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Hace dos años, murió mi hermano, y hace casi cuatro, su hija, mi sobrina…

Nunca imaginé el dolor que podría sentir cuando personas tan cercanas se van de este plano y dejan de estar por aquí. Las “damos por hecho”, y digo esto porque como nunca sabemos a ciencia cierta cuándo nos vamos a morir -por lo menos no conscientemente-, pues vivimos dando por hecho la presencia de las personas con las que convivimos y cuando se van así de sopetón, genera un vacío muy profundo. Duele mucho.

Cuando tenía 9 años murió mi primera persona importante: mi abuelo, y no supe ni qué me pasó. Recuerdo el vacío que viví, el dolor que no podía explicar. Fue una desolación inexplicable, porque a los nueve años nadie te explica qué pasa y uno no sabe cómo lidiar con ese dolor. Para mí fue un abandono que me marcó en la vida.

La siguiente muerte que reconozco importante fue la de mi prima hace 29 años. Un ingrediente nuevo entró: que fue inesperado, lo que hace que sea más difícil de soportar, de lidiar con la experiencia. No entendía el dolor que sentía. A mis 26 tampoco sabía explicar mis sentimientos y no sabía cómo comportarme con la experiencia.

Es curioso cómo uno busca hacer las cosas como se deben más que como son, porque ¡no tenemos idea de cómo son! Y no entenderlas nos confunde; reaccionamos buscando culpar a alguien de lo mal que nos sentimos sin saber que es el dolor por la pérdida la que no sabemos manejar.

En esos tiempos aún no había empezado mi proceso de despertar, por lo que inconscientemente vivía como Dios me daba a entender, y aunque disfrutaba en general mucho de mi vida, había un gran espacio en el que buscaba complacer a mi mundo, como me habían enseñado desde niña.

Aunque era rebelde, muchos patrones funcionaban en automático y vivía observando qué creía que el mundo requería de mí, eso, por supuesto hace que las emociones no se prioricen, y por eso no sabía cómo sentirme cuando mi abuelo o mi prima murieron.

Después murieron otras personas importantes para mí, pero el vivir un proceso de envejecimiento y enfermedad permite que uno se prepare y pueda hasta acompañar a la persona a morir, viviendo el duelo pertinente; sintiendo un incluso un alivio por el descanso de la persona querida que ya ha partido. «Ya era tiempo» y eso da como resultado un duelo completamente diferente a la muerte inesperada y a destiempo, es decir: cuando alguien joven muere.

Con la consciencia despierta

Pasando los años, habiendo ya despertado a mi conciencia y siendo mucho más presente en mis emociones, pude experimentar el dolor más profundo cuando supe que mi sobrina había vivido un accidente en el que había perdido la vida.

El dolor de saber el sufrimiento que podría haber vivido y el dolor que estaban viviendo mi hermano, mi cuñada y mis sobrinos, me hacían sentir algo así como un desgarre en el alma. Era inexplicable la emoción que sentí porque la experiencia la viví justo en el entorno de un proceso personal en el que descubría un nivel más profundo de sentir emoción y este evento se sumaba al dolor que estaba percibiendo de otros procesos vividos a lo largo de mis vidas. Así, la experiencia se volvió como una caída al abismo sin fondo.

Sin embargo, el entorno era el lugar más seguro y más contenido en el que podía estar y, aunque fue inenarrable el dolor y el shock que viví en el momento, el amor en el que me encontraba me permitió ir comprendiendo e ir desvinculando la experiencia de vivir dolor con la del sufrimiento que tenemos enlazados por cultura social. Pude reponerme rápido porque había que hacer mucho para ayudar a mi familia a atravesar el proceso doloroso de haber perdido de forma inesperada a una hija, hermana, nieta, prima, sobrina. Todos en mi familia perdimos a alguien importante y nos dolía mucho y entender por qué sucede eso… es algo que pareciera que nos lleva a la locura entre el dolor y lo inexplicable.

Gracias a mi conciencia de Ser y la ayuda de mi apoyo espiritual pude ir entendiendo para poder apoyar a mi familia, y cuando pude me permití volver a derrumbarme para vivir mi duelo. Pedí ayuda y logré ir poniendo en su lugar los eventos y los porqués que requieren de explicación. Año y medio más tarde, otra vez, sin verlo venir, mi hermano muere también y este evento sí me derrumba, pero me permito derrumbarme. Me sentí contenida y cuidada por mi hija que estaba más entera y muy consciente y dispuesta a cuidarme.

Lo que duele cuando uno pierde a un ser querido muchas veces tiene que ver con cómo vamos a lidiar en la vida sin su presencia, porque uno siente la presencia desde el primer momento en el que sabemos que no lo veremos más.

Mi hermano era una persona muy querida y se relacionaba con mucha gente, toda esta gente se había visto impactada con su muerte y querían decirnos que lo sentían y que nos acompañaban. Lo curioso es que no sé cómo lidiar con las multitudes y en su servicio funerario mucha gente nos acompañó, ¡¡pero muuucha!! Y no pude lidiar con mi vulnerabilidad, y emocionalidad por el dolor de su partida, la confusión de lo que venía y el dolor de la gente que deseaba consolar mi dolor.

Me preocupaba mi cuñada, mis sobrinos y mis papás que estaban pasando por su propio momento de profundo dolor, pero no podía hacerme cargo de nada. Por primera vez en mi vida no pude hacerme cargo de nada. Y supe que había muchas personas que están también ahí, para ayudar: Enrique mi primo cuidaba a mi mamá, Roberto mi primo a mi sobrino, Moni mi amiga a mí, y Sabina mi hija estaba al pendiente de todos.  Así todos teníamos un ángel que nos cuidaba y nos contenía, para pasar los momentos difíciles de recibir el pésame de tanta gente.

Hace dos años que mi hermano se fue. Al poco tiempo de su partida empecé a entender sus razones para irse y he vivido en paz sabiendo que tenía muy buenos motivos para continuar su viaje en otros planos y dejar este espacio.

Desde mi perspectiva espiritual somos energía infinita y vibramos en un plano físico por un tiempo y en un espacio, pero somos algo más grande de lo que vemos en el plano físico, y mientras más consciente soy de esta grandeza más paz existe en mí de saber que todo regresa al origen de la energía divina y de amor incondicional.  Esto lo he aprendido a hacer en este plano físico, mientras elijo trascender a mi vibración infinita es a confiar en este amor incondicional, a respetar y honrar la elección de trascendencia  de cada ser que amo y a respetar y honrar mi propio proceso de duelo, darme el tiempo necesario para dejar sentir lo que sea que aparezca, e ir acomodando las experiencias para comprenderlas y vivir con ello.

Hoy quiero recordar con amor, sin dolor a mi hermano y a mi sobrina. Ellos han sido maestros para mí, y los he acompañado y ayudado en su trascendencia así como ellos a mí en mi proceso de duelo y de aprender a ver la muerte como una trascendencia, a saber de su presencia aunque no sea física, a comunicarme con ellos de otras formas. Los amo y los tengo en mi corazón tan presentes como deben estar. Y con la oportunidad de recordarlos y sonreír o llorar con las experiencias que tuvimos la oportunidad de vivir en esta vida.

¡Gracias Pato y Caro por tanto y por todo!


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