Rosario Castellano: "Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras"

Rosario Castelleno fue una mujer que expresó a través de las letras su vida apasionada interior. Fue un espíritu femenino libre y a su vez inadaptado en un mundo dominado por hombres.

Originaria de Chiapas, se formó en filosofía y luego se dedicó a la enseñanza en la Universidad Iberoamericana y en las universidades de Wisconsin, Colorado e Indiana. Se preocupó por las condiciones de los indígenas y las mujeres de su país. En sus trabajos siempre expresó la sumisión a la cual fue sometida durante su infancia.

En sus poemas expresó amores mal correspondidos, mientras que su narrativa tocó los temas indígenas, con un estilo costumbrista.

Hoy recordamos a esta grandiosa mujer mexicana, orgullo de la literatura de México y gran defensora de los derechos de la mujer.

A continuación tres encantadores poemas de Rosario Castellano:

 

DESTINO

Matamos lo que amamos.

Lo demás

no ha estado vivo nunca.

Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere

un olvido, una ausencia, a veces menos.

Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia

de respirar con un pulmón ajeno!

El aire no es bastante

para los dos. Y no basta la tierra

para los cuerpos juntos

y la ración de la esperanza es poca

y el dolor no se puede compartir.

 

El hombre es animal de soledades,

ciervo con una flecha en el ijar

que huye y se desangra.

 

Ah, pero el odio, su fijeza insomne

de pupilas de vidrio; su actitud

que es a la vez reposo y amenaza.

 

El ciervo va a beber y en el agua aparece

el reflejo de un tigre.

El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve

-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)

igual a su enemigo.

 

POESÍA NO ERES TÚ

Porque si tú existieras
tendría que existir yo también. Y eso es mentira.

Nada hay más que nosotros: la pareja,
los sexos conciliados en un hijo,
las dos cabezas juntas, pero no contemplándose
(para no convertir a nadie en un espejo)
sino mirando frente a sí, hacia el otro.

El otro: mediador, juez, equilibrio
entre opuestos, testigo,
nudo en el que se anuda lo que se había roto.

El otro, la mudez que pide voz
al que tiene la voz
y reclama el oído del que escucha.

El otro. Con el otro
la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan.

 

SILENCIO CERCA DE UNA PIEDRA ANTIGUA 

Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.

JORNADA DE LA SOLTERA

Da vergüenza estar sola. El día entero
arde un rubor terrible en su mejilla.
(Pero la otra mejilla está eclipsada.)

La soltera se afana en quehacer de ceniza,
en labores sin mérito y sin fruto;
y a la hora en que los deudos se congregan
alrededor del fuego, del relato,
se escucha el alarido
de una mujer que grita en un páramo inmenso
en el que cada peña, cada tronco
carcomido de incendios, cada rama
retorcida, es un juez
o es un testigo sin misericordia.

De noche la soltera
se tiende sobre el lecho de agonía.
Brota un sudor de angustia a humedecer las sábanas
y el vacío se puebla
de diálogos y hombres inventados.

Y la soltera aguarda, aguarda, aguarda.

y no puede nacer en su hijo, en sus entrañas,
y no puede morir

en su cuerpo remoto, inexplorado,
planeta que el astrónomo calcula,
que existe aunque no ha visto.

Asomada a un cristal opaco la soltera
-astro extinguido-pinta con un lápiz
en sus labios la sangre que no tiene

y sonríe ante un amanecer sin nadie.


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