(Texto original del 2016, pero ¡sigue muy vigente!)

Hace poco, mi prima Melissa me compartió en Facebook una lista de “mandamientos” de la mujer que decidía no ser madre; entre ellos decía: “Ni gasto menos, ni tengo más tiempo”: pero los que más llamaron mi atención fueron estos: “No soy una amargada” y “No me estoy perdiendo de nada”.

El post no tuvo ni un like. Me quedé pensando si habría resultado ofensivo a las madres que sí tienen una referencia del antes y después de serlo. Me quedé pensando, también, en los posts opuestos: “Quien no tiene hijos, nunca experimentará el amor pleno, incondicional y verdadero”.

¿Cómo puedo añorar o desdeñar cualquiera de estas dos ideas si nunca he sido madre? Es la misma historia.

Lo que la vida (y el Facebook, y los cafecitos matinales, jeje) me han mostrado es que hay dos bandos, y son tan rivales como el Real Madrid y el Barcelona, y hacen juicios súper radicales.

Mi propia experiencia es ambivalente. Cuando trabajaba con una mamá en el mismo puesto de poder, yo me ofrecía a quedarme los viernes por las tardes a trabajar para que ella pudiera ir a recoger a su hijo al colegio y llevarlo a los partidos de futbol. No me pesaba, me ponía en sus zapatos porque soy hija de alguien que trabaja, he visto a mi propia madre batallar para poder cumplir con sus demandantes obligaciones laborales y estar presente en casa.

Mi empatía se disolvía; sin embargo, cuando en plena mesa alguna mamá aplicaba la de platicar cómo a su hijo Santiaguito le daba por ir a hacer “popó” en momentos impertinentes, no es algo que yo quiera escuchar e imaginarme cuando estoy en la mesa a punto de comer mole.

Lo mismo sucede cuando las no-madres tenemos el pésimo tino de llamar a nuestra amiga, mamá de tres, el miércoles a las 10 de la noche que ya nos desocupamos, cuando la pobre está dormidísima porque no ha parado de corretear chamacos desde las 6 am. “Ay, ¿te despertééééé?”.

Ya ni hablemos de cuando te dicen “amargada” en el cine o en el avión por mandar callar al bebé gritón que te perfora el oído, o cuando alguna borracha te dice “ay pues ni modo”, porque le vale gritar majaderías y proferir acepciones sexuales delante de tu hijita de 10 años, inocente y educadita.

Pero hay un tercer espécimen: la mujer todoterreno que trabaja y es igual de productiva, independiente, poderosa, elegante y cuidadosa que la no madre, y además, tiene un hijo adorable. Ella será la que diga que sí te estás perdiendo de mucho por estar absorta en tu trabajo.

Ejemplos hay muchos. Desde mamás de oficina hasta las que trabajan por proyectos, de forma independiente. Las actrices pertenecen a este grupo.

Ludwika Paleta me contó que cuando graba telenovela o hace teatro, pase lo que pase, ella firma de antemano una cláusula: a las 2 de la tarde tiene que estar en la escuela de su hijo para recogerlo y comer con él; antes y después se puede parar de cabeza, pero eso no lo perdona. Jacqueline Bracamontes sólo trabaja por las mañanas: desde las 5 am, si la necesitas, pero a partir de las 3 se dedica full-time a sus hijos. Cuando conduce programas nocturnos invierte el horario.

En la socialité es similar. Muchas de las mamás trabajan como voluntarias para fundaciones o son emprendedoras; algunas son modelos, stylists o conductoras de televisión, como Brenda Jaet, Oli Peralta y Marcela Cuevas. Hacen home-office y manejan sus horarios a modo para no entorpecer los horarios de sus hijos.

Mi amiga Josette Carbajal se dedicaba únicamente al RP y además tenía su marca de trajes de baño, todo el día estaba en su oficina. Cuando tuvo a su hijo, Diego, dejó un año de chambear y luego se incorporó de nuevo, pero trabajando desde casa; tomó decisiones para equilibrar su vida.

Pero Julieta Meléndez y Elizabeth Solís, directoras de comunicación de Ford y BMW, respectivamente, son madres de oficina, cuyos hijos no han vivido otra cosa que compartirlas con el trabajo. Están acostumbrados desde bebés, así que no añoran tenerlas todo el día en casa, porque nunca lo han vivido.

Ellas cumplen sus responsabilidades, si tienen que viajar lo hacen y cuando hay eventos trabajan horas extras. Pero llegando a casa forran cuadernos, revisan tareas y arropan a sus hijos. July se va a pasear en su Mustang descapotable con el niño el sábado. Liz acaba de tener a su segundo bebé.

¿Qué hacemos las no-madres? Hacemos mucha vida más social, sobre todo nocturna –y no es del diablo, ¿eh?–, tomamos muchos proyectos extra, viajamos mucho, y algunas somos workaholics, la neta; pensamos que un niño no cabría en nuestra apretada vida “que no me da”.

Pero como me dijo un día Iliana Fox: los hijos no piden permiso, si te esperas a estar lista nunca lo vas a tener, y cuando llegan, acomodas tu vida y ni cuenta te das cómo; pero lo haces”.

Dicho lo anterior, queridas lectoras, las invito a reflexionar sobre los juicios de valor que todas hacemos a las opuestas.

Digo, al final todas nacimos de una madre, ¿no?

Columnista de Estilo México: Gabriella Morales-Casas

Columnista de Estilo México: Gabriella Morales-Casas


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