Escribir sobre autocuidado no es sencillo. En mi historia personal, desde que recuerdo -sí, desde que era niña- yo quería ser mamá. No solo jugaba a las muñecas, literalmente jugaba a la mamá: con mi hermana menor, con mis primos, con otros bebés… yo era la mamá, todos eran mis bebé. 33 años pasaron y de pronto me convertí en esa añorada mamá.

A la fecha, casi 10 años después, puedo afirmar que esto de ser mamá sigue siendo un trabajo o una transformación en progreso y aún y todo, a veces extraño (demasiado) mi libertad. Y por libertad me refiero a mi vida sin hijos, cuando yo era dueña de mi tiempo y decisiones y de a poco he entendido que eso es normal y que también está bien.

Antes de ser mamá hice muchas cosas que también amé: viajar, salir con amigas, irme de fiesta, de fin de semana, gastar mi dinero en cosas que deseaba y que ahora sé, no necesitaba; viví en donde quise, el tiempo que quise, tuve el trabajo de mis sueños (de ese momento), en fin… hacía lo que quería porque se trataba de mí. Desde que soy mamá (y mamá de cuatro) no se trata más de mí, se trata de “nosotros” y eso cambia las reglas del juego. Ya no es más un juego, ahora es la vida, la que cuenta, la que trasciende para mis cuatro hijos. Y es que la maternidad es una contradicción absoluta:

Va de quererlos dormidos a extrañarlos cuando se duermen; de querer llevarlos de vacaciones y luego querer regresar corriendo de las mismas porque estás exhausta de cuidar niños o bebés. De querer dormir horas seguidas, pero levantarte cada tanto solo por el placer de saber que están bien (sin importar qué edad tienen tus hijos); es una montaña rusa de emociones, es un batallar diario de elecciones, es una angustia constante al tomar decisiones, es vivir entre la plenitud y la culpa…

La maternidad te obsequia momentos llenos de emoción que te hacen levitar de felicidad, y preocupaciones que te arrastran a un hoyo negro de angustia en segundos. Ser mamá es llegar a pensar que estás siendo egoísta por meterte a bañar y rasurarte las piernas y ponerte una mascarilla capilar y escuchar un llanto (que a veces no existe y otras tantas, sí) fuera de la regadera y sentir culpa por tomar tiempo para ti, aún cuando solo te has metido a bañar… y las personas se bañan, ¿cierto? No es que sea un premio o algo especial.

Cuando eres mamá a veces -lo digo sin actitud de víctima- te olvidas de ti, te olvidas de lo que te apasiona, de lo que te gusta, de lo que amas más allá de amar a tus hijos, y te fundes en ser “mamá”, ahí queda resumida tu vida y eso a veces cansa.

Cuando estás cansada, cuando sientes que ya no puedes más, te emociona organizar su fiesta de cumpleaños que está por llegar (de la cual terminarás agotada también), y vas de buenas a llevarlos a las clases extras para que aprendan más cosas de la vida y te sientas tardes y tardes a estudiar con ellos y hacer tareas que a veces te desquician por lo absurdas y largas que son. Luego. no conforme con tus hijos, invitas a más niños a tu casa, y tratas de que todos lo pasen de lo mejor porque hay que construir memorias, y te llena de orgullo haber elegido una lactancia que aún perdura aunque esta misma noche le digas a tu hijo de 2 años que “es la última vez que le das porque estás harta”…

Y quizá por ahí hojeas unas o muchas revistas de moda y te emociona un atuendo y ves la tendencia de maquillaje y te cachas con los mismos jeans por semanas, porque la verdad es que ya no es “importante.  Puede ser que maduraste, puede ser que estás deprimida…, por ahí los juicios ajenos te van acomodando en uno u otro lugar… y tu ropa elegante se limita a aquella prenda que necesita tintorería si acaso la usas, y luego por eso mejor, no la usas.

Una tarde por accidente ves fotos tuyas de “antes”, de hace algunos años y te reconoces bella o delgada o divertida y buscas en el espejo y queda un rastro, pero no toda tí, porque ya eres otra… Entonces se te ocurre que la buena nutrición o el ejercicio pueden hacer la magia… y lo intentas con tanta dedicación que te duele el cuerpo y el ego cuando regresas al gimnasio, pero te mueres de hambre porque ser mamá es no parar y el cuerpo pide calorías para compensar el desgaste y para calmar las emociones… y no vas con la constancia que querías y no comes como debes y no es culpa de nadie, pero tú, tú te sientes culpable.

Y en otro momento te conformas con usar leggings (diario), con un suéter o camisa linda, que al fin están de moda (¿o no?)…, y adoras tus tacones pero usas tennis, juras que tomas suficiente agua aunque cuando haces la cuenta te das cuenta que es más café que agua y quieres hacer un menú nutritivo para cada día de la semana y cuando por fin lo logras, tus hijos no lo comen o se quejan, y tu mamá o tu suegra te recuerdan que tú comías nuggets  y no pasó nada. Luego quieres leer un cuento antes de dormirlos, pero estás tan cansada que cedes a que mejor vean la tele.

A las mamás nos pasa que queremos salir con nuestras amigas pero queremos regresar temprano cuando lo hacemos, nos pasa que queremos irnos de vacaciones con nuestro amor, pero queremos llevar a los hijos, queremos ir de compras y regresamos con cosas para nuestros retoños, hacemos bromas sobre tomar litros de café o de vino y lo cierto es que no lo hacemos porque no tenemos tiempo, y nos sentimos libres si vamos al súper solas, pero tristes si se quedan unas noches en casa de los abuelos. Las mamás queremos ir al salón de belleza pero pensamos que podemos usar ese dinero en algo que sume… que al fin que siempre nos recogemos el pelo…

Las mamás escuchamos canciones infantiles cuando estamos solas y nuestra lista de Netflix o de iTunes tienen las películas de Disney, pero igual queremos usar nuestro Spotify para recordar “nuestras” canciones. Porque SÍ podemos ser mamá y persona, ser mujeres con sueños vigentes, actuales, con gustos e ideas propias y con ganas de tener tiempo para nosotras, solo para nosotras.

Sí la maternidad cansa, sí la maternidad nos agota, pero también nos llena de experiencias que nos hacen felices… y por más que queremos partirnos en 20 y no siempre lo logramos, para esos niños que no nos pierden la vista de encima somos perfectas. Y por más que a veces juramos que esto de ser mamás no va a terminar, sí, sí va a pasar y tendremos tiempo para nosotras sin ellos… y los vamos a extrañar.

Tratar de lograr un punto medio nunca será y nunca ha sido fácil. Casi siempre toca renunciar o sacrificar algo, los malabares para los que a veces nos sobra energía nos pasarán factura, a veces tendremos épocas divinas y otras no tanto.

Para hablar de autocuidado y ejercerlo, abraza a la mujer que eres, con tus limitaciones y tus posibilidades y goza, goza en esas limitaciones, aunque a veces reconozcas que has renunciado quizá a trabajos, amistades, viajes, paseos, capacitaciones y otras oportunidades, aunque sabes te has encerrado a llorar en el baño o en la alacena de cansancio, de frustración o de enojo, aunque sí, quizá alguna vez hayas renegado de tu maternidad. Abraza las imperfecciones que hacen el mapa de la madre y mujer que eres, de la que forjas cada día. Abraza tu experiencia de ser mamá y recuerda que está bien, está bien amar ser mamá y aún así extrañar tu libertad.


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