Esto del sexo a veces me suena como misión imposible. Mi esposo y yo hemos de reunir, en la misma coordenada espacio-tiempo, al menos estos 5 elementos:
- Primero, que estemos juntos (algo complicado).
- Segundo, que estemos en el mismo lugar (no vale estar juntos en casa, tenemos que estar juntos en la misma habitación).
- Tercero, que estemos solos (casi imposible, esto cada vez se pone más difícil).
- Cuarto, que no estemos cansados (ufff….).
- Quinto, que los dos tengamos ganas (aquí hay que coordinarse también, hay a quien le apetece de mañana y a quien le apetece de noche).
Es decir, con tres hijos esto es poco menos que una quimera. Tener sexo es tan difícil como ver una serie más allá de PJ Mask o Peppa Pig. Así que la realidad es esta: la mayoría de las veces, cuando conseguimos estar juntos en el mismo lugar y solos, acabamos viendo American Family.
Me temo que esto nos pasa a casi todas las parejas: el sexo, esa necesidad del cuerpo y del alma, a veces urgente y siempre gratificante, acaba sepultada bajo un montón de tareas. Todo es importante, pero quizá le estemos quitando importancia al sexo, pensando que, cumplida nuestra misión reproductiva, podemos prescindir de él.
Añoro la intimidad, las caricias, la sensación de estar en una isla desierta con mi esposo abrazada a su cuerpo desnudo sin salir de la cama. Añoro olerlo, husmearlo, deleitarme en algo más que en una onza de chocolate, regalar a mis ojos la imagen de su sonrisa al contemplarme relajada y desnuda, sin ocultar lo que vestida tanto me acompleja.
Añoro estar abrazados y quedarnos dormidos. Es mucho más que sexo, es la conexión de mi alma con la suya. Es lo importante, porque nos vuelve más comprensivos, más tolerantes, más alegres, más divertidos.
Tendré que darle una vuelta a mis prioridades, dejar la colada (la ropa lavada) sin tender, los trastes sin fregar, la columna sin escribir… Tendré que abandonar Instagram durante una tarde, olvidarme de Facebook, dejar de ver a gente feliz y sonriente, para ser yo quien sonría y se vuelque feliz en brazos de mi esposo.
Ay, quince años de matrimonio nos han convertido en un magnífico equipo, en una perfecta maquinaria, organizada, eficaz y resolutiva. Hemos pasado la etapa de cambiar pañales y biberones, nos hemos reciclado como padres de bebés a padres de preadolescentes. Pero quizá olvidamos en el camino que necesitamos sexo, abierta y claramente, sexo que una nuestros cuerpos y nuestras almas. Esto, que nos pasa a casi todas las parejas del mundo mundial, debería ser nuestra prioridad cuando nuestros hijos ya saben alimentarse directamente del refri.
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