La violencia de género, empieza en las calles, y muchas permitimos que siga impune.
En los últimos meses se ha hablado mucho de la violencia hacia la mujer, y se han visto muchas campañas en contra del abuso de género. Por lo que nos propusimos hablar de lo que muchas no quieren, o no saben expresar. En medio de la investigación que hicimos, encuestamos a treinta mujeres en las redes, descubrimos que muchas están dispuestas hablar de forma «discreta» sobre lo que les molesta cuando los hombres en las calles les prodigan palabras obscenas para “halagarlas”. Pero cuando pedimos que publicaran sus denuncias en redes, y hacer eco, ninguna tuvo el valor para que otros las leyeran. De treinta, solo una se atrevió hacerlo. Entonces, ¿dónde comienza el problema?
Nos alarmó descubrir que dos encuestadas experimentaron el mismo acoso -extremo- en un transporte público. Ninguna compartió antes lo vivido, por la fuerte impresión que les dejó, cuando podrían haberse brindado apoyo mutuamente. Muchos más casos aislados de este tipo ocurren, pero si no decidimos hablarlo y tomarlo en serio, nadie lo hará.
Es cierto que se siente bien recibir cumplidos, pero hay que distinguir lo que es un “piropo”, el cual suele practicarse entre desconocidos, y la otra acción, cuando incurren en la “falta de respeto”, para “destacar”.
En el campo
Al realizar la encuesta, el texto reflexivo habló de «la cultura de la violación«, porque muchos afirman que las mujeres son las que incitan a los hombres a dicho comportamiento, lo cual es acusar a la víctima. La verdad, es que quién está incurriendo en el error no son las mujeres, sino los hombres que consideran muy pertinentes sus palabras, sicalípticas y escandalosas. Respuesta: te es imposible no regresarles una mirada fulminante de odio reprimido. Casi sale de tu interior esa Beatrix Kiddo, violenta y sangrienta, que tanto fascina a Tarantino.
¿Cuál fue nuestra sorpresa? Que aunque muchas estuvieron de acuerdo con todo lo que se decía, y algunas causaron estupor con sus anécdotas, ninguna compartió de forma pública sus peores experiencias. El cuestionario decía al pie: “Coloca tu respuesta en un comentario, o envíala por un mensaje en Inbox, si así lo prefieres. Pero, por favor, ¡no te lo calles más!”. De treinta mujeres que en una hora respondieron la encuesta, solo una se atrevió a comentarlo públicamente. El resto prefirió hacerlo en privado. La misma pregunta: ¿dónde comienza el problema? Inicialmente, en nosotras, ya sea por desidia, vergüenza o miedo.
Un proverbio africano dice: “Si instruimos a un niño, preparamos a un hombre. Si instruimos a una mujer, preparamos a toda la aldea”. La educación comienza en el hogar, y el principal valor que se está quebrantando en todo el mundo, es el respeto. La tolerancia parece haberse magnificado para este tipo de casos, algo en lo que estamos totalmente en contra.
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