Ser mamá de una niña es muchas cosas, menos fácil. Puedo hablarles de la ternura, de la delicadeza, de la fragilidad que a veces se asume representa a las niñas; de eso y del color rosa, pero puedo también hablarles de la fortaleza, de la creatividad, de la energía y del temperamento fuerte de la mujer que habita el espíritu de una niña.

Hace 12 años nació María, y yo soy de la idea (como madre y doula); que cada bebé muestra quien es desde el nacimiento. Que la forma en la que nacen es una probadita de quién es en personalidad y qué tiempos van a regir su vida. Mi hija, distinta a mis otros 3 hijos (porque cada hijo es único), fue la que más horas tardó en nacer; no fue cuando el doctor decía, ni cuando yo lo deseaba o cuando su papá juraba que nacería; nació a su tiempo, haciéndome creer muchas veces que sucedería en cualquier instante, para luego hacerme esperar más horas. Lo mismo hace ahora, 12 años después…

Ser mamá de una niña es un reto porque coexistimos en un mundo lleno de libertades conquistadas (que hoy sabemos pueden revocarse), y de amenazas constantes; porque hoy el feminismo es una bandera que se agita para defender los derechos de las mujeres y con la misma bandera se les maltrata y se las aleja de la equidad. Porqué estamos en un mundo globalizado en el que todo está a un click de distancia, pero igual de cerca están las amenazas; puedes comprar un vestido, comida o acceder a una carrera universitaria en línea; pero también un peligro puede acceder a ti con la misma facilidad y velocidad.

Ser mamá de una niña en estos tiempos

Las niñas hoy ya no están sujetas a estereotipo alguno, ya no tienen que ser femeninas y delicadas; pueden vestirse como mejor les guste e intentar cualquier deporte o afición y eso es maravilloso; pero también enfrentan un cambio generacional en la manera de expresar sus emociones y necesidades (que no siempre son atendidas). Las mujeres cada vez mas van ganando espacios que antes estaban vacíos, aprenden y desarrollan ciencia y tecnología; saben de artes, de letras, de activismo y muchas también tienen el deseo de algún día ser madres, y muchas otras no… y ya no serán criticadas por ello.

Los tiempos cambian, eso es bueno. Pero criar a una niña no es fácil; muchas veces se vuelve un espejo en el que puedes observar lo más grandioso en ti, aquello que sin quererlo le has heredado, o transmitido o que ella ha elegido replicar; pero también está la sombra; esa manera en la que te hablas a ti misma como mujer y que tu hija con su poder e intuición femenina, detecta perfectamente y te mira, y te escucha a pesar de que no digas una sola palabra.

Ser mamá de una niña es aprender nuevas maneras de relacionarte contigo misma y con tus ideas, con tu concepto de autocuidado y de amor propio, es también reconsiderar tu manera de relacionarte con tus pares (otras mujeres) y con tu pareja (si la tienes o la tuviste). Todo esto también aplica si eres mamá de un niño, pero en este caso hablo de María y sus doce años.

¿Qué ves en una hija?

En una hija puedes observar cómo se gesta una mujer, cómo va cambiando su alma y su espíritu, y se va transformando en esa vasija mágica prodigiosa que somos las mujeres, dispuestas a dar y dispuestas a recibir.

En María he aprendido a ver los ritmos de otra mujer que no soy yo y que es un poco de mi, de mi madre, de mi abuela y de todas nuestras ancestras. Observo la belleza y la imperfección que la hace más bella y más fuerte; la veo equivocarse y analizar sus pasos para aprender y no repetir los errores. La veo en una incipiente mamá cuando voluntariamente cuida de alguien más, de sus hermanos, de sus gatos; y la veo creativa, con su propia loca de la casa dictándole emociones e ideas sin parar, así, a sus cortos e increíbles años.

