La octogenaria académica y activista feminista egipcia, Nawal el Saadawi, –quien las ha sufrido todas, desde ablación genital hasta encierro por negarse a la creencia servil de su cultura–, declaró hace algunas semanas al diario El País que el gran reto del feminismo es, en realidad, empezar a ver distinto a la maternidad y no con la creencia cultural de que es un sacrificio. Apenas lo escribo y ya escucho los aspavientos de sorpresa queridas lectoras…

Su idea es que siempre recae sobre la madre la responsabilidad suprema de cuidar al niño o de elegir entre el trabajo y la maternidad; algo que muchas mamás todavía se ven forzadas a hacer, mientras que hay otras que lo hacen por gusto. Claro que también existen padres con este predicamento (yo misma tuve un novio que dejó todo por irse a vivir cerca de su hijo, tras su divorcio con la mamá del niño), pero son casos excepcionales; la generalidad nos dice que somos las mujeres quienes nos atamos al hijo. Nada más en lo que va del año he recibido cinco mails de marcas de lujo cuya RP deja el puesto, “porque ha decidido enfocarse en esa gran profesión que es ser mamá”. Casi todas mis amigas están estrenándose en ello y una de las primeras cosas que me dicen es: “me parte el alma dejar a mi hijo”, así que aquellas que tienen la oportunidad de no hacerlo –es decir, que la economía familiar no recae en ellas–, deciden dejar el trabajo por estar con sus pequeños 24/7.

¿Está mal? No sé. Cada quién elige lo que le hace feliz o lo que le conviene. Pero según Saadawi, el simple hecho de que la familia sea “patriarcal” provoca que ese lazo maternal nos venza culturalmente al momento de seguir viviendo nuestras vidas. Quienes no quieren dejar sus metas individuales, no tienen muchas opciones, “porque la sociedad siempre las orilla a elegir entre ser madre y ser cualquier otra cosa”. Así es como nos volvemos esclavas de la maternidad. Es más, vamos a ser honestas… ¿Cuántas de nosotras, madres o no, sabemos que contamos con nuestra mamá incondicionalmente y que no importa si le gritamos, le hacemos jetas o la tratamos como si estuviera a nuestro servicio? Porque ella, por más que se enoje o nos cachetee, siempre va a apoyarnos al final. Sí. Todas quienes aún tenemos mamá lo hacemos. La que diga que no, miente o su mamá es un bicho raro… Ser tiranas de nuestras madres nos hace partícipes de la esclavitud de la maternidad. Lo peor es que ya es costumbre. Aun si a las mamás les súper molesta que les dejes a los niños sin avisar, o que les pidas que te resuelvan ______ (ponga aquí su problema resuelto siempre por mamá), lo van a hacer bajo el argumento de “si no la ayudo, nadie  lo va a hacer”, o “es que es mi hija”. Pues sí. Y nosotras abusamos porque: Mamáaaaaaaaaaa. Lo que la filósofa propone, es que para cambiar esa esclavitud moral, primero debemos pensar que ser madre no es un apostolado. Ella es madre, no habla solo desde la academia sino desde la experiencia. Ah, pero qué difícil es hacer eso… Yo no me imagino a mi madre mandándome por un tubo cada vez que le pido algo, o si la interrumpo a media tarde para llorarle porque tengo el corazón roto. No. Siempre está ahí aunque después me regañe, me exija y me confronte.

La cineasta y escritora Claudia Garibaldi, quien es mi mejor amiga (y culpable de muchos de los temas de estas columnas, que salen en nuestras tertulias), opina que esa desigualdad opresiva nace de la “codependencia con los hijos, cuando crecen” y ese es el punto de todo el rollo: criar hijos independientes… Uf, qué rudo lograr eso. Dice la psicoanalista pediátrica Julia Borbolla en sus talleres: “no importa si tu hijo tiene 70 años y tú 90, mientras vivan, están a tiempo de resolver, de regenerar y de perdonar”.

La codependencia es natural en la infancia, pero en la adolescencia se rompe (aquí empieza el reto, porque adolescemos de madurez, entre otras muchas cosas) y en la primera adultez es donde comenzamos a trabajar nuestra independencia, o a quererla vivir a tope. La primera parte de esa chamba depende más de los papás que de los hijos… El problema es que cuando ya somos adultos, nos siguen tratando como bebés y nosotros nos comportamos así, por lo que educamos a nuestros hijos de la misma manera codependiente.

Ya sé, lo que te estoy diciendo es metiche, molesto, provoca y quizás te sientas agredida, pero piénsalo… ese amor infinito puede volcarse en una maternidad sana, sin que sacrifiques cariño, atención y soluciones; no hay que sentir miedo en explorar los lazos maternales hacia un objetivo NO codependiente ni opresor, como dice Nawal el Saadawi, porque de lo que se trata no es de trascender terrenalmente, sino de dejar al mundo personas cada vez más sanas. Suficiente tenemos con la estructura social que nos obliga a elegir entre ser madre y ser profesional; ser madre y ser pareja (ser madre y ser lo que sea), como para que nuestra estructura emocional también nos limite. No importa si tienes 25, 35, 45 o 60, si eres hija, eres madre o ambas, estás a tiempo de cortar ese cordón codependiente que promueve la esclavitud de la maternidad, que se replica en tus propios hijos. Siempre estás a tiempo. Después de todo, como dice mi mamá: “Hagas lo que hagas, nunca vas a quedar bien”. La neta no. Entonces, arriesga. De todos modos te va a reclamar algo, al menos sabrás que rompiste la esclavitud.

 

VIDEO TOMADO DE LA CUENTA DE FACEBOOK DE MALASMADRES


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