«Es mi tipo», ese que nos suele gustar a lo largo de la vida, esos que tienen algún común denominador físico y comportamental, «el patrón» como le llaman en psicología a aquello que se repite en las diferentes parejas. ¿Qué pasa el día que por algún motivo lo rompes y te atreves a salir con alguien que no te gusta o es tu anti-tipo?

«No es mi tipo»

A estas alturas, ya cada quien, por lo menos intuye cuál es su patrón de gustos y lo que se repite para bien y para mal en sus citas y parejas. No es que recomiende salir con alguien que no te gusta ni tampoco digo que no lo hagas, lo que digo es que romper de pronto ese patrón repetitivo nos brinda valiosos aprendizajes. Te cuento cómo me fue en mi propia feria el día que lo hice.

Yo venía de un patronaje de chavo-rucos alma adolescente, de profesiones hippie chics, que son su propio jefe, tampoco les encantaba pagar ni todo ni siempre, amantes de los deportes extremos y los viajes de escapada, bastante guapos y que ponderaban la soltería como el mejor estado de un hombre (léase la versión masculina de Girls Just Wanna Have Fun de Cindy Lauper). Sus pláticas centradas en el yo-yo (hablar de sí mismos, preguntar poco de ti y cuando hablas, mágicamente regresar a ellos.)

Mis citas con ellos (que nunca eran citas planeadas) terminaban en un desvelón tremendo, bastante fogoso y sola en uber de regreso. Seguros y sexis, sobrados diría yo, un día me cansé.

La cita más random

Una compañera de mi grupo de belly dance, no me conocía mucho y por eso no me recetó mi patrón acostumbrado. Me pasó a un chavo que conoció en una dating app y que aunque se cayeron bien, por la edad se le hizo más adecuado para mí que para ella y nos puso en contacto.

Resulta que comenzamos a hablar por whats y nos dimos cuenta de que éramos vecinos de colonia y conocíamos gente en común, así que perdí el miedo de salir con un completo extraño y quedamos de vernos ese mismo sábado en un restobar (obviamente a cuadras de nuestras casas).

Por supuesto, previamente lo estoquée en Instagram, de buen ver aunque no de mi tipo, tampoco coincidíamos en varios aspectos según su ficha (ni político, ni religioso y algo más raro, aunque decía «soltero», acababa de ser padre de gemelos).

El factor diferencial

Total que acepté sabiendo que iba a salir con alguien que no me gustaba, pero que tampoco me disgustaba, pensé simplemente que el factor diferencial cambiaría el resultado de la fórmula de siempre… y no me equivocaba.

Se me hizo tarde por confiarme de la distancia de 5 minutos, le avisé, él no estaba molesto, al contrario, me dijo: ¿quieres que en lo que llegas te vaya pidiendo un gin con cardamomo?... ¡sí, bien ahí! Llegué y la primera impresión fue: «guapo» y en cuanto me acerqué más… ¡uy! yo le sacaba media cabeza y no crean que iba en taconazos, él olía rico y estaba vestido con mocasines (sin calcetines obvio), suéter de casimir, camisita, gel en el pelo, relojazo (nada que ver con mis vikingos enormes de playera random, jeans, chamarras cool y tenis, chonguito y barbita salvaje… ni uno con reloj… ni yo).

¡Ojalá nos relajáramos así con quienes nos encantan!

Desde el principio se me bajó el nervio, de esa manera que te relajas y puedes ser tú cuando algo no te interesa demasiado. Eres más espontánea, menos alerta. Ya no recuerdo qué tanto platicamos pero los dos hablábamos, reíamos, preguntábamos al otro, cenamos delicioso (al principio me cuesta comer frente a alguien que me encanta, me lleno en un segundo), tomamos riquísimo pero lento (igual frente a alguien que me encanta solía subírseme y tomar a velocidad euforia)… y así pasaron 4 o más, divertidas e interesantes horas. Él quiso pagar todo, yo le dije (y con gusto) que la siguiente lo invitaba yo. Al final de la cita me acompañó a mi coche y llegó el beso… rico, bien y aunque sin fuegos artificiales ni ganas de más, pensé «seguro después«.

Me siguió a mi casa en su coche, yo manejé el mío. Nos enviamos el mensaje respectivo de agradecimiento y de «qué buena cita, que se repita».

«Para enamorarme basta una hora«… ¡ay! la maldita primavera

No volvimos a repetir, aunque nos seguimos escribiendo un tiempo, no «pudimos» coincidir. Siento que, aunque yo estaba dispuesta a cambiar la fórmula, simplemente él no me atraía tanto. Te llevo a Cuernavaca y mientras juego golf, te asoleas en la alberca de mi casa… ¿nada mal, no?, me caía bien, era un buen plan, pero supe que siempre que lo viera sin importar la locación, iba a repetir el salir con alguien que no te gusta. Y me conozco, si no me gusta a la primera, no me gustará ni a las dos ni a las tres. ¿Para qué forzarme yo y privarlo a él de tener alguien a quien sí le encante y así sucesivamente?

En cuestiones del corazón no se manda y para cuando no sabes si te gusta o no, recuerdo lo que de chica me contestó mi mamá: «sabes que te gusta si te imaginas en el clinch con él y eso te emociona, punto, lo demás es «me cae bien o me late su compañía«.

«Lo que su paso dejó»… (seguimos modo Yuri)

Pero esa cita fue especial y hoy agradezco lo que me dejó. Y no, no fue cambiar mágicamente mi patrón de hombres, pero sí me permitió ampliar mi abanico de posibilidades y cambiar el tipo de dinámica de lo que hacía (y dejaba de hacer) yo con ellos en esas salidas. La lección más valiosa fue que el patrón de hombres que eliges no cambiará si no cambias tú primero dentro de esa dinámica, el factor diferencial lo generas tú misma.

Ya sea que salgas con alguien que no te gusta o que te encante, lo más importante es cuidar siempre tu integridad, aquí consejos de seguridad.


Síguenos en redes sociales como @KENArevista: