Un día, mi hijo pequeño me pidió que le pintara las uñas y se las pinté. Me pareció lo más normal del mundo, porque cada vez que yo me las pintaba, o se las pintaba a sus hermanas mayores, él quería llevarlas igual. Agradezco a mi esposo que pusiera límites a mi afán de criar en libertad. Gracias a eso, el pequeño no fue a la escuela con las uñas pintadas, evitando las burlas y probablemente un historial de bulling antes de que le salieran todos los dientes. En aquella época esa era nuestra mayor discusión: pintar, o no, las uñas a Leo. Yo erre que sí, Jaime conteniendo mi tsunami pro igualdad de género.

Un día traicioné mi palabra y le pinté las uñas de los pies. Así el pequeño se quedaba contento al ser igual que sus hermanas, mi conciencia respiraba en paz y Jaime a lo suyo ignorante de nuestra conspiración. Era un día nublado en el que todos íbamos con calcetines y deportivas. Mi plan era perfecto, como el de tantas madres que hacemos y deshacemos a nuestro antojo seguras de que los maridos, ignorantes del asunto, no dirán ni mu.

Pero mira por dónde salió el sol, los niños propusieron ir a la playa y, con el ajetreo de los cachivaches de un lado a otro, olvidé lo que Leo se traía entre pies. Ahí fue él por toda la playa, con sus uñas pintadas, bajo la mirada asesina de Jaime y las críticas de mi familia, ay que ver Mym, ¿no tienes cabeza o qué? Toda mi respuesta fue: ¡Pero si las lleva pintadas de negro, como Miguel Bosé!

Hoy Leo tiene nueve años y no se pintaría las uñas ni por todas las horas de Minecraft del mundo. ¿Lo habremos coartado en su libertad de expresión?

¿Y si es un hijo «diferente»?

Aquel día en la playa todos quisieron mandarme un mensaje: Protege a tu hijo. Protege su diferencia. Porque en ella los demás ven una amenaza y lo atacarán.

El amor de Mym, el amor de las madres y mujeres, el amor maternal, es el amor más puro. Queremos a nuestros hijos trans o trons. Ellos son nuestros maestros, enseñándonos a aceptarlos con su realidad. Cultivemos la tolerancia y el amor. Con suerte, nuestros nietos dejarán de sentirse diferentes si son trans, igual que hoy nadie se siente diferente por ser zurdo o diestro.

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