El peor enemigo de la organización y el orden no son nuestros hijos cuando llegan en tropel y arrasan con el refri, lanzan los zapatos al aire y se derrumban sobre el sofá provocando un caos entre los cojines que habías colocado simétricamente. No. Ellos no causan hecatombes en tu día a día.

El peor enemigo de la organización y el orden tampoco es tu insolidario compañero de vida, el esposo capaz de leer sin pestañear en medio de la cocina sin fregar.

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Créeme, ninguno de ellos destrozan tu rutina, esa que has tardado meses en crearte. Estás preparada para el caos que generan, sabes canalizarlo. Aprendiste que si dejas el gym para tus ratos libres al final pasan años sin pisar la caminadora que te compraste porque de ese modo sí o sí hacías ejercicio. Aprendiste también que los tapones en los oídos no solo van bien para dormir junto a los ronquidos de hipopótamo de tu esposo. Has descubierto que son estupendos para leer en silencio mientras los demás ven la película más absurda, esa con la que ellos se mueren de risa y a ti solo te hace sentir que pierdes el tiempo. Ya no, porque te pones los tapones y disfrutas en su compañía.

Todos esos meses que has estado diseñando tu rutina, forjando tus hábitos para que la casa esté en orden, tus hijos atendidos y tú con tiempo para ti, se van por el desagüe en cuanto surge el peor enemigo, el monstruo devorador de bienestar: los imprevistos.

Ellos son el agujero negro que se traga todo lo que haya a su alrededor. Llegan sin avisar, no te dan tiempo de reacción, irrumpen en tu vida como un elefante en una cristalería: lo destrozan todo.

Los imprevistos son el pan nuestro de cada día. Y aún así siguen saliéndose con la suya: desquiciarnos y amargarnos la existencia. Son absolutamente poderosos. Imagina que te dejas la llave de casa en el trabajo y no puedes entrar. Que pincha una rueda de tu carro. Que no suena el despertador. Tu tarjeta de crédito no funciona. El refri se estropea. Pierdes el celular… ¿Te das cuenta? Hay infinidad de imprevistos dispuestos a chafarnos el día. Y contra eso no hay solución. Es inútil nadar contra corriente. Si llegas a casa después de una dura jornada y no puedes entrar porque no tienes llave, solo puedes aliarte con el enemigo. No te amargues, no te enojes, no te bloquees pensando en todo lo que tienes que hacer y ya no puedes. Ya está, acéptalo: estás en la puerta de tu casa, con tus hijos, y sin llave. Para colmo tu esposo está de viaje y el cerrajero tardará una eternidad.

Solo existe una forma de sobrevivir a los imprevistos: reacciona, sé flexible, adáptate y piensa en un plan totalmente nuevo. No puedes hacer que no haya imprevistos, pero sí puedes decidir cómo afrontarlos.

Siempre que te ocurra algo que no estaba planeado ve a lo esencial, a lo que realmente es importante en ese momento. Olvídate de lo que ya no vas a poder hacer y piensa en lo que sí vas a hacer mientras el imprevisto se soluciona.

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