todavía nos reclama ser una cosa o la otra: ser mamá o no serlo. Qué injusto.
¿Soy una bruja por no ser mamá?
Ahora, ¿en qué afecta esta cultura de la santificación a las ‘madres de nadie’? En que la mayoría de los hombres y muchas otras mujeres nos ven como brujas –en el sentido más grotesco de la palabra–: no somos santas, ergo, somos malas, frías y calculadoras, irresponsables y codiciosas, no confiables y «locas», epíteto despectivo con el que se nos ha llamado a todas –madre o no– alguna vez en la vida por la más minúscula manifestación de inconformidad hacia un ente masculino –esposo, novio, hijo, colega–.
La santificación maternal nos oprime a todas: madres e hijas, a las madres de nadie y a nuestras hermanas, hasta afecta nuestras relaciones con otras mujeres. ¿Queremos que nuestras hijas sufran de esa presión? No. ¿Queremos ser libres de la opresión que genera la maternidad en cualquiera de sus formas? Sí.
Todas somos aliadas
Queda como conclusión personal de esta tesina engendrada de mi conferencia, lo siguiente: Si el contexto para ser madre nunca se te dio, acéptalo y disfruta tu vida en función de tu NoMo (No Motherhood), y sea por elección o por descarte, y por favor, deja de solazarte de tu vida feliz criticando o compadeciendo a las madres.
Si por el contrario, ya eres madre y tampoco te gusta serlo, acéptalo, sé responsable y dale a tus hijos las necesidades emocionales que les permitirán crecer sin traumas (o haz tu mejor esfuerzo porque igual te reclamarán algo, lo que sea) y desafánate de la co dependencia y chantaje de la Madre Apóstol que el discurso patriarcal nos ha impuesto desde tiempos inmemoriales.
Y si amas ser mamá por sobre todas las cosas, deja a tus hijos en paz y ponte a hacer algo por ti misma. No deposites todo tu ser en la casilla que dice «mamá» o la frustración te amargará una parte de la existencia –o toda– más tarde que temprano y lo peor: también a ellos.
La decisión es de cada una
Estos últimos preceptos no los dice nadie, no están basados en alguna métrica, solo en mi propia experiencia de vida, con mis amigas, mis hermanas, mi madre, mis tías y las mujeres que acuden a mis conferencias.
También viene de mis pleitos feisbuqueros con mamás que dicen que las no madres no nos cansamos, o de las madres de nadie que decimos que las mamás no tienen nada que hacer más que cambiar pañales o forrar cuadernos. Tenemos que aliarnos en el propósito común de ser nosotras y solo nosotras las que pongamos los límites de lo que es e implica la maternidad para las mujeres. Nadie más que nosotras.
Es solo un consejo, que como todos los consejos, nadie me lo está pidiendo, pero necesitamos decirlo: la santificación de la maternidad ya no puede seguirnos oprimiendo.
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