No recuerdo exactamente, pero tendría 25 años cuando dejé de dormir. Me costaba conciliar el sueño, muchísimo; horas esperando a dormirme y contando las horas de descanso que me quedaban… cada vez menos.

En época de exámenes finales de la universidad llegué a pasar casi tres días sin dormir (Leí Cien años de soledad, en dos noches insomnes). Tenía que estudiar y, obviamente, no me daba la cabeza. Porque no es solo no dormir: es el dolor de cabeza que te da, el mal humor, el no entender por qué… una especie de frustración y enojo.

Al tiempo de empezar con el no dormir, comencé a trabajar en un periódico de noche (de 2:00 am a 3:00 am); esto alteró muchísimo mi problema. Además, nunca dejé de levantarme temprano para ir a trabajar también durante el día o a clases o hacer mi tesis, por ejemplo. Fue una época de mucho trabajo y mucho estudio… en Argentina diríamos “estaba pasada de vueltas”, de tantas actividades y compromisos.

Ahí empezó una locura de tratamientos con especialistas de la articulación

Me hice el estudio en el mejor instituto de neurología de Buenos Aires, me llenaron de cables en la cabeza, me acostaron en una cama con muchas cámaras en el cuarto y esperaron a que me durmiera.

No me dormí. ¿Qué dio el estudio? nada, insomnio. Hubiera preferido que me dijeran que tenía algo grave, ponerle otro nombre y resolverlo.

Un día me levanté e hice el desayuno… abrí la boca para morder una tostada… y se me quedó ahí la mandíbula, desviada. Suena gracioso, lo sé. Pero no lo fue. Del estrés y del no descansar se me desvió la mandíbula. Ahí empezó una locura de tratamientos con especialistas de la articulación mandibular, sesiones de terapia para entender y aceptar que tenía que decidir a favor de mi salud, y ahí dejé la segunda licenciatura que estaba haciendo, pero logré un poco de calma. ¿Y el insomnio? Feliz y contento. Ya me había hecho muy amiga de mi neurólogo que me recetaba cosas cada vez más fuertes para dormir. Llegué a tomar anestésicos de cirugía, casi.

He bajado la dosis, he tenido épocas que las dejé (cuando me fui a vivir a México las dejé una buena temporada, tal vez por el cambio y la paz que me traía), pero reincidí. En España no solo son baratísimas, sino que el médico te hace recetas anuales.

Me afectó emocionalmente y me sigue afectando, no dormir es lo peor… nadie lo entiende. Hasta se burlan.

Me gustaría mucho dejar de medicarme, pero no sé cómo. Las cosas naturales, como yoga y todo eso, no me han ayudado…  y, la verdad, es que siempre tengo reserva de pastillas y es lo más fácil: la tomo y en 20 minutos estoy dormida. Eso sí, a veces me despierto a las tres horas y me tomo otra.

Testimonio de Agustina Capellini, periodista. Actualmente radicada en España.

TRASTORNOS DE SUEÑO 

La Asociación Mundial de la Medicina del Sueño (Wasm, por sus siglas en inglés) implementó el 16 de marzo como el Día Mundial del Sueño.

Si bien la presencia de este trastorno tiene causas muy diversas, como genéticas, respiratorias, psicológicas, físicas y sociales, entre otras, actualmente se han descrito más de 100 trastornos del sueño, esto de acuerdo con el artículo “Trastornos del dormir”,  publicado en la Revista Médica de la Universidad Veracruzana.

En México, el insomnio afecta a 18,8% de la población, con mayor proporción en mujeres, según datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de Medio Camino 2016 (Ensanut MC).

Margarita Reyes Zúñiga, psiquiatra especialista en trastornos del sueño de la Clínica del Sueño del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (Iner), indica que 95% de los casos de insomnio está asociado a trastornos de ansiedad y depresión, mientras que el resto, 5% de ellos puede tener alguna causa médica, como enfermedades respiratorias, asma o Epoc (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica), cuyos síntomas se agravan al anochecer y quienes lo padecen pueden tener dificultades para iniciar y mantener el sueño.

 

 


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