Hace un par de semanas estábamos en una reunión familiar hablando de Joaquin Phoenix, de su discurso al recibir el Premio Oscar, de su veganismo y del mío, etcétera; de repente mi hermano dijo en un tono muy despreocupado y light: “eso es una moda, va a pasar”. Todos asintieron con una expresión y continuaron la charla en esa línea. Yo me quedé callada, de esas veces que no hablas porque sabes que sin importar lo que digas de nada servirá. En el silencio meditaba que ni las personas más cercanas a mí comprendían la filosofía del veganismo, ni a ellas había impactado mínimamente y sentí una profunda decepción. Este modo de ver la vida rige todas mis acciones, mis decisiones y lo hago de corazón, con todo mi ser, hasta donde tengo alcance.
La dificultad reside en…
Ser vegana o vegano no es fácil y no lo digo por lo que decides dejar de comer o consumir. No es trabajoso porque ya no degustas tacos al pastor o pozole con carne de animal. No es agotador por los cuestionamientos que recibes a manera de confrontación cuando manifiestas tu postura. No es complicado por quienes hacen chistes malos o “bromas” pesadas y te pasean patas de pollo por la cara. No es lioso porque tienes que cocinar todos los días, leer los ingredientes de cada producto nuevo y googlear exhaustivamente los componentes que se te hacen sospechosos. No es molesto por tener que renunciar al queso y a los postres en eventos omnívoros o jerarquizar el bienestar animal antes de vestir unas botas hermosísimas de piel, usar un abrigo espectacular de lana o embarrarte en la cara el colágeno más maravilloso.
No es complejo porque a veces sientas mucha soledad o poca empatía de tus seres queridos, ni siquiera porque tienes que transformar tu vida entera, ¡NO! Lo duro de ser vegana es saber (y ver) la realidad que viven los animales y no poder cambiarla más rápido.
“Para mí es un minuto, para ellos es el día a día”
Así que los coloco nuevamente en esa reunión familia, en mi silencio y reflexiones de aquel instante cuando todas mis decisiones fueron diluidas en una frase y resumidas en una “moda”. Sin embargo, y al margen de que dicha escena se repita constantemente, me levanté con el mismo silencio de la mesa y me fui a abrazar a Quinoa (mi cachorra).
Pasado un rato pensé en las palabras que me dijera mi amigo Dani Garza aquella vez que desahogué mis penas veganas con él: “la gente piensa que disfrutamos ir a mataderos, ver documentales o leer sobre la crueldad y no es así. La única forma de cambiar la realidad es aceptándola de frente. Yo cuando veo esa crueldad pienso que para mí es un minuto, para ellos es el día a día… Entonces agarro fuerza, abrazo a mis bebés y los mimo mucho y sigo mostrando lo que la gente decidió dejar de ver: la verdad”. Con ese pensamiento resolví que sin importar mis dificultades como vegana, la parte escabrosa la viven los animales y debo seguir haciendo lo que me dé la vida por ayudarlos.
El lado feliz de esta historia
Ayer por la mañana, mientras desayunábamos mi madre me dijo de la nada:
– Ya decidí que dejaré de comer carne.
– ¿Por qué? -le pregunté-
– Porque siento muy feo con los animales y ya no quiero contribuir a eso -contestó.
Me revitalizó su respuesta, sentí que se salía mi corazón y decidí entonces creer que era la forma en que el universo se manifestaba para comunicarme que debo seguir haciendo lo que me pide el alma. Me hizo ver además que sin importar la edad, nunca es tarde para hacer la transición y todos estamos a tiempo.
#GoVegan
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