Veo en María a una princesa y a una guerrera; veo imaginación y realidad; la veo «darse cuenta» como tantas otras mujeres de tantas otras cosas. María del alma mía que es mi hija de casi 12, y que puede ser la tuya, tu sobrina, tu nieta, tu amiga… Es la niña de mis ojos, pero tiene los propios para ver el mundo desde su perspectiva, es esa muñeca con la que jugué cuando era una bebé y es hoy esa mujercita despertando de la siesta que es la infancia. María aún juega, corre, grita, patina, pinta, canta, baila, opina y ello no es exclusivo de ser niña, es el regalo que da la libertad de ser y de existir en la voluntad respetada y sobre todo amada. Todas las niñas merecen eso.

Ser mamá de una niña es notar la propia docilidad y la fiera que también vive en mi, es mi estilo femenino hecho suyo, propio, que ya no se parece a mi, que tiene hasta su forma, aroma y cadencia. También es ver que las diferencias entre hombres y mujeres son de una gran dimensión y eso, a veces, te hace sentir ridícula cuando pretendes enseñar la igualdad y la equidad.

Ser mamá de una niña es también observar su manera de amar y no corromperla con la tuya; es prepararla a toda costa para ser autosuficiente e independiente, pero no pelearse con el amor y la idea romántica del mismo. Es mostrarle que lo puede todo, pero que nunca sea a costa de ella misma. Se trata de hablar la misma lengua femenina y sin embargo; a veces parecen idiomas distintos. Si eres mamá de una niña, te recuerdas a través de ella pero no eres tú y debes tenerlo claro siempre.

Ser mamá (de niñas o niños) es una oportunidad para hacerlo mejor; mejor de lo que lo hicieron tus padres contigo, aún cuando lo hayan hecho bien. Si acaso hay heridas de la infancia, es un buen momento para sanarlas, hacerlo es un regalo personal para tus hijos; si es una niña, el regalo vale más, porque solo por ser mujeres el reflejo es mayor, más transparente, más expansivo.

Anécdota para compartir

Como anécdota que vale la pena compartir, les cuento que cuando ella tenía 5 años en el preescolar, una pequeña niña como ella, le cortó un poco de su cabello; María regresó a casa triste y algo desencajada por lo que pasó, me lo contó como algo trivial «la niña tomó la tijera y le cortó el pelo…» Mi enojo fue enorme porque mi primer pensamiento fue: ¿dónde estaban los adultos responsables?; al día siguiente me presenté en la escuela para hablar con la directora, con María de la mano y le expliqué lo sucedido y mi molestia.

María trató de dar su explicación de nuevo pero la directora solo se dirigió a mi, fue condescendiente y tibia en su trato; me dijo que lo lamentaba pero que yo tenía que explicarle a María que así era la vida y que niñas y situaciones así se iba a encontrar siempre; y que bueno, tocaba apechugar y enfrentar.

Cuando terminó su explicación, dándome indicaciones de cómo explicárselo a María, me agaché a la altura de mi hija y le pedí que fuera por sus cosas porque en ese momento nos íbamos a casa. La directora me interrumpió y señaló de nuevo que así no era la cosa… que yo no podía defender a María a sus 5 años, porque un día yo no iba a estar para defenderla y que ella tenía que aprender.

Acto seguido María regresó con sus cosas que yo cargué por ella y a la directora solo le dije: «me llevo a María, es mi hija y lo que ella acaba de aprender de esta situación es que así no son las cosas y que siempre en la vida se puede retirar si algo es molesto, doloroso o inaceptable para ella, que la vida justo no es así. Es un universo de posibilidades en los que uno elige donde quedarse y a donde irse». Además recalqué que si estando yo con María a sus 5 años, no la hacía sentir protegida y amada y con derecho a ser respetada; entonces luego sería tarde y crecería como la directora, segura de que la agresión es la vida; y yo no lo creo así.

Doce años maravillosos y aprendiendo a diario, sin dar nada por hecho, sin dar nada por sentado. Vamos juntas pero no andamos el mismo camino.

Un abrazo,

@KarlaMamáDeCuatro

Lo duro de ser mamá


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