La vida está llena de sorpresas y algo maravilloso me ocurrió a mí y a mi familia en mayo de 2006, cuando nos ganamos un viaje a Alemania.

A finales de abril hubo un torneo infantil de fútbol con los mejores equipos de la capital, en las instalaciones del Club Italo-Venezolano. El intenso torneo se celebró sábado y domingo, cuando se efectuaron las eliminatorias en las que el colegio donde jugaba mi hijo, el San Agustín de El Paraíso, obtuvo su cupo de viajar a un mundialito.

Yo no asistí a la jornada sabatina porque andaba en una fiesta infantil con mi hija Mariana, pero el domingo sí me dispuse a disfrutar y apoyar el campeonato. Ese domingo, el conjunto de la categoría Infantil C del Colegio San Agustín se impuso por penaltis 4-2 ante la oncena del Colegio San Ignacio de Loyola, eternos rivales en lo futbolístico y grandes amigos fuera de las canchas.

Ese campeonato estaba patrocinado por la empresa Volkswagen y, el equipo ganador, se iría de viaje a Alemania a competir en la ciudad de Wolfsburgo para disputar la Volkswagen Junior World Master 2006. En junio de ese mismo año se celebró en Alemania la Copa Del Mundo Fifa 2006.

Entonces, al finalizar la competencia y ya con un equipo ganador, les cuento la otra increíble parte de este cuento.

Se podrán imaginar que con esta victoria el corazón no cabía en el pecho de cada niño y de cada padre de esos muchachitos de la categoría Sub 12 del San Agustín. Pero vino más. La alegría se incrementó cuando el presentador, un argentino de nombre Andrés, anunció que iban a rifar dos boletos para que dos representantes acompañaran al equipo ganador.

Los nombres en los tickets fueron obtenidos de un registro, luego de dar un paseo en varios modelos que la Volkswagen presentó durante el torneo, su camioneta Tuareg, y los sedán Passat y Jetta.

El presentador pidió una “mano inocente” para sacar el ticket con el nombre de algún afortunado padre que viajaría también a Alemania. Mi hija Mariana, de siete años para ese entonces, fue subida a la tarima y le pidieron escoger el papelito dentro de un bowl.

En su manita se vinieron dos papelitos; ella desechó uno y le dio el otro al presentador.

Cuando el animador dijo el nombre del afortunado ganador, yo miraba al cielo y vi mi nombre escrito entre las nubes. ¡Como en las películas! ¡Y es que sí había dicho mi nombre! Yo no lo podía creer, sentí la emoción en el estómago y empecé a llorar de la alegría. Mi hermana, mi cuñado y mis sobrinas, también sorprendidos y emocionados, me abrazaron y felicitaron, en medio de la algarabía de los otros padres.

Mariana volvió a sacar otro ticket del segundo representante y salió sorteada otra mamá, Rosario.

Mi esposo Erwin viajó como entrenador del equipo, mi hijo Andrés como jugador del equipo ganador y yo por haberme ganado el boleto.

¿Y Mariana? “La manita de oro”, como la llamaron después de aquel episodio tan afortunado para su mamá… a ella le compramos el boleto y pudimos viajar toda la familia.

Han pasado 11 años de aquel increíble instante y todavía cuando lo cuento vienen a mi mente recuerdos hermosos de ese momento y una inmensa alegría interna me recorre todo el cuerpo.

El viaje era dentro de una semana y tuvimos que arreglar trámites de última hora para tener uniformes y documentos en regla. Era un grupo de 14 niños con 2 entrenadores y otra comitiva de representantes que también se sumó al viaje.

El 8 de mayo partió el avión en un viaje de nueve horas a Frankfurt. Allí nos esperaba un bus de lujo que nos llevó durante cuatro horas a Wolfsburgo, la ciudad donde fabrican los autos Volswagen.

Llegamos al comienzo de la primavera y nuestra guía, Julia, una española muy atenta, nos decía que nos habíamos traído el clima tropical y caliente de Latinoamérica, porque recién salían de un invierno muy fuerte. A lo largo del recorrido, recuerdo un paisaje hermoso con molinos de viento, que son los autogeneradores de la energía eólica, y jardines extensos de flores amarillas.

Fueron cinco días de competencia y eliminatorias y los niños tuvieron un intercambio cultural y futbolístico con sus similares de Alemania, Inglaterra, Grecia, Rusia, Italia y Chipre.

Hubo otros equipos latinoamericanos, Perú, Colombia, Chile y Ecuador, que aunque también fueron rivales del conjunto venezolano, le brindaron su apoyo. La divisa venezolana se midió contra el equipo italiano, y fue en ese partido donde mi hijo Andrés hizo el gol de la victoria para alcanzar el tercer lugar.

Apoyamos en cada partido a nuestros hijos. Nos solidarizamos cuando uno de ellos, Miguelito, sufrió una fractura en un brazo y tuvieron que trasladarlo al hospital. Le colocaron una férula y no pudo jugar el resto del torneo.

La agenda se cumplió de forma rigurosa, como estaba prevista para cada día, según el programa con el que salimos en mano desde Venezuela.

Un día perdimos el autobús que nos llevaría al estadio y tuvimos que caminar mucho para llegar. Pero llegamos.

Un día de la agenda, los padres pudimos tomar el tren y viajar a Berlín para disfrutar de un city tour por esta encantadora metrópoli. Apreciamos parte de la cultura alemana con su famosa Puerta de Brandeburgo, la torre de Televisión Alemana y lo que queda del Muro de Berlín, por citar solo algunos sitios.

Otro día nos llevaron a una final de película, con un estadio a reventar, porque los equipos profesionales de primera división, el Kaiserslautern y el Wolfsburgo, se peleaban por no descender a segunda división. Nuestros hijos pudieron cumplir el sueño de dar la vuelta olímpica con la copa ganada en el Volkswagen-Arena, en medio de la euforia de un estadio repleto de fanáticos alemanes. Esa sensación de vivir el fútbol así tan de cerca fue muy emocionante, un recuerdo para toda la vida.

Visitamos el Autostadt, que es una atracción en el área alrededor de la fábrica de Volkswagen en Wolfsburgo.

Demás está decirles que los padres bebimos cerveza y comimos salchichas alemanas. Apreciamos la belleza de una ciudad como Wolfsburgo, fundada en 1938 como Stadt des-KDF Wagen (ciudad del auto de la fuerza a través de la alegría, por las siglas en alemán) para albergar a los trabajadores de la planta Volkswagen.

Después de 11 años, muchos de aquellos 14 niños que apenas contaban con 12 años han cumplido su sueño de jugar fútbol en equipos de división profesional, dentro y fuera del país, gracias a su perseverancia. Otros ya han obtenido sus títulos universitarios.

Todos vivimos una experiencia de vida única e increíble. Crecimos en lo personal. Simplemente, un viaje maravilloso.


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