A últimas fechas le he dado muchas vueltas a esta supuesta perfección que vemos en redes sociales: la familia perfecta, el cuerpo perfecto, los hijos perfectos, el trabajo perfecto, la amistad perfecta, el perfecto estilo de vida… todo eso que sumado nos puede llegar a hacer sentir que si «algo» de lo propio no es perfecto, entonces estamos muy mal. Y bajo esa lupa de perfección nos llegamos a creer que un error, una equivocación, una pérdida, vaya, una mentira, una infidelidad, no merecen una segunda oportunidad, porque la expectativa es que sea perfecto y si no lo es, entonces no vale la pena…
Por si aún no se dan cuenta: «lo perfecto no existe».
En mi nunca humilde opinión: un error no te define. A nadie.
Somos humanos y por lo tanto somos falibles, podemos y hasta debemos equivocarnos porque es una forma de aprender, de crecer, de movernos de algo o de alguien, hasta una oportunidad para cambiar.
El error es parte de la naturaleza humana, equivocarnos es parte de un proceso individual de aprendizaje y a veces (muchas veces), el error nos puede llevar a una mejor situación posterior.
Claro que mentir, engañar, fallar, y cualquier forma de equivocación nos duele o nos causa daño en mayor o menor grado, por eso siento que calificamos los errores en voluntarios e involuntarios, en tener el dolo de hacerlo versus que sea un descuido o hasta un «accidente». Pero no podemos perder de vista que todo tiene efectos. Aquí también entra la subjetividad que suponen las expectativas que ponemos en el otro y en nosotros mismos: cuánto y qué espero de los demás, cuánto condiciono lo que doy, qué espero realmente a cambio, qué tanto pongo mi felicidad o mi satisfacción o mi plenitud en manos de otro… y ahí es donde nuestra medida personal de la gravedad del error o de la falla del otro nos hace considerar dar o no una segunda oportunidad.
Entendiendo que la perfección es un concepto exagerado, poco lograble y que causa más frustración que inspiración. Yo creo firmemente que nuestros errores aislados no nos definen como personas y que, como en la finanzas, hay que sacar el porcentaje de los logros y de las pérdidas y tratar de ganar perspectiva para confirmar si puedo o no, vivir con el balance.
¿Cuánto bueno he recibido de alguien?, ¿cuántas veces ha estado ahí para mí?, ¿qué tan confiable es en mi corazón?… esas preguntas frente a: ¿Cómo me hace sentir su falla?; ¿por qué me molesta su falla?, ¿cuánta responsabilidad llevo yo en esa falla ajena que me duele a mí?… Cada quién tendrá sus respuestas, sus explicaciones y su propio balance para llegar a la concusión de dar o no una segunda oportunidad a la situación, a la persona o a uno mismo.
Pero algo vital es entender que el perdón se ofrece, no se pide. Cuando perdonamos decidimos por voluntad propia -y ojalá en consciencia- regalarle al otro esa página de nuestra vida que nos hizo daño, el otro puede hacer con eso lo que quiera.
El perdón es para liberarnos a nosotros mismos de la carga emocional que supone aceptar o resistir una falla ajena.
Los errores NO nos definen. Si podemos pensar un poco así, entenderemos que un mal día no es una mala vida, que todos podemos estar en una situación vulnerable que nos lleva a equivocarnos y que nadie nos debe nada. Si acaso alguien nos hizo daño, corresponde tratar de aclarar la situación y seguir, o retirarnos, pero no hay factura emocional que deba pagarse. Esto también tiene que ver con los apegos, son esa idea de pertenencia de las cosas y de las personas, nadie es dueño de nadie, nos guste o no.
Soltar, perdonar, movernos, cambiar, comprender NO es ser tibio en la adversidad, es tratar de ser resilientes y adaptarnos de la mejor manera posible a lo que nos hace sentir amenazados, no todo merece perdón, no todo merece segundas oportunidades, pero muchas personas sí y muchas situaciones, también.
Poco en la vida es perfectamente bueno o perfectamente malo, hay un balance, un punto medio que nos lleva a ver para dónde se inclina la balanza, esto nos da contexto para cada situación individual porque en las relaciones no hay trajes a la medida ni una talla le queda a todos. Aquí me permito citar una perla de sabiduría de mi abuela para no caer en la negación cuando lo amerita: «Nadie es bueno bueno y nadie es malo malo, pero el que es pendejo sí es pendejo».
Tratemos de ir un poco más relajados por la vida que todo pasa y lo que sea que te agobie ahora, también pasará.
Karla Lara
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