Vivir con dolor crónico. La realidad de 1 de cada 10 adultos. 

Te invito primero, a leer esta historia: 

El dolor comenzó poco a poco, primero en las manos y en la cabeza, después en las rodillas y la espalda y, al cabo de un par de años, cubría ya todo mi cuerpo. Esos primeros dos años de dolor estuvieron llenos de visitas a distintos médicos, todos coincidían en su diagnóstico: yo no tenía nada y tal vez solo estaba estresada.

El dolor se apoderaba de mi cuerpo y de mi vida, poco a poco dejé de salir con mis amigas
porque prefería estar en cama, bajé mi productividad en la universidad porque solo podía pensar en el dolor que sentía y en su procedencia misteriosa. Un reumatólogo me diagnosticó Fibromialgia y así, me hice a la idea de que el dolor sería mi eterno compañero y que no había mucho que hacer. Aprendí a vivir adolorida, a decir “me siento bien” cuando en realidad me quería hacer bolita en una esquina y llorar, a pretender tenerlo todo bajo control, todo por miedo a perderme más en el dolor.

Descubrí que el sufrimiento aísla, que las personas se incomodan ante él y que, si haces expreso tu dolor, la gente se aleja de ti; no porque no te quieran, pero porque no saben cómo ayudarte. Seis años después del primer diagnóstico, llegué a un momento en el que el dolor ya no me dejaba ni pensar, ni sentir. Me había convertido en una sombra tratando de no molestar a nadie con mi sufrir y de no hablar mucho de mi enfermedad.

Ahí tuve que salir del escondite del dolor crónico, decidí hablar de él, no solo quejándome, pero diciendo con claridad lo que necesitaba de mi gente cercana para estar mejor: te necesito aquí, ven a abrazarme, ya no puedo caminar más, etc… Ese hablar de ello con soluciones cambió mi relación con el dolor, que siguió aumentando hasta que al fin me diagnosticaron con Lupus Eritematoso Sistémico. Con el diagnóstico llegó un tratamiento más claro que, sumado a las herramientas naturales que había recolectado en el camino, me han permitido regresar a mi yo. Aunque aún  hay dolor, es controlable y vivir ha dejado de doler.

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Padecimiento real. Foto de Ana Bregantin en Pexels

Padecimiento real. Foto de Ana Bregantin en Pexels

Caso real

Esta es la experiencia en primera persona de Camila Sánchez (@camilasanb), periodista y escritora que ha aprendido a vivir con dolor crónico, y con quién la Dra. Mafer Arboleda sostuvo una conversación LIVE en Instagram y YouTube. Y es que el dolor crónico es un verdadero problema de salud pública a nivel global; hoy en día, con 1 de cada 10 adultos diagnosticados con este padecimiento cada año en Latinoamérica se considera que 3 de
cada 10 lo padecen y del que no se habla lo suficiente.

De acuerdo con la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP por sus siglas en inglés), el dolor crónico se considera como aquel que persiste en el tiempo por más de tres meses y afecta diferentes dimensiones de la vida del ser humano (emociones, relaciones interpersonales, relaciones de pareja, capacidad para trabajar y concentrarse en diversas actividades, funcionalidad, etc.). Como mencionaba Camila en su testimonio, invariablemente termina afectando todos los aspectos de la vida del ser humano. Y, aunque no existe manera de realmente eliminar el dolor por completo, sí tiene solución y hay diversas herramientas que permiten controlarlo.

¿Tiene solución? 

“¡Claro que tiene solución! El dolor crónico se trata a través de diferentes estrategias que
utilizamos de forma combinada, a esto le llamamos analgesia multimodal, en donde utilizamos algunos medicamentos, terapia física –el ejercicio es muy importante–, terapia psicológica (como la terapia cognitivo conductual), meditación, ejercicios de relajación, mindfulness (consciencia plena en el momento presente), en algunos casos bloqueos o inyecciones guiados por imagen, terapias complementarias con acupuntura, hidroterapia, cannabis medicinal, entre otras estrategias y herramientas”, explica la Dra. Mafer Arboleda. “Todo lo que hacen estas estrategias, en conjunto, es tratar de mejorar la funcionalidad y, por supuesto, la calidad de vida relacionada con la salud de las personas que hoy se enfrentan a esta difícil condición médica”.

