En el año 2012 mi experiencia de vida y reflexiones como miembra de una sociedad machista, racista, clasista, especista, etc., eran menos conscientes. En aquel entonces no tenía las herramientas ni conocimientos para darme cuenta de la misoginia que me rodeaba o reproducía, es más, estoy segura que el término no lo había ni interiorizado del todo.

Hoy, cuando volteo a ver mis experiencias laborales del pasado y la recuerdo a ella, -a quién llamaré Fulanita a manera de nombre y sustantivo-, veo claramente todos esos rasgos misóginos que no noté antes, de los que fui testigo y cómplice -porque no hice ni dije nada-, y que por su género y posición de poder no parecían muy evidentes.

La jefa y la mentora

Yo consideraba a Fulanita una mujer chingona, de esas profesionistas que te encuentras en el camino y son una referencia para tu “yo” futura. Admiraba su tenacidad, su carácter, era fan de cómo resolvía crisis de comunicación y se ideaba soluciones para todo. Aprendí muchísimo con ella sobre el quehacer de la comunicación social, gubernamental y política, hasta el punto que me volví una apasionada del tema, comencé a aprender mucho y a hacer camino por mi cuenta.

Trabajé con ella poco más de dos años, y de esa admiración nació una idealización como mujer mentora, eso fue ella para mía. Yo para ella fui su secretaria personal, particular, su ejecutora en muchos temas y su aprendiz full time.

Encarnaba cuanto puesto y funciones se le ocurrían, porque sus necesidades y tiempos estaban, obviamente, sobre los míos. Éramos “una equipa”, o eso me decía.

Mi buena amiga Katy, con sus ojos objetivos me comentó hace algunos años, y parafraseo: “tú eras la Anne Hathaway de El Diablo viste a la moda, así era Fulanita contigo, así te veías con tu jefa”. Antes de eso no lo había pensado, pero sin duda fue así.

 Sus actos de misoginia

Como dije, la señora era bastante capaz en su campo y le había costado mucho esfuerzo obtener el puesto, se lo ganó con su trabajo y profesionalismo, hasta ahí de acuerdo. Sin embargo, pregunto: ¿no hubiera sido entonces lo propio jalar a más mujeres a este círculo?

No para ella, o sí, siempre y cuando no se sintiera amenazada.

Un día, cuando recién le habían dado el cargo llamó a su oficina a una trabajadora. Esta mujer era guapa, muy llamativa y por lo que yo sabía, hacía bastante bien su trabajo.

Me quedé como testigo de la reunión durante la cuál ella le dijo, voy a parafrasear:

  • Fulanita: Tengo que dejarte ir, no puedo renovarte el contrato.
  • Menganita: ¿Por qué Fulanita?
  • Fulanita: Porque no hay dinero, ahorita no hay dinero.
  • Menganita: ¿Y soy la única que se va?
  • Fulanita: No, varios más. Lo siento mucho y gracias.

Sus razones fueron una falsedad, inmediatamente después de que la susodicha saliera de la oficina, Fulanita me comentó, con aquella sinceridad que le caracterizaba al hablar: “la verdad es que me cae mal, no la quiero aquí, la voy a reemplazar”. Y así lo hizo, por alguien quien ella consideró menos amenazante.

Otro ejemplo de su misoginia fue el evento que me diera una de las mayores lecciones laborales y de vida. Después de más de dos años de trabajar juntas por un objetivo profesional de ella (Eeeee, primer error), le dieron finalmente el puesto al que había aspirado y por el que habíamos hecho “equipa”. Fui muy ingenua, porque durante nuestra colaboración me había dado cuenta de tantos y tantos ejemplos de su pobre ética (y misoginia) e ilusamente aún así pensaba que, “jamás me lo haría a mí” (Eeee, segundo error).

Agarró su puesto soñado y sin argumento alguno me dejó ahí, en el mismo trabajo, a expensas del siguiente jefe, no sin antes llevarse con ella a Fulanito (hombre, por si no ha quedado claro) para desempeñar el puesto que me correspondía.

Por mucho tiempo no encasillé esto como un acto misógino, hasta que analicé los varios episodios similares que atestigüé bajo su mando. Ella fue, sin duda, una jefa misógina y malagradecida, valga decirlo.

A Fulanita le agradezco la oportunidad de aprender de ella, incluso me afloró mucha dignidad y estoicismo al enfrentar el cuestionamiento que TODES quienes nos conocían y preguntaban al verme:

Persona chismosa: Y fulanita, ¿no te llevó con ella?

Laura: No. Contestaba yo, sin agregar palabra ni calificativo.

Si sigue siendo una jefa misógina o no, lo desconozco. Por mi parte, esta reflexión jamás termina y considero que todas las mujeres en posiciones de poder (y privilegio) debemos cuestionarnos constantemente nuestras pensares, haceres y dichos, para transformar nuestra cultural, aprendida y heredada misoginia en feminismo. 

¡VIVA EL FEMINISMO ANTIESPECISTA!


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