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Este bendito tema de la edad, ¿cuántos años tengo? Decir mi edad es como revelar el secreto mejor guardado… como si uno perdiera algo y le hiciera algún daño confesar la edad.

Y para mí es exactamente lo contrario, yo no tengo ningún problema en confesar mi edad, tengo 55 años y me siento muy orgullosa de tenerlos. No puedo evitar expresarlos en mi rostro, en mi cuerpo y en mi pelo, y… ¿por qué querría ocultarlos? Son la prueba de todo lo que he vivido, lo que experimentado, lo que he reído y llorado, y ¿que no estamos aquí para vivir?

Entonces, ¿por qué ocultarlo?

Creo que existe un tabú muy grande con el tema de envejecer y morir. Parece que aparentar edad o morir es símbolo de fracaso, pero no hay cosa más ilógica que esto, porque es lo único seguro que tenemos todos en la vida: Todos vamos a morir.

Envejecer debería ser un símbolo de satisfacción, porque indica que ¡seguimos vivos! Ya que, si bien todos vamos a morir, no todos vamos a envejecer, y contar años y mostrarlos debería ser un símbolo de gozo, de triunfo, eso quiere decir que tengo vida, experiencia, momentos vividos, experiencias atesoradas, o como dice una mujer en la película “¿Conoces a Joe Black?” “Si tenemos suerte, tendremos lindas fotos para llevarnos”.

La gran diferencia entre envejecer y contar años es que la primera es algo que sucede y la segunda es algo de lo que soy consciente y responsable, es decir, si no soy consciente de mi vida, ésta pasa como algo en lo que no tengo injerencia, vivo pensando que las cosas me suceden y soy víctima de las circunstancias.

Si soy consciente, puedo hacerme responsable de lo que estoy viviendo; si algo no me gusta lo cambio, si quiero algo nuevo en mi vida, lo procuro, lo alcanzo, haciendo los cambios desde dentro hacia afuera. Y así voy descubriendo que todo depende de mí, no soy víctima de las circunstancias y entonces, regresando al tema de la edad, yo puedo elegir cómo contar los años en mi vida, ya sea portándolos orgullosamente como medallas de experiencia, de momentos que me han arrebatado el aliento, de lágrimas de experiencias que me han sorprendido, de dolores que me han hecho más fuerte, de pérdidas que me han permitido encontrarme un poco más, de todas estas experiencias que algún día dije: “¡para contarle a mis nietos!” Todo eso son las fotos que me llevaré cuando me vaya a dónde vaya, si algo llevo. Si no, es lo que me da la oportunidad de concluir con satisfacción que viví como quise, me hice responsable de lo que experimenté y seguro tendré una sonrisa en el momento de partir, porque si… esto es lo único que cuenta en la vida: haber vivido.

La otra, es envejecer, y asumir todas las pérdidas que muchas personas manifiestan, como falta de movimiento, pérdida de memoria, terquedad, todos los achaques que se dice que son cosas de la edad, y si yo elijo esta forma, pues sí, no tengo más remedio que sentarme a esperar, marchitarme y morir.

Si no me gusta esta opción, ¿qué estoy haciendo para cambiarla?

Elegir vivir la vida, crecer, experimentar, “madurar” y llenarme de momentos que me hagan más consciente, más experta, más plena, es una opción que depende de mi elección.

Y si mis creencias se enfocan en que envejecer es: deterioro, enfermedad, y dependencia, tengo la opción de hacerme cargo de esas creencias y cambiarlas, para que mi vida vaya al puerto que elijo. Es decir, necesito alinear mis creencias hacia donde quiero ir, de lo contrario voy a llegar a un puerto alineado a mis creencias, y si es de decadencia, pues eso será lo que viva con forme sume más años a mi recorrido.

Cuestiona lo que piensas a cerca de crecer, madurar y tener más años, escríbelo, y obsérvalo. Lo que no te guste cámbialo, si no sabes cómo, pide ayuda; una terapia puede ayudar a alinear las metas hacia donde te quieres dirigir, así podrás vivir una vida plena y el día que estés listo/a para partir, lo harás con una sonrisa de satisfacción en el rostro por haberlo lado todo, como querías en esta vida.


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