Siempre escuchamos que la salud mental es lo más importante, que de ahí parte todo en la vida y demás funcionamiento del resto del cuerpo. Y aunque esto es fundamental, también lo es no verlo como si estuviéramos divididos, como si no fuera un organismo integral funcionando, o no, en su compleja totalidad. Esta división maniquea entre mente-cuerpo o cerebro-corazón nos ha llevado justo a batallas internas y a sufrir en la indecisión.
Si bien con «salud mental» no se refieren a padecimientos cerebrales, como una falla o tumor o un derrame, si no más bien a aspectos psicológicos, bienestar del día a día, con nuestras relaciones, con nuestro entorno y con nosotros mismos, deberíamos entender que en realidad son cuestiones emocionales y de vida… y que eso engloba todo lo que nos forma. Los gestaltistas afirman que «somos más que la suma de todas nuestras partes».
Considerar al cerebro y su razón como exclusiva autoridad que dicte el proceder es negar la sabiduría natural que guardan las emociones y sus respuestas. Así que te invito a verte como un ser en conjunto, a dejar atrás esa división sesgada para comprender con mayor sensibilidad lo que sucede en tu organismo entero cuando padeces un mal emocional. Por ejemplo, al terminar con una relación importante, no te duele el cerebro únicamente. Todo tu cuerpo entra en un estado complejo «de shock»: por algunos días, incluso semanas, te duele «un no sé qué» en el cuerpo, sientes latidos fortísimos o, por el contrario, lentos; cambia tu respiración, se te va el hambre o te dan ataques de ingesta, los pensamientos con dicha persona se vuelven obsesivos, los porqués nos acompañan día y noche, el insomnio nocturno y el cansancio diurno se hacen presentes, incluso la postura cambia, la faz del rostro se cae, hay falta de concentración y de memoria, el desánimo se hace presente incluso en la forma que caminamos, parecemos flotar y la vista se torna turbia… entonces ¿acaso no es todo en conjunto operando?
El peligro de esta separación, que es funcional únicamente para estudios anatómicos, es justo que la supervivencia del ser humano fue gracias a las emociones («incontrolables») de nuestro organismo en totalidad, a nuestros cinco sentidos y a lo que de las emociones básicas emana. Sí, hasta los sentimientos considerados «malos» son de gran utilidad, por ejemplo, el enojo sirve para que pongamos límites; la tristeza sirve para hacer introspecciones; el miedo para entrar en estados de alerta que nos salven y otros sentimientos «lindos» como el afecto son útiles para relacionarnos y la alegría para vivificarnos. Así que poner atención y «hacer caso» de lo que siente en totalidad nuestro organismo es fundamental para salir avante de cualquier problema. Por el contrario, si entramos en la lucha de «mi corazón dice tal, pero mi cerebro quiere tal o cual»… simplemente entraremos en guerra con nosotros mismos sin saber qué toca hacer naturalmente. A esto se le llama «sabiduría organísmica» y este concepto confía en que «el organismo es más sabio que la mente que lo contiene». Es un paso más al de «salud mental».
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