Para entender más sobre el dolor crónico, es importante diferenciarlo del dolor agudo, el
cual funciona como una alerta que avisa al organismo que el cuerpo está sufriendo daños (por ejemplo, después de una fractura o una cirugía). El dolor crónico no finaliza cuando cesa la causa que lo originó, sino que “persiste en el tiempo y afecta severamente a la esfera emocional, familiar y laboral, pudiéndose considerar una enfermedad en sí mismo”, como lo define la IASP.

El tratamiento para el dolor crónico se centra, principalmente, en reducir su intensidad y
su frecuencia, facilitando la vida al paciente. “Vamos a tener una caja de herramientas que vamos a ir utilizando para controlar el dolor”, explica la Dra. Mafer Arboleda. “No importa la edad o condición del paciente, nadie tiene por qué “aguantarse el dolor”, añade. “Para medirlo vamos a utilizar una escala del 0 al 10, de menor a mayor intensidad de dolor. Utilizando estas herramientas vamos a intentar llegar a un dolor por debajo de 4, que se considera ya tolerable para la vida del paciente. ¿Qué llegue a 0? Eso no va a pasar y mentiría si dijera que sí, pero que disminuya lo suficiente para que permita ser lo más funcional posible y que la vida sea lo más “normal” posible”, finaliza.

Dentro de esta “caja de herramientas” se utilizan principalmente fármacos, diversas
terapias (psicológica –“por que las emociones y el dolor están completamente ligados”, explica la especialista –, fisioterapia, ejercicio, terapia ocupacional) y medicina complementaria, como acupuntura, masajes, meditación, entre otros. En cuanto a las opciones farmacológicas, un gran aliado en el control del dolor crónico es el cannabis medicinal, esta planta milenaria que se ha usado desde hace cientos de años. En este caso, el delta-9-tetrahidrocannabinol (THC) es el principal cannabinoide estudiado en la investigación clínica realizada en pacientes con dolor crónico de diferentes orígenes, principalmente en los pacientes que sufren de dolor crónico neuropático (por ejemplo, neuropatía diabética dolorosa, neuropatía secundaria a la quimioterapia, fibromialgia, secuelas de eventos cerebrosvasculares, entre otros).

Por otra parte, el cannabidiol (CBD), otro de los compuestos más importantes y estudiados de la planta de cannabis, tiene un efecto antiinflamatorio significativo. Sin embargo, aun hacen falta más estudios en humanos que esclarezcan el real efecto terapuéutico del CBD en pacientes con dolor crónico. De forma importante, vale la pena mencionar que más del 50% de los pacientes que hoy consumen cannabis medicinal, lo hacen para el control del dolor crónico y síntomas asociados como insomnio, ansiedad y depresión.

Y, aunque insistimos una vez más que el cannabis medicinal no es la panacea y no quiere
decir que va a lograr curar o eliminar el 100% del dolor, sí es un gran aliado cuando se utiliza de manera correcta. La clave para el uso del cannabis medicinal en el control del dolor crónico consiste en un enfoque personalizado donde las dosis son variables y requieren de la supervisión de un profesional de la salud experto en la prescripción responsable de cannabinoides, que garantice la seguridad del tratamiento.

Además, sí se ha visto evidencia científica que respalda que su uso puede ayudar a aminorar las dosis de otros fármacos como los opiodes (ejemplo, morfina, oxicodona, buprenorfina, tramadol, etc.), resultados alentadores para contrarrestar a la crisis actual que se vive en este aspecto en países como Estados Unidos y Canadá.

“Aunque muchas veces se usan los dos (opioides y cannabinoides) de forma concomitante, se ha visto que el uso de cannabis medicinal como coadyuvante, puede reducir las dosis de opiode hasta en un 30%”, explica la Dra. Mafer Arboleda.

 

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Aquí te dejo el video de la historia: 

Fuente: Dra. Mafer Arboleda.

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