Pues andábamos en el día quién-sabe-qué-numero de la pandemia cuando de pronto saltó a las pantallas de todos nuestros dispositivos la historia horrenda de George Floyd. El brutal video terminó por hacer explotar las emociones contenidas por el confinamiento.

Las calles de las principales ciudades de la Unión Americana se incendiaron con cientos de miles de manifestantes que, sin importar el riesgo de contagio, hicieron escalar la protesta al punto de provocar un histórico apagón de luces en la mismísima Casa Blanca. Las redes sociales no solo dieron cuenta minuto a minuto del conflicto sino que tomaron su papel y desataron la campaña “Black lives matter”: millones de perfiles alrededor del mundo lucieron pantallas negras durante 24 horas en señal de protesta y en México fueron miles los que se subieron a esta ola contra el racismo.

Muy bien, aplauso para todos.

Apenas un par de días después, saltó a la luz pública el caso de Giovanni López. Un albañil que fue detenido en Guadalajara por no portar cubre bocas. El video difundido por su familia muestra claramente cómo es sometido por cuatro policías municipales. Subirse por propio pie a la patrulla es la última imagen que se conoce de él con vida.

¿Cuál fue la reacción de las redes en México? Fuera de “Twitter land” y de algunas cuentas pro derechos humanos en otras redes sociales, ninguna.

Si bien hubo algunas personas que se manifestaron en la capital de Jalisco pidiendo justicia para Giovanni, no pasó a más.

No hubo indignación generalizada, ni pronunciamientos extraordinarios por parte de alguna autoridad. Vaya, al momento de escribir este texto los policías involucrados no han sido sancionados ni separados de sus cargos.

Aquí caben varias preguntas: ¿Qué hace diferente el caso de Floyd del de López? ¿Cuál es el botón que el asesinato del afroamericano apretó en la sensibilidad de las audiencias que no logró tocar el caso del tapatío?

Si esta reflexión no nos arroja respuestas inmediatas, vamos a trasladarlo a escenas más cotidianas.

¿Cuántas de esas personas que en México se solidarizaron con el “Black lives matter” tienen trabajadores domésticos con quienes compartan la mesa, el uso del mismo sanitario y el consumo de la misma comida?

¿Quiénes han utilizado expresiones como “mejorar la raza”, “es morenx pero está guapx”, “trae el nopal en la frente”, etc.?

Cuántas de estas expresiones han escuchado o usado como parte de una autodescripción: soy morenx clarx, soy de piel apiñonada, soy de piel bronceda. Todo con tal de no decir soy morenx.

Es más… ¿quién sabe que existe la población afro mexicana?

Un último ejercicio: ¿Quién ha relacionado características físicas o incluso lugares de origen con conductas delincuenciales? Para hablar de manera más clara: “tiene pinta de ratero”, “qué se puede esperar si es de X colonia, barrio, municipio”.

Y ni hablar de gustos musicales, estilos al vestir y colonias o barrios para vivir.

El origen de todas estas actitudes es una sola: RACISMO.

Esa enfermedad que todos vemos en la sociedad “gringa” porque “tratan súper mal a los negros” pero que nos cuesta mucho trabajo reconocer en nosotros. Porque si bien en otros países es la mayoría blanca la que oprime a la minoría con piel de otro color, lo cierto es que en México es la minoría blanca la que dicta la “normalidad” al 70% restante de la población: los de piel morena. Peor aún, son las personas morenas las que cometen actos de discriminación contra sus pares. Acaso para sentir que se accede al menos a una parte del privilegio de aquellos.

¿Privilegiadx yo?

Vivir en una casa con luz eléctrica, con drenaje, con techo de concreto, en una colonia céntrica, con servicios públicos, cursar educación básica sin que esto suponga un gran gasto familiar, alcanzar y concluir la educación superior, que todos los miembros de la familia tengan acceso a comida suficiente y de calidad, tener resueltas las necesidades de vestido e incluso acceder a bienes tangibles e intangibles más allá de las necesidades básicas. Eso en un país como México, es privilegio. Porque de 130 millones de habitantes, 52 millones de mexicanos viven en condiciones de pobreza. ¿Y adivina qué? La población pobre es predominantemente morena. Y no es casualidad.

Ahora bien, si partimos del hecho de que la mayoría de las personas que leen ahora este texto gozan de alguno o más de uno de los privilegios arriba descritos, es altamente probable que por sistema –que no por maldad– hayamos incurrido en alguna actitud discriminatoria. Muchas veces se incurre en ello de manera inconsciente, a veces elegida, pero casi nunca reconocida. Casi todos creemos que estamos “libres de pecado”.

Y esa es la razón por la que es tan complicado hablar y combatir el racismo y el clasismo, porque para empezar no lo reconocemos. Está tan normalizado que a nadie le extraña que la publicidad, los espectáculos, la política y los espacios de poder en casi cualquier organización estén predominantemente ocupados por personas blancas.

Porque nos parece “natural” que el genotipo sea un factor para determinar el desarrollo social y profesional cuando en realidad ese criterio es una construcción social que puede cuestionarse y debe modificarse. Urge hacerlo.

Si es verdad que esta crisis sanitaria ha orillado a millones a reflexionar acerca de la visión que tenían de la vida antes de la cuarentena, valdría la pena incluir una autoevaluación acerca de la manera de relacionarnos con las personas que nos rodean y las ideas preconcebidas que la originan.

Quizá nos llevaríamos una sorpresa.


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